Uchi Prado
Tengo tanto para decir, me pregunto por dónde empezar. Seguramente me sugerirán por el comienzo, pero en mi caso viví varios principios y así tuve el tiempo que me permitió reencontrarme con los amaneceres que la vida promete.
El primero fue hace 7 años lo negué, mis oídos no estaban preparados para escuchar. Cuando me recuperaba de la anestesia oí semiconsciente “te sacamos un carcinoma”. Uy que palabra fea para designar algo benigno, pensé. Ustedes dirán —¡qué ilusa! Mi psicóloga —¡qué negadora! Y yo les digo—sólo fue lo que pude. Evidentemente me aferré a la negación que te deja ver sólo lo positivo, y tamiza lo que resulta mucho. Hoy me encuentro otra vez, en lo que podría ser un nuevo comienzo, aún no lo sé.
Con David mi marido íbamos para el consultorio de Pepe, mi ginecólogo, a buscar el resultado de una nueva biopsia. Aferrada a la esperanza, jamás sospeché lo que aquel encuentro tenía preparado para mí.
Pepe nos hizo entrar y apenas nos sentamos de manera pausada, balbuceó hasta que pudo encontrar las primeras palabras, — acá tengo …Justo en ese momento, entraron al consultorio unos cuantos personajes raros, con micrófonos, cámaras de fotos, celulares y filmadoras. Todos nos sobresaltamos, pero sobre todo, me sentí muy extraña.
—Señora, ¿usted es María? —me preguntó uno de ello.
—Sí —dije tímidamente.
Otro siguió preguntando —¿de apellido Posadas?
—Sí, sí, ese es mi nombre —les dije—. Aunque todos los que me conocen me llaman Mari Posa.
—Bueno, entonces le queremos decir que ha sido seleccionada entre muchas pacientes para participar de un concurso que puede terminar con un viaje. Siempre que pase las pruebas de preselección.
—Mmm no sé qué decirles —dije, con la duda que me caracteriza, y lo miré a David que seguía sentado a mi lado, tomándome de la mano cada vez más fuerte. Su mirada no podía contener la sorpresa y emoción, que le producía todo lo que nos planteaban.
—Estoy con vos. En ésta como siempre, estamos juntos —no tardó en decirme. Aunque yo ya lo podía leer en su expresión, en la forma en que me sostenía. Me hizo bien escucharlo.
Cuando estaba por contestarles, se adelantaron y me preguntaron —¿usted cómo llega acá?
—Vine porque cuando me estaba bañando, me toqué en un pecho como un bultito, como la puntita de una lapicera.
—Se miraron y exclamaron —pero ¡qué admirable! ¡qué sorprendente! ¡qué premonitorio! ¿usted se da cuenta que es una elegida?
—No, la verdad que no, por el momento no estaría entendiendo mucho —contesté.
—Hemos descubierto a partir de esta biopsia, que lo que usted tenía en el pecho no era la puntita, sino la lapicera entera. Parece ser que usted lleva en el alma la escritura.
—y eso ¿es bueno? —pregunté.
—¿A usted que le parece? —repreguntaron al unísono.
—No sé —dije—. Siempre mi gente querida me alienta para escribir porque dicen que les gusta como lo hago.
—¿Y entonces? —me preguntó uno de ellos.
Casi sin pensar, muy convencida le dije —y bueno ellas me lo dicen porque me quieren.
—Entonces es… cú… che… se —dijo de manera muy marcada y pausada—. Ahí tiene la respuesta.
Cada vez más desorientada, —sólo atiné a hacer una preguntita escueta —¿Cuál es?
Sin detenerse para respirar exclamó —¡ay por Dios, qué mujer! ¿Usted qué le diría a alguien a quién quiere, algo que considera una mentira para ridiculizarla o le diría lo que siente sinceramente para hacerle un bien?
—Pero obvio, ni pensarlo, lo segundo.
Ahí arremetió —entonces ¿por qué duda?, ¿qué está esperando? —Casi sin pausa siguió con su repertorio—bueno sigamos, ¿qué la angustiaba tanto esta vez que tenía que buscar un nuevo resultado?
Pensé y dije —que la primera vez que me operaron era malo de una, la segunda bueno de una y en esta oportunidad era dudoso.
