Will Hunting
Podría comenzar de muchas formas para ser franco, pero la más significativa sería la descripción del supuesto equilibrio en el cual me encontraba. Y por más que éste sea un relato sobre algunas sombras que se establecieron súbitamente sin pedir permiso, la meseta tácita y estable, la cual hizo que se aglutinaran en una ordenada circunstancia todos los caminos y encrucijadas propios y cercanos creando aquel equilibrio, luego dejaría claro que ciertas cosas exceden nuestro control, que ciertas cosas están más allá de nuestro alcance y quedamos, aquellas ciertas veces, sometidos a diversos destinos que se acomodan, cuales absortos presagios, a nuestro alrededor sin culpas y sin planes, como si fuera algo común, una especie de misión rutinaria que no se detiene a juzgar ni el proceso, ni los castigos, aunque crueles e injustos, se puedan presentar. Pero bueno, no creo que exista malicia en los destinos, ni planeamientos torpes y despreocupados, simplemente suceden algunos tipos de eventos que lastiman y hieren de hecho mucho más que otros. Pero también es cierto que la resiliencia se dispone cuando es necesaria, si ya lo sé, suelen ser demasiado duros los embates propuestos a veces, sumados al complaciente equilibrio mencionado al comienzo, se concibe una mezcla amarga que pronto revelará sus intenciones.
Nacen así, dentro de las sombras, diversas historias individuales interrelacionadas cual sintoísmo distraído, pero no sería justo castigar a la oscuridad de la concepción casual o causal, es sólo que el sufrimiento que nos invade parece incontrolable, cuando vamos recibiendo las primeras noticias heladas por el profesionalismo que se justifica a sí mismo.
Y ahí me vi, haciéndome amigo de techos nocturnos y trágicos pensamientos, perdón quise decir ¨nos vi¨, ya que involucré automáticamente a mi entorno, pero las siguientes palabras pueden parecer extrañas, ya que no los busqué en mi mente en pesquisa de consuelo o abrazo, fue más bien una situación de simbiosis, de saber que es muy bueno no estar solo, pero no puedo ni podemos obviar que el aire se vuelve más denso para todos los que nos quieren, al igual que se encogen los espacios y los tiempos, y las risas se alejan de su ritmo convirtiéndose en bichos raros difíciles de encontrar.
El siguiente despertar, luego de haber sido puesto en conocimiento de aquella situación, nunca voy a olvidarlo, es que acá no se trata de memorias ni de concentración, en un golpe de palabras todo como lo conocía había cambiado, los anhelos, las esperanzas y los sueños, los colores comenzaron a verse pálidos, los días grises sin importar la fuerza del sol o la presencia de las nubes, de repente me había convertido en protagonista, de una obra donde los salones de casting están siempre vacíos, quien podría querer un papel así o participar en una obra tan controvertida y confusa.
Y los pesados despertares se continuaron hasta volverse costumbre, yo no sé cuales son los pasos o etapas que se producen o van produciendo en estos trágicos procesos, pero si se cuales fueron los míos, si se que supe que luchar era la única opción, sabía también que era un mapa recién tallado en mi piel en el cual sin opciones tendría que aventurarme. Sabía claro de fugaces triunfos ante adversas y no tan banales empresas, sabía algunas cosas, pero creía que sabía muchas más, y la vulnerabilidad se apoderó de todo. Creo que es por eso por lo que nadie está preparado sustancialmente para estos casos, nos habituamos y acomodamos, nos entregamos al libre albedrío universal, no hay de hecho muchas otras opciones, y vamos de a poco dejando que las emociones, los sentimientos y muchas otras reacciones vayan tomando su lugar en una espalda que sin alternativas las carga virtuosamente.
Haber tenido una vida tranquila tal vez hubiera sido el mejor escenario, no era mi caso pues, percibí siempre en mi un hedonismo radical, descreyendo del orden y la autoridad en mi adolescencia y acomodando un poco las cosas luego, aunque con forjaduras casi perpetuas establecidas, las cuales creo, van esculpiendo nuestra personalidad.
Hice un pequeño apartado sobre la juventud, la mía en este caso, para explicar mejor que al llegar al lugar que me tocó llegar, casi sin querer mi mente acudió a todos los sitios posibles para responder algunas preguntas, por eso mencioné un pasado, ya que, pensando en el futuro, debido al implacable presente, la cabeza mi dio tantas vueltas que me perdí en los números y en los tiempos.
