Me llamó D, hoy de 65 años de edad, con una maravillosa y afectuosa familia: M mi esposa, P, A y N mis hijos, estudié y me recibí de Licenciado en Comercialización y también de Master Reiki, nací y vivo en la Ciudad de Buenos Aires, Argentina.
Es mi intención narrarles la historia que me tocó vivir cuando tenía 58 años de edad: era el mes de mayo del año 2012, mi vida transitaba rodeado de afectos, trabajando en una empresa de energía desde el año 1969, también en proyectos personales que desarrollaba e implementaba ligados al marketing, realizaba deportes, estimaba que estaba bien física y mentalmente.
Acostumbrado siempre a escuchar las señales que emitía mi cuerpo y ser cuidadoso de mi salud, tenía el hábito de concurrir al facultativo en forma precautoria. Las consultas médicas que realizaba periódicamente hasta esa fecha obtenían como respuesta de parte del médico tratante “está todo bien”. Pero en marzo de ese año mi cuerpo comenzó a emitir señales de alerta, algo anormal me estaba pasando, sensaciones extrañas en el proceso digestivo, malestares generales, falta de apetito, entre otras cosas.
Consulte con el médico clínico y me propuso realizar una Colonoscopía y Endoscopía. Llegó el 25 de Junio, fecha clave, los encaré con voluntad y optimismo, como siempre había hecho a lo largo de mi vida en momentos importantes. Convencido que cuanto más rápido obtuviera los resultados mejor sería, suponía que el diagnóstico no sería de importancia, preveía una gastritis, evidentemente me equivoqué.
Lunes 2 de Julio, 18 horas, una tarde fría y oscura en la ciudad, retiro los resultados del laboratorio, subo al taxi y leo los mismos, indicaban que padecía cáncer y una bomba explota en mi interior, difícil momento pasé, bueno no sería el último. Durante el trayecto de regreso a casa pensaba mil cosas, esos 20 minutos fueron interminables.
Llegué y le trasmití la noticia a mi familia de la forma más natural posible, no fue fácil, un manto sombrío cubrió el espacio circundante y durante un rato interminable nos quedamos todos callados, el silencio se hacía escuchar. Luego de muchas charlas concluimos que esto era una prueba de vida que debía afrontar y superar. Las muestras de amor no se hicieron esperar.
Llamé a mis hijos P y A que viven en España y les conté lo acontecido, por teléfono fue más difícil hilvanar las palabras. Me acosté para dormir y la película sobre mi vida pasó ante mis ojos, preguntas muchas, siendo la más relevante ¿y ahora qué? sabía que lo principal era urgentemente ir al facultativo especializado y avanzar en busca de mi sanación.
Percibí el amanecer del día siguiente atípico, la batalla comenzaba y estaba dispuesto a darla. Me armé de todo lo positivo que me rodeaba y conseguí turno con el hematólogo. Era lunes 23 de Julio temprano por la mañana y el especialista me confirma el diagnóstico “Linfoma Gástrico no Hodkin células grandes tipo B”.
Luego de explicarme en qué consistía la enfermedad y el tratamiento que implementaría para combatirla (seis sesiones de quimioterapia, una cada 21 días) a mi turno efectué la pregunta que me obsesionaba: ¿doctor qué posibilidades de curarme tengo?, la respuesta fue contundente… 50% de probabilidades que el tratamiento resulte efectivo, le dije en forma de chiste: doctor, ¿no se estira un poquito más en el porcentaje?, obvia y abrumadora su respuesta fue “no” y le dije… bueno no hay problema el otro 50% lo pongo. Me fui repitiendo: el 50 % faltante lo pongo yo.
Además de la quimioterapia a realizarme mi interior entendía que no alcanzaba, tenía claro que la voluntad de vivir, perseverancia, actitud, fe, espiritualidad y autoestima, formarían parte de la medicina que me curaría. Estaba la familia, actores fundamentales de mi sanación y se sumaban a la causa amigos, compañeros y conocidos. Reflexioné: si lo citado anteriormente habían sido los pilares rectores en el transcurso de mi vida y me fue bien, ¿por qué dejarlos de lado?. Este era el momento que más los necesitaba y debía profundizarlos.
Me preguntaron muchas veces si tenía miedo y la respuesta fue: si y mucho, es un resorte emocional que surge espontáneamente de forma penetrante y lacerante, inevitable de que suceda, luego de esta primera reacción depende de uno el manejo y control que le dé, me sucedió pero traté de ponerlo de mi lado. No era una casualidad lo que me estaba pasando, si una causalidad, sucede por algo.