—Pero muy bien, entonces venimos a aliviarla, en la operación además de sacarle la lapicera para que pueda apreciar sus recursos, en el mismo acto quirúrgico le sacamos la “duda”, hoy ya sabemos lo que es, así que hágame el favor déjese de dudar y póngase a escribir.
Hice una pausa. Miré a David, que me sostenía de la mano, y a Pepe que asentía con su cabeza y agregué —perdón, pero no sé qué podría escribir yo, si con mis relatos hasta mi psicóloga se duerme —y aclaré— bueno en realidad cabecea porque hace un esfuerzo para no dormirse, ¿a quién le podrían interesar mis historias?
—¿Nunca se le ocurrió pensar que quizá a su psicóloga sus relatos fantásticos e imaginarios le permiten soñar? —me preguntó otro de ellos.
—La verdad que no —contesté.
—Así que vaya viendo que hace con ese “no sé”. Usted fue operada de la duda, ¿entendió?, ¡chau DUDA!, la DUDA “arafue”.
—Bueno —le dije—. Si usted lo dice…
—Ahora vuelva a su casa, les dice la noticia a sus hijos y si está decidida a participar, previo interrogatorio en lo del Doctor J, el oncólogo, usted comenzará a participar de este concurso que no es otra cosa que un juego, como a usted tanto le gusta.
—Uy ¿me mandan a la casa de Jack?
—¿De qué Jack está hablando? —me preguntó, ya algo inquieto.
—“El destripador” —le dije, mientras reía de costado como para que entendiera que era un chiste.
Salimos del consultorio, nos despedimos afectuosamente de Pepe, quien mostraba aún sorpresa en su mirada.
Pasamos la puerta y con David nos sostuvimos en un abrazo. Una vez más juntos. Pero esta vez parecía diferente no sé por qué, bah o si lo sé, anda a saber, a eso me mandaron…
Ahora teníamos por delante, para mí, el momento más conmovedor, como la palabra lo dice son de esos momentos que no dejan nada en el mismo lugar. Debíamos decirles a los chicos que yo había sido preseleccionada para este concurso y lo del bolígrafo y todo eso.
Volvimos en un silencio cargado de palabras que ninguno se atrevió a pronunciar.
Siempre que traspaso la puerta de mi casa tengo la misma sensación de serenidad, que me dura hasta el segundo paso. Porque, como de costumbre, hay pelotas de rugby por el aire y chicos corriéndose o tackleándose, alguno gritándole a la Play como si lo escuchara y todo eso. Es como una ráfaga de vida toda junta, pero la serenidad se va esfumando para dar lugar a “mi familia”.
Mis tres hijos, Naqui, Nitram y Zagu, percibieron algo en nuestras caras, porque cuando se quedan tranquilos sin que nosotros les digamos nada, hay dos opciones o trajeron una mala nota en la libreta o saben que el horno no está para bollos y como están de vacaciones, sólo la segunda de las opciones era posible.
La pregunta no tardo en plantearse, —¿Qué pasa Uchi y Rapo? (así nos dicen, son tan originales).
—Bueno —les dije, carraspeé un poco y ahí tomé coraje—. Fui preseleccionada para un concurso que puede terminar con un viaje, pero parece que primero me hacen una encuesta para saber si verdaderamente estoy seleccionada y luego el concurso. Todavía no me dijeron de que se tratará, por lo que entendí es como un juego. Así que con papá decidimos que voy a participar.
A continuación, se produjo un silencio sostenido que parecía que jamás se iba romper, más cuando tres adolescentes están por expresarse.
El primero en hablar fue Nitram que no podía parar de llorar, sus lágrimas me hicieron sentir una profunda ternura.
—Ma —atinó a decir.
—¿Qué Ni? —le pregunté.
—Si el concurso es una búsqueda del tesoro, vamos a ver juntos una peli que te va a ayudar, porque vos tenés que jugarlo como una “búsqueda de la felicidad” y ahí vas a sacar toda la garra para encontrarla —me dijo emocionado.
—Gracias Nitram —le contesté.
En eso escucho otro Ma. —¿Qué Zagu? — le pregunté.
—Si el concurso es de chistes, yo te voy a contar uno que está tremendo, con éste ganás seguro, —dijo algo nervioso.
—Dale espero ansiosa, lista para escucharlo.
—“Mamá, mamá a mi amigo Gastón ahora le decimos Ton” “¿Por qué hijo? pregunta la madre” “para ahorrar el gas” —remata el chiste, vislumbrándose un brillo especial en sus ojos.