Volviendo a los procesos particulares que afrontamos, me negué al principio a someterme a la rigurosidad del sistema, había preferido casi siempre, a lo largo de mi vida, la sinuosidad y lo alternativo, mi cuerpo estaba siendo atacado, pero no dejaría que sucediera lo mismo con mi espíritu. Y en ese momento se presentó la pluralidad anexada, traducida en la gente que te quiere, que te acompaña, la misma que muchas veces algunas personas no tienen y por eso las mismas se sorprenden tanto cuando las anteriores no las valoran o las dan por sentado con liviandad. Y tuve que aislar el enojo, pero se enojó aún más cuando lo quise hacer partir y se presentó su mentora: la ira, la cual me dominó unos instantes sucumbiendo inexorablemente ante un haz de luz semi racional que apareció sin ser llamado.
Yo la verdad no se los diversos desenlaces que podrían haber sobrevenido, pero si se que bueno, estoy tratando hoy de entender que algunas decisiones al ser cuestionadas generan mas cuestiones que las que había cuando comenzaron.
Puedo contar mi historia, puedo sentarme y ver el mismo cielorraso de mi habitación ahora estrechando su mano y ninguno de los dos olvidaremos nunca las interminables noches en las que lo apagado increíblemente había tomado el control de las luces, intentando también tomar otras cosas.
Ya dentro del riguroso cruel desfile en el que me encontraba, algunas cosas paradójicamente empezaron a volverse más claras, algunas situaciones mas elocuentes y algunas verdades se convirtieron en tristes desilusiones. Entiendo sin dudas y además comparto que la esperanza debiera ser dueña y señora en estas circunstancias, que hay que pelear y ser optimistas y todo lo positivo debería entrar permaneciendo codo a codo en la contienda. Pero debo confesar que comprendí y acepté a otras emociones subestimadas y consideradas malvadas y entrometidas.
Así pues, la tristeza comenzó a visitarme asiduamente, se sentó a mi lado sincronizando conmigo la posición de mis manos sosteniendo mi cabeza, y me explicó que no era nada personal, que ella simplemente no sabía expresarse de otro modo y que mi corazón la había convocado, me dijo que ella nunca le había fallado a mi costado izquierdo, me contó la razón de las lágrimas y el porque de sus runas y senderos, me habló también de la virtud de comprenderla. Cuando ya estábamos cómodos me preguntó, al ver que mi puerta emocional seguía abierta de par en par, si entendía que más personajes emocionales relacionados con ella se irían acercando, y cuando le estaba por responder sigilosamente se asomó el dolor, sin mediar palabra se acercó y saludó a la tristeza, ya que como era de esperarse se conocían de memoria, y sin pedir permiso permaneció inmóvil transmitiendo lo que había venido a hacer.
Cuando ya pensaba que me encontraba en el límite de la capacidad de sufrimiento y aún absorbiendo todo estoicamente, me encontré en una paradoja impensada, y es que había también llegado el miedo, había penetrado mis sentidos y surgía así un coctel irreversible de lúgubres castigos, y lo peor de todo es que más allá de cualquier apoyo o compañía apaciguadora, comprendí resignado, que al final del día arribaría para coronar el cuadro, la soledad. Aquella que me hizo valorar los silencios de aquel leal cielorraso sobre la cama que acogía todas mis penas noche tras noche de aquellas tremendas e interminables jornadas.
Había una luz, sin embargo, y no me refiero a la esperanza o algo parecido, al menos no en ese momento, la luz tenía que ver más con una especie de humilde aceptación, algo así como un pacto con las emociones que me visitaban a diario y mis reflejos humanos de combate inmarcesible, como si hubiésemos tenido una reunión todos juntos para establecer las reglas de la batalla que se avecinaba, mas allá de que algunas escaramuzas se habían adelantado abriendo heridas dentro de un campo de acción resignado a resistir embates, repliegues y contraataques permanentes.
Pero no siempre es cuestión de bandos e idas y venidas azarosas, no siempre se pelea para salir victorioso, tampoco quiero que suene como una obligación la de presentarse beligerante y ofensivo, no pienso eso. El entender aquellas ciertas cosas es un buen comienzo para liberar la mente hacia lo que nos hace realmente poderosos y constantemente envidiados por la inmortalidad, nada mas y nada menos que la vida, vivir, pero sobre todo sobrevivir, ya que sin sobrevivir el gusto de las amargas vicisitudes jamás se endulzaría y la vida se estancaría en una laguna sin corrientes ni afluentes, sería un simple espejo con reflejos opacos y aburridos.