En nuestra cultura todavía no aprendimos que la vida te da oportunidades aunque tengas que transitar una enfermedad severa, consideré que era una de ellas y la tomé. El mundo seguía girando y quería continuar participando del mismo, no me iría sin dar lucha, dejaría todo de mí ser para cumplir con el objetivo, la sanación total.
Tenía por un lado la enfermedad de base, cáncer, y en la medida que avanzaba el tratamiento el cuerpo luchaba contra los efectos colaterales que los medicamentos me causaban. El médico me adelantó que esto pasaría y también me instruyó que en este tipo de enfermedades mucho tiene que ver el nivel de stress. Si bien los efectos nocivos del tratamiento abordaron mi físico, no así mi mente ni mi espíritu, había construido un ambiente virtual que los contenía y diariamente me ocupaba de alimentarlos.
A partir de la primer sesión de quimioterapia, se iniciaba un antes y un después en mi vida, estaba cargado de emotividad, ansiedad, nerviosismo pero también de esperanza, era el camino a seguir. Estoy internado acostado en una cama en la habitación del hospital para la primer sesión. Nicolás se fue a tomar un café al bar y M a mi lado, prontamente las enfermeras me canalizan y me quedo viendo como las gotas de los químicos caen por el tubito y se introducen en las venas de mi brazo. Desde el principio y durante todo el tratamiento pensé que esas gotas eran gotas de vida y me aferré a esa creencia.
Por la noche llegamos a casa y mi corazón estalló de alegría, estaba en un camino de sanación. Era mi primera noche de esta nueva etapa que me tocaba vivir y las preguntas surgían: ¿cómo sería mi primer día y los siguientes?, algunas respuestas tardarían en llegar. Me sublimaba las ganas de vivir convencido que lo mejor estaba por venir, me dormí.
Amanecí con un día frío pero soleado en la ciudad, estaba rodeado de mis afectos, me levanté temprano como siempre desde los dieciséis años a partir de los cuales comencé a trabajar. Observé detenidamente a mi familia que continuaban durmiendo, recordé a mis hijos mayores P y A e inicié la rutina que me había propuesto cumplir: buena alimentación, ejercicios musculares y mentales, sesiones de lectura, tomar algo de sol en mi cuerpo para recibir esa maravillosa energía revitalizadora, sesiones de auto-reiki y tratar de establecer un contacto directo con dios, tenía mucho para contarle.
También había creado una sesión especial en mi mente que se basaba en recrear los pensamientos positivos de mi vida, aferrarme a ellos y darle la bienvenida a todos aquellos que me harían crecer espiritualmente. Concebía proyectos sobre mi futuro, estaba plantando una semilla que germinaría y crecería. Puse en práctica todo lo que la vida me enseñó y las distintas disciplinas que había estudiado, todo me servía, expectativas tenía y muchas.
Cada amanecer era una bocanada de aire fresco, un día más decía y aprendí a sentir el calor del sol que asomaba por la ventana del dormitorio, escuchar los pájaros cantar, el aroma del pasto fresco de la mañana, estaba viviendo sensaciones que antes me pasaban desapercibidas y las estaba disfrutando.
Cada llamado de mis hijos P y A, las conversaciones con M y N, fueron inyecciones de amor y de energía. Recordábamos sus infancias y con mi señora nuestras ilusiones de los primeros tiempos de casados, y lo más importante entre todos proyectábamos el futuro.
Los efectos negativos del tratamiento no se hicieron esperar, si bien te informan que pueden suceder y esperas que no ocurran, aparecen y te invaden. Es un camino largo y hay que transitarlo, es un viaje de ida y yo veía luz más adelante. Sabía que ocurriría y preferí anticiparme, le pedí a mi hijo N que utilizase en mi cabeza la máquina con la cual me rasuraba habitualmente la barba, me anticipaba a lo que inevitablemente sucedería y transformamos un hecho desagradable en algo divertido. En el proceso, distintas formas fue tomando mi cabeza hasta llegar al rasuramiento total, el pelo fue lo de menos. Hoy recordamos la anécdota con risas y como muestra de afecto.