—Ja, ja, ja, ¡está buenísimo!, ese nunca me lo voy a olvidar —le dije, sonriendo.
Pero no se escuchaba el tercer Ma que faltaba, miro a mi lado y veo una especie de Buda, pero enojado y todo colorado. Le pongo una mano en el hombro y pregunto —¿qué te pasa Naqui???
—¿Por qué te tuvieron que elegir a vos? —me dijo cabizbajo.
—Eso no lo puedo responder, pero sí que tengo la mejor hinchada para jugarlo —le confesé con profunda sinceridad.
—Pero Uchi yo te necesito en mis partidos, necesito que estés ahí al pie de la cancha alentándome, cuando juego —agregó.
—Y quién dijo que no voy a estar, sólo que ahora me proponen jugar a mí. Yo aprendí mucho de ustedes al mirar sus partidos. Así que estoy preparada para hacerlo—y casi sin detenerme, agregué — cuando el juego me implique moverme más rápido, ahí vas a estar vos y tu habilidad para correr, y cuando tenga que pararme firme, ahí va a estar Zagu y su mejor tackle, y cuando tenga ser yo quien sorprenda va a estar Nitram con su versatilidad y su pisada que despista o su manera de pescar pelotas, en mi modo de atrapar buenos momentos.
Siempre tan inquietos los cinco, mientras hablábamos, no nos dimos cuenta de que ya nos habíamos levantado de donde estábamos sentados y que nos encontrábamos uno al lado del otro, formando una ronda y una vez más nos sostuvimos los cinco en un abrazo y sentí en mis brazos a mis tres hijos. Sus hombros, espaldas, brazos hasta encontrar con mis manos las de David que sostenía del otro lado. Y ahí entendí porque vine al mundo con los brazos tan largos, algo que de adolescente me hacía sentir un mono. Hoy supe que la razón tenía que ver con este abrazo con el que sostengo y me sostienen, y en un susurro como esas canciones de cuna que les canté tantas veces les dije —los amo.
Bueno ahora sí, próxima a la largada, allá vamos a lo de Jack, a ver que me proponen, es la primera vez que voy sin estudiar a un examen. “Bueno que sea lo que Dios quiera”, pensé.
Llegamos a la puerta del consultorio del Dr. J y otra vez. Adivinen…Síííí, los personajes esos raros todos juntos. Cuando nos vieron, comenzaron a sacudir unos banderines, señas con las que nos hicieron saber que estábamos en el lugar correcto.
—Nos sentimos muy emocionados porque finalmente se decidió a participar y a no dejar pasar esta oportunidad —me dijeron todos, al mismo tiempo.
La verdad no esperaba esta bienvenida, pero como me invadía la incertidumbre y no quería que se hiciera evidente, sólo atiné a decir un tímido —gracias, permiso por favor.
Todos ellos obvio entraron detrás de mí, hasta que uno dijo —llegó el momento del cuestionario, ¿está lista?
—Claro que sí —le respondí sin dudarlo.
—Serán sólo tres o cuatro preguntitas sencillas, comencemos —dijo uno de ellos.
—Pregunta número uno vamos a poner una situación hipotética, por ejemplo, usted tiene
que hacer un informe y viene su marido y le dice “te preparé este rico cafecito, vení a tomarlo conmigo”, ¿usted qué responde?
Pensé sólo un instante y respondí —le digo “negri bancame un ratito, termino el informe que sí o sí es para mañana y ya voy”. Cuando al fin voy David quizás ya estará dormido y sabe una cosa, ahora me doy cuenta, seguramente las personas para las que hice ese informe, al otro día posiblemente no irán a buscarlo, como tantas veces me pasó.
Todos me miraban sin siquiera pestañar.
—Próxima pregunta ¿usted está haciendo un curso, es cierto?
—Si, si es así —les dije.
—y lo hace con algunas de sus amigas del alma, ¿esto es verdad?
Mientras él me hacía el cuestionario yo pensaba, “para qué me preguntará si ya lo sabe” y entonces decidí responder con una pregunta —¿Por qué no se contesta así mismo, si está al tanto de todo?
