Didac
Diariamente vamos por la vida, sin darnos cuenta que cada momento es único e irrepetible. Damos por sentado que siempre habrá un mañana y dejamos todo para después. Posponemos ciertas charlas, pateamos para adelante nuestros sueños y deseos; y esperamos a la próxima ocasión para demostrar nuestros sentimientos.
Estamos tan ocupados, que se nos pasan de largo algunos momentos y situaciones importantes. Otras veces, priorizamos cosas que son irrelevantes y nos excusamos diciendo, “hoy no puedo”, “no me animo”, “después lo hago”, “la próxima se lo digo” y un sin fin de expresiones que avalan nuestra inacción. Creemos que el tiempo y las oportunidades abundan y por eso, solemos olvidarnos del presente.
Sólo en ciertos momentos nos “despertamos” y nos ponemos a vivir cada día como si fuera el último. Estas circunstancias son las que te sacuden y te hacen reflexionar sobre tus prioridades y tu manera de vivir.
En mi caso, sucedió una tarde de julio. Tenía 26 años y recibí una noticia que cambio mi vida para siempre. Ese día fui al médico acompañado por mi papá, para hacerme examinar un bulto que tenía desde hacía un par de semanas en el testículo izquierdo. Luego de anunciarme, me senté a esperar mi turno. Realmente estaba muy nervioso y quería resolver este asunto cuanto antes. Al cabo de unos minutos de espera, ingresé al consultorio y le mostré al doctor, las ecografías y análisis que me había realizado previamente. Luego de cotejar toda la información, me pidió revisar la zona. Al ver y palpar el nódulo, me indicó que lo que tenía era un tumor y recomendó extraerlo lo antes posible.
Tuve una sensación muy ambigua porque en cierto modo, finalmente sabía a lo que me enfrentaba; sin embargo, jamás esperé que ese fuera el diagnostico. Al salir del consultorio el miedo, la angustia y la bronca se adueñaron de mí. No podía comprender lo que estaba sucediendo y solo atinaba a cuestionarme ¿Por qué a mí?
El viaje de regreso a casa se me hizo eterno. Mi cabeza no paraba de pensar y sentía que estaba a punto de explotar.
Por esas coincidencias de la vida, ese mismo día era el cumpleaños de mi hermana y lo que iba a ser una celebración pronto se transformó en algo muy distinto. Al llegar, traté de mantener la calma, pero no pasó mucho tiempo para que mi mamá, mis hermanos y mi mejor amigo me preguntaran como me había ido en el médico. Fue duro tener que contarles el diagnostico, porque yo apenas lo estaba asimilando.
No podía creer que les estaba hablando de cáncer; ese tema que suele ser tratado como un tabú y que muy pocos se animan a mencionar. Para mí, esa palabra estaba asociada a la muerte, la pérdida, el dolor y el sufrimiento. No tengo dudas, que lo que más me aterraba de toda esta situación, era la posibilidad latente de morir siendo tan joven.
Casi terminando la jornada decidí tomar un baño para intentar relajarme y bajar toda esa tensión. Demás esta decir, que necesitaba estar a solas. Al instante que abrí la ducha, comencé a llorar. Me sentí completamente vulnerable y sin respuestas. Me dio mucha bronca y hasta sentí que todo lo que me estaba pasando era injusto. Estaba desesperado y en algún punto me sentía frustrado.
Durante esa noche y al día siguiente, creí que el mundo se me venía abajo y que todo lo malo me estaba pasando a mí. Lo único que podía ver, era el lado negativo.
Me costó mucho; pero después de hablar telefónicamente con alguien que había tenido un diagnostico similar y lo había podido superar; entendí que de mi dependía como asumir esta enfermedad. Podía preocuparme y seguir enojado con la vida o cambiar mi perspectiva y ocuparme de la situación. Esta última alternativa, fue la que me incentivo a prometerme que, pasara lo que pasara, iba a intentar hacer todo lo que estuviera a mi alcance para poder curarme. Creo que esa actitud positiva fue fundamental en toda esta experiencia.
Una semana después de recibir las novedades, me operé el tumor. Hasta ese momento, jamás me había sometido a una cirugía mayor ni había sido anestesiado por completo. Todo era desconocido y eso me generaba mucho miedo. Sin embargo, estaba dispuesto a involucrarme en cada situación con tal de seguir viviendo.
Entré al quirófano sudando de los nervios y al cabo de unos minutos me quedé dormido por el efecto de la anestesia. Al despertar vi todo borroso y escuché voces. Pronto me di cuenta que estaba en la habitación del sanatorio.
Al parecer, la operación había salido bien, ya que habían extraído el testículo y removido el tumor. Solo faltaban los resultados de la biopsia y determinar cómo iba a seguir esta historia que hasta aquí parecía ser simple y sencilla, pero que pronto empezaría a complicarse.
Al poco tiempo de la operación, recibí los resultados de la biopsia donde se indicaba que el tumor extirpado era un carcinoma embrionario (maligno). Post biopsia, y con un panorama no muy alentador, me realizaron una tomografía por positrones (PET) cuyas imágenes mostraron una adenopatía retroperitoneal, es decir se había detectado una metástasis.