Hubo momentos en que debido a mí descompensación física, las defensas muy bajas y posibles infecciones, la internación era inevitable. Pero bueno seguía convencido que era el mejor lugar donde podía estar, el hospital, una pronta atención y la proximidad de tener todos los servicios a disposición lo justificaban, la fe estaba como premisa. Esta situación se repitió durante todo el tratamiento, la seriedad de las descompensaciones eran más graves en la medida en que el tiempo pasaba y la medicación se acumulaba en mi cuerpo.
Continuando con la premisa que me había impuesto, intentaba separar mi cuerpo de mi mente. El primero lo ponía a disposición de la ciencia; y el segundo, mi mente, lo guardaba solamente para mí y mis afectos. Ese espacio, el de mi mente, lo alimentaba y ejercitaba constantemente: estaba convencido que era el camino correcto y tenía que transitarlo, el objetivo siempre fue la curación total y para ello a veces hay que caminar sobre las brasas ardientes, yo estaba en ese proceso, mi familia también.
Promediando el tratamiento mi cuerpo no tenía fuerzas físicas para levantar una pestaña, para moverme me ayudaba M o N. Era recurrente que mis defensas estuviesen muy bajas, teniendo que pasar situaciones desagradables. En uno de los exámenes de laboratorio los glóbulos blancos dieron 175 y la internación en una habitación esterilizada no se hizo esperar.
Después de varios días llegaba a casa, totalmente deteriorado físicamente, pero reconfortado espiritualmente de poder continuar. Cada vez me aferraba más a mi espiritualidad, sabía que la medicina estaba haciendo su trabajo y tal cual me lo prometiera yo estaba haciendo el mío.
Empecé con pérdida de apetito, una madrugada me despierto y un inmenso dolor de garganta me inhibía hasta de tragar saliva, tenía 39 grados de fiebre y tal cual las recomendaciones debía concurrir a la urgencia del hospital. Internado nuevamente y luego de los análisis respectivos el facultativo me informa que padecía “Neutropenia febril con foco abdominal” tenía la garganta, tráquea y esófago en carne viva y me ubicaron en una habitación especial, era un ambiente purificado y cerrado.
Se apoderó de mi cuerpo una infección importante y no reaccionaba satisfactoriamente, los días pasaron hasta que llegó un punto de inflexión donde los médicos de distintas especialidades reunidos en la habitación deliberaron sobre los pasos a seguir, terapia intensiva fue una propuesta pero la descartaron por la posibilidad de contraer una infección inter-hospitalaria y prefirieron que me quedara en la habitación en la que estaba. Nuevos conductos ingresaron en mi organismo y añadieron máquinas de control, no pintaba bien la situación.
No distinguía el día de la noche, entraban y salían de la habitación personal con barbijo, enfermeras que durante las 24 horas del día se ocupaban de controlarme, de darme la medicación y levantarme el ánimo. Los médicos me revisaban, ordenaban nuevos análisis y controlaban la medicación. Llegaba el horario de la comida y pese a los esfuerzos de Mabel no podía tragar, ella se desesperaba convirtiendo en papilla todo el alimento, pero no podía tragar y el dolor era realmente insoportable. Mi señora observaba con angustia lo que me sucedía y se desesperaba al ver que mi cuerpo se deterioraba rápidamente.
Un mediodía M me pregunta ¿qué te pasa?, y yo le respondo a media vos que nada, a la hora se vuelve a repetir la misma situación y casi sin esperar la respuesta llama al médico, me había desmayado dos veces y no me había dado cuenta. Una arritmia cardíaca causada por estar tantos días sin alimentarme e hidratarme, una descompensación química. Tras varias transfusiones de sangre la neutropenia disminuyó con los días y empecé a poder ingerir alimentos y bebidas. De a poco mi cuerpo comenzó a recuperarse.
Mi cabeza era como una calesita que daba vueltas, la impotencia por no poder hacer las cosas más elementales me ponían mal anímicamente, pero M estaba ahí, a mi lado superando y minimizando las adversidades y alentándome. Debo decirles que en esos días recorrí todos los estadios anímicos imaginables, pero siempre el optimismo seguía presente. Sin energía física y colmada mi cabeza de pensamientos, me repetía una y otra vez, el 50% que falta lo pongo yo. Me dieron de alta con la premisa de cumplir estrictamente con las indicaciones.
Tal cual la costumbre y con N al volante llegamos a casa, ingresé al baño y miré el espejo, la imagen que vi no era la misma de hace 15 días, físicamente era otra persona, pero mis ojos seguían brillando y pensé, la llama sigue viva en el interior de mi ser, vamos bien.