Y… en realidad es algo habitual, de diario permanecer, es sólo que a veces (aquellas ciertas veces) se torna demasiado difícil, excesivamente empedrado el andar, potenciado por la cruel capacidad de sorpresa de la cual es dueña la carga que se emancipa de su mundo para atacar la pequeña individualidad del nuestro.
Atacado, golpeado y aturdido, lentamente me fui adentrando en aquel duro sometimiento bienintencionado, y tomado fuertemente de la mano por cada miembro de mi sangre, logré, por momentos, disfrazar la tristeza, distraer al dolor y provocar al miedo con una nueva valentía recién nacida la cual se hizo camarada con la ya gastada anterior, aquella que nunca se detuvo pero fue la misma que había sufrido los peores topetazos, los primeros y más potentes cimbronazos, aquellos que provocaron las primeras grietas en la osadas murallas repletas de nobles glóbulos con dientes apretados, veteranos ellos, como la sangre que los impulsaba sin condiciones.
Y llegó la hora señalada, el día del antes y el después, aquellas trece horas que se adueñaron de los encabezados del diario de mi vida, y fieles lectores se acercaron y sufrieron a mi lado leyendo sus interminables letras padeciendo tal vez y maldiciendo el tiempo a lo mejor, tampoco sabía demasiado que pasaba ahí fuera, estaba ocupado en otro frente, en una complicada situación de trinchera, con soldados blancos cubriendo mis flancos, asegurándose de sacar lo malo, o al menos la mayor parte, de lo que se había establecido impune y maliciosamente en mi interior.
Y vencimos, y al salir de la trinchera mis soldados se encargaron de cerrarla, de cubrirla. Y me vieron un poco más herido, al menos en apariencia, sabiendo eso sí, que mis ojos se abrirían en algún momento. Y así fue, desperté, segundos antes había soñado que era un camello en medio del desierto. Y llegó un sonido familiar, una impagable voz fraternal que me abrazaba y tranquilizaba mis oídos, explicando emocionado que habíamos repelido al enemigo, que todo estaba bien y que iba a estar mejor.
Recuerdo que en aquel momento me sentí capaz de casi todo, la ironía es que estaba débil como un gatito recién nacido, o sea incapaz de casi todo. Me acordé, súbitamente, de una deidad hindú sobre la cual había leído alguna vez, aquella que tenía cuatro brazos, es que de golpe la impotencia se había transformado en una necesidad imperativa de abrazos, por lo que dos brazos serían naturalmente insuficientes.
Lo que sucedió luego de despertar paradójicamente logró varias aperturas oculares, sin necesidad de volver a las bases o a un reinicio esencial, me adentré en un enorme campo reflexivo ya que, sensibilizado casi por completo, lo banal se despidió inmediatamente sabiendo los periplos futuros que amasaba mi mente. Y el valor de lo realmente importante, opacado tantas veces por el conformismo, regresó a su preponderante papel, pensé que era un poco triste que a veces sólo el devenir de aquellas ciertas cosas, aquellas ciertas veces, fuera la única alternativa de ponernos al tanto de lo verdadero, de ponernos efectivamente en contacto con la realidad.
Sea como fuera, el redescubrimiento personal es un paraje un tanto desolado, pero no es inaccesible. Mi problema fue que cuando me estaba sacudiendo el polvo, me tuve que atar con fuerza los cordones para continuar la campaña. Habíamos vencido, pero era solo una batalla.
La epopeya personal, en este caso, debía continuar adentrándome en una tormenta eléctrica seguido de ataques químicos que intentarían destruir lo malo claro, pero seguramente se llevarían algo de mi a cambio. Y perdería cosas, avisado estaba que tal vez aquellas ciertas veces, perdería ciertas cosas.
Y una fuerte luz de energía atacó remanentes y tozudas celulas hostiles, barriendo campos rellenos de pastos dejándolos parcialmente desiertos. Siguió luego una lluvia torrencial y malsana que se dividió semanalmente, pero al ser tan estruendosa y aun reprimiendo duramente a mis obstinados adversarios, lastimó gravemente algunos de mis más sinceros súbditos, saqueando un poco de vida con el propósito de acorralar la muerte.