Aparentemente someterme a una cirugía y perder un testículo no había sido suficiente para vencer al cáncer. Al contrario, este se estaba propagando y yo debía decidir qué hacer. De algún modo, mi vida dependía de las decisiones que estaba a punto de tomar. Sé que estas circunstancias pueden parecer desesperantes, y de hecho lo son; pero por alguna razón me sentí muy seguro y confiado en cada decisión.
La primera encrucijada se presentó cuando los doctores me sugirieron dos opciones. Una de ellas era operarme nuevamente para remover la metástasis; la otra tratar con quimioterapia. Analicé las posibilidades, consulté los riesgos y finalmente opté por la quimio. Esta decisión no fue fácil y tal vez haya sido una de las más importantes en mi vida.
Hasta aquí, mi cuerpo había sido afectado parcialmente y en zonas específicas. Si bien había perdido un testículo y tenía la cicatriz de la cirugía, nada de esto afectaría mis funciones vitales de cara al futuro. En cambio, tratar con quimio, podría causar algún efecto temporario o permanente.
El cáncer modificó muchos aspectos de mi vida y cuidar de mi cuerpo fue uno de ellos. Empecé a ser consciente que debía hacer todo lo que estaba a mi alcance para ayudar a mi físico a recuperarse y así poder estar de la mejor manera para cada ciclo.
Durante el tratamiento aprendí a comer más sano y variado, además de hacer actividades que me generaran bienestar. También intenté respetar los descansos, especialmente, cuando me sentía fatigado. Todo esto fue un plus para lograr una mejor recuperación.
Los cinco ciclos de quimio fueron muy duros no voy a negarlo; más cuando empecé a ver como se deterioraba mi físico. A medida que avanzaba en el tratamiento, surgían momentos en los que me dolía todo y quería decir basta. Otras veces pasaba de sentirme fuerte y con energía, a estar fatigado y con el estómago revuelto.
Convivir con los cambios y tener que “poner el cuerpo” fue complicado, pero
creo que la parte más difícil fue la mental y sobre todo la emocional. Esta montaña rusa de sensaciones alteró mi estado de ánimo y me probó como ser humano.
Cada día que iba a hacer quimio, me decía a mí mismo que estaba allí para curarme y que cada esfuerzo que hacía valía la pena.
Más allá de mi determinación, creo que la ayuda y apoyo que me dieron mis seres queridos fue clave para seguir a pesar de todo. Solo no lo hubiese podido lograr; por eso agradezco eternamente a todos los que estuvieron a mi lado acompañándome en cada momento. A veces un chiste, una sonrisa, un abrazo o un gesto de amabilidad, te cambia el día o el humor. Recibir todo ese afecto y cariño, te da la fuerza y energía necesaria para no bajar los brazos.
También soy consciente que mi experiencia fue positiva y no siempre es así. A veces hay situaciones en las que lo más conveniente no es luchar sino aprovechar el tiempo que nos queda para despedirnos y compartir los últimos momentos junto a nuestros seres queridos.
En cierta forma, lo vivido fue algo revelador, ya que me mostró que no hay garantías y que la vida es una sola. Puedo asegurarles que cada vez que el diagnostico empeoraba, me ponía a pensar en todo lo que había hecho hasta ese momento y me daba cuenta que tal vez podía llegar a ser lo último.
Fueron estas situaciones las que me hicieron ver que había estado viviendo en “piloto automático” desaprovechando el tiempo y las oportunidades.
También pensé en aquello que no había hecho o dicho por miedo. ¡Me arrepentí mucho, muchísimo! Me di cuenta que todo lo que había idealizado e imaginado iba a quedar en mi mente y que mis sueños solo iban a ser eso, sueños.
Me generó mucha angustia percibir que aún me faltaban muchas cosas por vivir. Deseaba, desde lo más profundo de mi corazón, poder tener una nueva oportunidad para realizar todo eso que me quedaba pendiente.
Es paradójico ver que mientras estuve enfermo me animé a hacer y expresar un montón de cosas a pesar del miedo. Podría decirse que, mientras estuve “sano” me comporté de manera “insana” y luego fue al revés.
Paso mucho tiempo desde aquella tarde de julio, y puedo asegurarles que aún tengo asuntos pendientes. Las marcas que dejó esta experiencia son imborrables y cada tanto me recuerdan que no estoy exento de nada; que cualquier cosa puede sucederme en un instante. Además, me demuestran que la vida es finita y efímera; y que la muerte es una parte inevitable de este ciclo.
Soy un afortunado al tener esta nueva oportunidad. Muchos lucharon y hoy no están; por eso sería muy ingrato de mi parte, desperdiciarla.
Espero que mi relato sirva y aporte un granito de arena a todo aquel que lo lea.
Creo que no estamos aquí simplemente para transitar la vida y esperar que nos llegue la muerte; por eso, hagamos que nuestro paso por este mundo sea una oportunidad para realizar y compartir aquello que queremos vivir.