—Usted ahora y acá se hace la pilla porque sabe que es su cuento y puede borrar, quitar o agregar lo que sea, pero no se haga tan la cocorita y responda a esta pregunta —dijo ya fastidiado—A ver, esta es la situación para analizar, en el descanso usted sale a la calle y ve las bicis públicas y gratuitas, usted ¿qué hace?, ¿se escapa con sus amigas a dar una vueltita en bici , permitiéndose sentir esa sensación tan única del viento en la cara, compartiendo ese momento irrepetible con ellas o vuelve al curso?
—Y bueno vuelvo al curso, pagué mucho por él y quizás me puedo perder de aprender algo importante —mientras agrego un— ¿está bien? y sonrío, un modo sutil de pedir alguna pista.
—Usted en este momento no puede preguntar, limítese a contestar —continuó diciendo.
—Bueno la pregunta tres, mmm no se la hacemos porque sabemos que con sus hijos la tiene un poco más clara y ya la vemos un poco fatigada. Ahora viene la última pregunta que es la definitoria. Pensemos esta situación, usted se levanta a la mañana y se siente muy mal que hace, se queda en su casa a cuidarse o va a trabajar igual.
Mi respuesta fue tan rápida que no tardó nada en salir de mi boca —ah bueno por suerte esta es bien fácil, me extraña esta pregunta, obvio tomo algo y voy igual, parece que usted no sabe que yo pasé la Mononucleosis parada —le dije con orgullo.
—Uuuy —dijo mientras se agarraba la cabeza—. Ahora espérenos por favor, que le daremos nuestro veredicto.
—¿Voy a tener que esperar un tiempito corto? —les pregunté—. Por favor no me dejen acá.
El más bajito de todos —me contestó —acá el único corto soy yo. Váyase haciendo a la idea que, para participar de este concurso, lo central es manejar la paciencia, controlar la ansiedad. Nadie le va a hacer perder el tiempo, sólo a enseñarle a que se de sus tiempos. Mientras se iba alejando, yo me quedé pensando en lo que me había dicho, ese hombrecito que parecía pequeñín a simple vista.
Vi a todos estos personajes juntarse en el medio de la sala de “espera” y cuchichear entre ellos.
De pronto me miraron y dijeron —bueno señora…usted es una de las participantes de este concurso. Le damos la bienvenida y este cálido aplauso para que se atreva a presentarse y como primer paso vaya subiendo esa escalera para hablar con Jack. No terminó de escucharse a él mismo, cuando con cara de disimulo comenzó a toser —ejem, ejem, digo con el Doctor J. Lo que pasa es que usted no sé por qué, nos hace vivir todo esto como si fuera un cuento.
Aquí me encuentro dando el primer paso de los próximos pasos, mientras subo esa escalera eterna.
El Doc me esperaba allí parado arriba de un taburete con megáfono en mano, dándome la bienvenida diciendo —ahí sube, ahí se acerca una de las elegidas para participar de este concursooooo. Turutututu (sonido de trompeta).
Yo disimuladamente haciéndome que me peinaba acerqué mis manos hasta taparme los oídos, porque en realidad me sentía un tanto aturdida, igual obvio no lo quería hacer sentir mal.
Le dije —hola gracias, que lindo recibimiento.
Jack prosiguió y dijo —bueno como usted ya sabe ha sido seleccionada para participar de un concurso muy especial.
Sin mucha vuelta, como me pasa cuando estoy muy nerviosa, sin detenerme en la respuesta —le dije rápidamente —sí, ya me lo dijeron esas personitas raras, no recuerdo cuál de ellos, si el bajito o el otro con orejas grandes.
—Cómo, ¿no les preguntó sus nombres? —replicó.
Ahí me sonrojé. —En realidad mm no, no me di cuenta —respondí.
El Doctor —opinó —qué llamativo, qué sorprendente. ¿Le gustaría que hicieran referencia a usted diciendo esa flaquita, narigoncita, media desgarbada, que siempre anda cargando alguna bolsa?
—Bueno, bueno —interrumpí—. No sería necesaria esa descripción.
—¿Entonces? —agregó y continuó— ¿usted se acuerda lo primero que hicieron ellos?, ¿cuándo fueron a su encuentro?
—La verdad que no, últimamente estoy teniendo un problemita de memoria, pero ya lo resuelvo. —y pispié disimuladamente el comienzo de este cuento—. Aaahhh es verdad. —he intenté esbozar una sonrisa para pasar el momento—. Ellos me preguntaron si yo era María Posadas.
—perdón lo siento —dije avergonzada.