Fui mutando en el estado de ánimo, cambiaba de la tristeza, a la amargura, pena, decepción, entre otros, pero luego le daba prioridad al ingreso de la esperanza, emociones positivas, fe, amor. Estaba en paz conmigo mismo por lo vivido hasta la fecha y convencido que lo mejor estaría por venir y que ello dependía de mí.
El tren destructivo de la quimioterapia actuaba para erradicar las células malignas y también se llevaba a su paso las células buenas, pero son las reglas del juego, yo lo tomaba positivamente, se trataba de vivir y de superar la enfermedad. Me repetía, no tengo cáncer, padezco cáncer, no quería darle entidad a la enfermedad. El mundo exterior seguía girando y yo quería formar parte del mismo, la experiencia te va marcando, uno no conoce sus propios límites y los descubre súbitamente. Estaba convencido que dando un paso más todos los días llegaría a la meta que me había propuesto.
Generé empatía con el grupo de profesionales que me atendía y eso me resultaba positivo, sentía un trato preferencial, tal vez fue una sensación nada más, pero me hacía bien. Era como tener un aliado que con una mirada te entendía y sabía de vos. Las muestras de afecto recibidas fueron importantes, en una oportunidad levanto el teléfono y luego de un ir y venir de palabras mi memoria se trasladó 28 años en el tiempo, un amigo que se hizo presente demostrándome su afecto, me emocionó. También personas anónimas me desearon una pronta mejoría. Muchos momentos emotivos de alegría y felicidad.
Aprendí que debía aligerar mi mochila sacando las cosas que me habían hecho mal, broncas, fastidios, amargura por episodios vividos. Consideraba que sin ello mi andar en la vida sería más ligero y acorde a la nueva etapa que estaba viviendo.
Un día uno de mis amigos me preguntó: ¿pensás en la muerte?, la verdad estaba tan abocado a la pelea que estaba dando que no quería desperdiciar mi tiempo y mi energía en algo tan lejano. Llegaría naturalmente y no por esta enfermedad. También surgió: ¿por qué te toco a vos? y la respuesta estaba en mi subconsciente: ¿y por qué no?.
Recuerdo una de las internaciones, estaba en la sala de espera para la asignación de una habitación mientras para distraerme comencé a observar los objetos que había en el hall y de repente mis ojos se depositaron en los de él, algo que me llamó la atención, no era su apariencia exterior, era su fuerza interior que se expresaba en su mirada. Un ser que con fuerza y voluntad estaba por dar una titánica lucha, su sonrisa lo hacía todo más fácil, les estoy hablando de un chico de solo 8 años aproximadamente que padecía cáncer. Lo veía correr y jugar como ignorando su estado de salud, pero sus ojos, vuelvo a repetir, brillaban con plena pureza y con esa imagen subí a la habitación para que me atendieran.
Me prepararon para un estudio de endoscopía, mediante la misma analizarían el estadio de la enfermedad. Desperté preguntando ¿todo bien?. La respuesta fue sí, todo bien, tenemos que esperar 20 días para tener los resultados finales de la biopsia. Luego me prepararon para recibir otra sesión de quimioterapia, lo que yo denominaba gotas de vida, en realidad medicina para erradicar el linfoma. A la noche regresamos a casa y al llegar me quedé dormido pensando en ese chico.
Me aferré a la vida, era una batalla que estaba librando y luego otra y otra hasta llegar a la sanación total. Después de todo mi vida había sido siempre batallar y seguir hacia adelante, si daba un paso atrás era simplemente para tomar impulso. La mirada de la gente que me observaba era el termómetro por el cual me guiaba para discernir sobre mi aspecto, durante el tratamiento las mismas fueron cambiando.
Seguí convencido en preservar mi lado mental/espiritual, fortaleciéndolo todos los días con fe, un poco de auto Reiki, focalización y meditación.
Llegó el día para conocer el resultado de la biopsia, en definitiva, saber en qué estadio se encontraba la enfermedad. Nervioso sí, pero rodeado de afectos y convencido que estaría bien, sin más nos dirigimos con la familia al hospital. Era un día lluvioso y el momento emotivo, sabía que de mi parte había dado lo mejor, veríamos como la medicina había actuado. N al volante, yo de acompañante y M en el asiento trasero, el tráfico me resultaba lento, todo se movía acompasadamente.