La guerra pues, aunque con una leve ventaja a mi favor, entró en una pausa después de eso, tendría que acampar de vez en cuando cerca de las fronteras de mis anhelos, para que mis ahora, entronados y sagaces deseos pudieran concretarse dentro de una merecida concordia que se aproximaba después de largos insomnios y andares con imprevisibles desenlaces.
Y asumiendo y conociendo de otras guerras en otras latitudes, con otros héroes y otros villanos, supe que, o siempre lo supe en realidad, que cientos de héroes antes de mi habían luchado con valor ante los mismos o parecidos enemigos y habían perecido, así como también habían vencido.
Pero lo que más me detuvo, fue darme cuenta de que las luchas son cotidianas, de que la esperanza nos enlaza vinculándonos perpetuamente, y que la normalidad con la que se mueven y promueven la tristeza, el dolor y el miedo se someten aún antes de cualquier desenlace ante ella, porque aunque no siempre arribe la victoria, se seguirá ofreciendo en otras causas y aún en las perdidas, acompañando a los que se quedaron para sufrir las pérdidas, señalándoles el sol si es que la luz los trae aunque sea por instantes nuevamente o animándolos a abrazar la lluvia como si bajaran en minúsculas partes a acariciarnos con su humedad repleta de alimento. Hasta te puede señalar una roca para sentarte y mirar hacia el horizonte rellenándolo de sus risas y sonrisas, de aquellos silenciados, sutilmente apagados que la esperanza acompañó y nunca olvida. Eso hace y cultiva ella, la esperanza.
Me detengo, por último, y literalmente a veces lo hago, a observar la maquina de la experiencia, la que intenta alienarnos y muchas veces lo logra, me detengo a observar su poder, el poder de algo esencialmente vacío que irónicamente ocupa muchísimo espacio. Hago eso para intentar buscar una solución a todo lo que nos desincroniza, a lo que, promoviendo falsamente a la naturaleza humana y su imparable evolución, intenta y muchas veces logra desconectarnos. Y vuelvo a creer, luego de haber descreído un poco, que cada persona debe dejar una huella, y no hay nada mas importante que aclarar que la conexión es abismalmente más importante que la competencia. Te ofrezco pues, mi mano y mi abrazo querido personaje que aún no conocí, que sabe de luchas y fracasos como yo, de desesperanza y de victorias.
Yo estoy aquí, contando mi historia y tratando de dejar una pequeña huella, y no hay día que pase que no vuelva hacia atrás para volver a ser testigo de mi propia proeza, llegué alguna vez a contar mis lágrimas en busca o tratando de encontrar culpables, hasta que descubrí que ellas eran inmortales y necesarias, que debían recorrer sus cauces para ocupar espacios del alma que yacían demasiado corroídos, y así ayudarla a renovar sus fuerzas. Pero lo más importante, y no es poco decir, fue llegar a conclusiones impensadas, haber sido un atento espectador y poder haber recogido mucho de lo ganado para que se acomode en mi delirante personalidad e incansable y trabajadora mente.
Haber visto y sentido tanto, no se si nos hace mas o menos fuertes, pero quiero creer que aquel brutal pincelazo de algún extraño personaje universal pensó que me faltaba un poco de luz o color, y no me voy a detener a culparlo, pero si me tomaré el atrevimiento de continuar mi vida con más furia al respirar, con más pausa al accionar, con más tiempo al abrazar y mucha más humedad al besar.
Es lindo saber, muy de pronto tal vez, que las distracciones de la cotidianeidad rutinaria de cada amanecer y subsiguiente ocaso no tuvieron intenciones de alejarme de lo verdadero y crucial del confuso enjambre al que pertenezco y pertenecemos, pero si, mucho o poco, simplemente sucedió. Es por ello por lo que en más detalle apreciaré, de aquí en más, pormenores terrenales y subjetividades subestimadas a lo largo de mi desarrollo y crecimiento, haciendo lo posible para que se vuelva automático, como pestañear, respirar o amar, y que lo incontrolable comience a juzgarme y ser mi guía, que vuelva el miedo si debe ser así, como ya lo expliqué antes, una especie de acuerdo sellamos con algunos temidos presagios. Elegiré pues, los andares entrañables de las inefables fortalezas y renacimientos humanos, y erigiré monumentos invisibles con cada paso que camine, piense, haga o construya; dedicados a los que escribieron su historia y hoy no están presentes, y a los que escribieron la suya y la escriben día a día, sabiendo muy bien lo que siente haber sido parte; aquellas ciertas veces de aquellas ciertas cosas.