—Es que ellos desde que supieron su caso, se empeñaron en que usted no perdiera su nombre propio por el de un número de concursante —dijo Jack con solemnidad.
Ahí reconozco que se me estrujo el corazón, “¿cómo me pudo obnubilar la fama?”, pensé.
Jack que tenía mucha experiencia, ya ubicaba que había cambios en mí, por eso no indagó mucho más, porque él percibía que algo se comenzaba a develar, como en una búsqueda del tesoro, no quería sacarme mérito de tal descubrimiento.
Y agregó — ¿sabe, además, por qué es especial este concurso? Sólo atiné a levantar mis hombros, mis cejas y curvar mis comisuras. —El doctor prosiguió —porque este concurso lo idearemos juntos, estoy aquí para escucharla, así que comencemos —y siguió—. Lo primero que va a tener que hacer es nombrarme aquellos juegos de la infancia que usted recuerde primero, cierre sus ojos y trate de conectarse con esas sensaciones que le dejaron. No terminé de bajar mis párpados, como cuando se cierran las persianas para invitar al descanso, que comenzaron a dibujarse imágenes con la misma magia que tenían en mi infancia, los dibujos de Pipo Pescador sobre el vidrio surgieron sensaciones tan variadas como intensas. Fue inevitable que se iluminara en mi cara, una sonrisa. Que increíble que esas reminiscencias estuvieran allí tan cercanas, que aparecían como ecos de aquello que había abandonado, dejándolo tan lejos que hasta parecía olvidado. —Bueno —carraspeé un poco porque la voz se me quebraba, dejando escuchar la emoción que producían aquellos recuerdos. Finalmente rompí el silencio y dije —esos juegos son: los juegos compartidos con mi familia en las carreras de postas en auto del colegio, el juego del cuarto oscuro, Martin pescador y el juego de las estatuas o cuando jugaba a Bonanza, vestida con una pollera larga hecha con sábanas, sentada sobre el respaldo de las sillas del jardín, que se convertían en la más fantástica carreta.
Así como en la canción de arroz con leche, estos recuerdos supieron abrir las puertas para ir a jugar…
—Bueno dígame, ¿por qué esos juegos?, ¿qué rescata de ellos?,¿cuáles son esas sensaciones que la hicieron destacarlos por sobre otros? —interrumpió Jack en mis pensamientos.
Después de tomarme un tiempo para responder, fueron saliendo las palabras en un momento de profunda intimidad. —ja, ja. A ver, al cuarto oscuro no hay con que darle, esa mezcla de sensaciones, un poquito de miedo por sentir esa oscura soledad que inquieta, pero de manera contradictoria los nervios por ser encontrada —dije tímidamente—. Confieso que, aunque estaba todo oscuro, yo cerraba mis ojos como un modo de sentirme a resguardo.
—El Martín Pescador, ese tren que se detenía en el puente para que baje el último pasajero. Puente de manos entrelazadas. Como en una heladería te ofrecían gustos para elegir, uno u otro definía tu equipo y después la cinchada y con ella la fuerza y el corazón de un grupo de amigos tirando para el mismo lado.
Seguí hablando como en sueños, Jack para mí ya no estaba allí. Y continué —el juego de las estatuas tan mágico. La parecita de mi casa que daba a la vereda se convertía en una vitrina, dando lugar a estatuas de elefantes, leones, soldados, bailarinas, payasos o muñecas. Muy quietitas permanecían hasta que, al ser tocadas con las varitas de Magos o Hadas, cobraban vida y comenzaban a moverse de manera pausada, sigilosa… marchando, danzando, volando, haciendo piruetas o moviéndose como marioneta, cada uno terminaba de representar su gran obra, que concluía con el canto de “que Viva la Reina”, luego que el jurado de Magos y Hadas daba su veredicto, dando lugar a la algarabía.
Las puertas de los juegos se abrían unas tras otras, como las del agente 86 y yo ahí disponible de cuerpo y alma, asomándome en cada una de ellas, dejándome atrapar por esos juegos.
Seguí con mi relato, aunque en realidad eran mis recuerdos que se pronunciaban —y las carreras de postas eran maravillosas, todos en el auto de mi papá, la familia en equipo y toda la creatividad puesta en juego. En la resolución de acertijos, en conseguir algún objeto extraño produciendo revuelo en cada casa a nuestro paso, llegar disfrazados o cantando una canción que inventábamos en el camino. Todo eso en un tiempo estipulado, llegando a una plaza o esquina de nuestro barrio, donde había que presentarse frente al jurado de notables ja, ja ¡¡¡qué divertido!!!