Las noches previas concebí la siguiente reflexión: llevaba 43 años trabajando, me case, me divorcié y volví a casarme, estaba plenamente activo y con proyectos por cumplir, 3 maravillosos hijos y una mujer espectacular, si con todo lo que viví, la vida no me pudo doblegar, esta enfermedad tampoco lo haría.
Ingresamos al consultorio, luego de indicarme la programación para el período que se iniciaba le pregunté a la doctora si ya estaban los resultados de la biopsia. Ella había supuesto que estaba enterado, pero no, con una sonrisa en la boca citó: leo lo que está asentado en la historia clínica “las muestras de las biopsias realizadas no tienen signos de linfoma cancerígeno”. Fue una respuesta contundente y al instante nos pusimos a llorar. Alegría sí y mucha. En un momento así se te cruza el pasado con el presente y el futuro.
Durante 3 días me liberé mentalmente y pensé en las cosas que realizaría, sin olvidarme que había pasado más de la mitad del tratamiento y todavía faltaba. Analicé que se presentaba la oportunidad de realizar un cambio de paradigma, las circunstancias me llevaron a ello, muchas preguntas surgían y no me detendría hasta resolverlas. Recordé haber leído lo siguiente: “lo importante no solo es saber vivir, lo realmente importante es saber para qué”.
Llegó la última sesión de quimioterapia y el ánimo era otro, las enfermeras me dijeron ¿otra vez acá? y procedieron con la rutina. Al terminar comentaron jocosamente: no te queremos ver más y nosotros nos fundimos en abrazos, besos y lágrimas.
Pasaron los días y el tratamiento teóricamente estaba terminado. Visité al hematólogo y me realizaron un PET/TC y análisis de sangre. Los resultados finales indicaron que no había rastros de células cancerígenas. Alegría, abrazos con el médico, un montón de emociones. Me indicó que tendría que realizar un control con exámenes específicos durante 5 años, la película no había terminado, simplemente las condiciones habían cambiado.
Pasado un mes en el cual me recuperé físicamente retomé mi vida normal, pero nada sería igual. Tenía sobre mis hombros y mi cabeza el bagaje de la experiencia vivida y consideraba que era momento de aprovecharlo.
Continué fortaleciendo mi lado espiritual y tuve como consigna ayudar a los que estaban en circunstancias parecidas. Estar atento a lo que le pasa al otro, ese otro sos vos, es él, en definitiva, somos todos. En la medida que me entero que alguna persona atraviesa por una situación similar a la que yo pasé, me acerco, trato de estar presente, me preocupo y ocupo para que sepa qué hay alguien que está ahí pendiente de su ser. Trato de brindar y contagiar optimismo, energía, y trasmitir confianza de que este tipo de enfermedades se curan.
Durante los cinco años que duró el post tratamiento visité dos veces al año al hematólogo para realizar los exámenes y luego esperar los resultados. Todos dieron satisfactoriamente, no obstante tenía una movilización interior que me alteraba cada vez que ello ocurría, bueno, formaba parte del combo. Al quinto año me realizaron los últimos exámenes, otro momento emocionante, el médico me dice “estas curado”, indescriptible momento. El desenlace en este caso fue positivo y afloraron mis sentimientos más profundos.
La vida me ofreció una oportunidad y yo opté por tomarla, ello me llevó a un crecimiento interior que hoy día me ayuda a tener una mirada esperanzadora. Encontré la respuesta y me di cuenta para que estoy aquí.
El cáncer es una enfermedad estigmatizante según nuestra cultura y en mi opinión es un error, hay que cambiar el eje del concepto, tenemos que animarnos a hablar del cáncer sin ningún tipo de tabúes. Llevar una vida saludable, un control médico periódico, la detección temprana, la intervención inmediata y afrontar la situación son fundamentales para ganarle al cáncer.
Queda para mi señora y mis hijos que el esfuerzo realizado dio sus frutos, fueron tiempos difíciles pero todos crecimos y nos nutrimos. Nos cambió la mente, creo que nos humanizamos un poco más.
Para finalizar, agradezco a todos los que estuvieron a mi lado de una manera u otra. El cáncer es una enfermedad que requiere de la familia, uno solo no puede afrontarla, todos juntos es la premisa. También a los que están leyendo esta narración. Yo les trasmito que el cáncer puede curarse, quien padezca esta enfermedad atrévase y enfréntela con convicción sabiendo que es posible lograr la curación.