—Y qué decirte de Bonanza, cuantos sueños. Yo entre nos, era la novia de Adam Cartwright y mi jardín “La Ponderosa”. Me sentía una chica de campo, guapa y hacendosa, ja, ja, que geniales son los juegos en la infancia, ¿no? ¡Qué mágico es ese tiempo en el que podemos envejecer en un segundo y volver a nacer en el mismo instante! Ese tiempo que se eterniza en el juego. Sólo encontraba un límite en el llamado de mi Tía Nené, que nos anunciaba que era hora de entrar porque estaba por pasar el hombre de la bolsa. Aunque muy temido en realidad él nunca llegaba. Se nota que hice algún pacto secreto con este personaje imaginario, quizás por eso ando siempre con bolsas ja, ja, ja.
—La verdad gracias Jack —le dije emocionada—, por despertar estos recuerdos que parecían dormidos.
A continuación, el doctor definiría a partir de analizar cada dato compartido, la modalidad de mi concurso. Y dijo —bueno teniendo en cuenta todo lo que usted ha dicho, su concurso tendrá un poquito de cada uno de esos juegos. Habrá momentos de oscura soledad y ese miedo por el encuentro con lo desconocido, pero a la vez ese hallazgo es una oportunidad de salir de esa oscuridad. Habrá momentos que cierre sus ojos para ponerse al resguardo. Tendrá que hacer elecciones y tomar decisiones como los sabores del Martín Pescador. En el transcurso de todo este concurso, en cada momento será central la fuerza y el corazón de un grupo de gente querida unida, tirando con usted para el mismo lado. Además, acá hay que salir del lugar de estatua para dar lugar a la vida. Vivir intensamente cada momento haciendo uso de esas varitas que muchos magos y hadas de todos los días, a menudo ponen a su alcance para transformar la vida, sólo deberá dejarse tocar por ellas y que “Viva la Reina”. —Por todo lo dicho le propongo que éste —siguió—, “su concurso” sea como aquellas carreras con postas para que pueda disponer de esos tiempos de juego, que usted destacó con tanto esmero. El único modo posible de transitarlo será ir paso a paso. y paulatinamente la invitaremos a ir despojándose de esas bolsas que parecen tan pesadas. Oportunidad de un nuevo camino por delante. Porque no importa desde donde partamos ni hasta donde lleguemos, lo esencial es disfrutar del camino, de su propio trayecto.
—Ahora vaya nomás que ya fue mucho por hoy —concluyó.
— pregunté– ¿Después tengo que volver a verlo?
—Posiblemente, pero no se adelante, recuerde paso a paso —dijo claramente. Y como cuando teníamos que hacer una prenda, sabiendo que jamás adivinaríamos, un poco jugando otro poco en serio concluyó—veremos, veremos y después lo sabremos…
Así que simplemente me dispuse a jugar. Le agradecí al doctor por su tiempo, su escucha, en fin, por su enseñanza.
Cuando bajé las escaleras, vi que estaban todos los personajes que ustedes ya conocen qué, aunque un poquito raros, ya no quiero calificarlos así, porque descubrí que lo raro no estaba en ellos, sino en el lugar que sin querer les di.
Entonces me decidí a romper el silencio —Buenoooo…Holaaa —alargando las vocales para encontrar el tiempo de entrar en tema—. Perdón —esbocé una sonrisa entre pidiendo permiso y disculpas al mismo tiempo—. Pero se me pasó por completo, preguntarles ¿cómo se llaman?
Ellos comenzaron a decir sus nombres. En el de cada uno resonaron en mí aquellos de tantos otros, que se dejaban escuchar como señales de esas personas significativas en mi vida que sabía de algún modo estarían conmigo.
Crucé la sala de esta” espera”. Espera, ¡qué palabra! Siento que a partir de este concurso cobró otro valor. Hoy para mí significa ese tiempo necesario que implica todo trayecto cuando nos atrevemos a dejar huella…
Cuando estaba saliendo me detuve, los miré a todos y a cada uno, esbocé una sonrisa y dije
—“Piedra libre para mí y para todos mis compas” — y me fui…