La Paix
Parte 1: el Chino
El Chino pertenece a la Institución, es parte del sistema y por eso, un reverendo hijo de puta. Hace y deshace a “piacere” … En su zona manda él, es capo en lo suyo, pero tiene una debilidad: los culitos ajenos…
Con él me mandaron varias veces, un castigo…pero al tipo le gusta y lo hace con todos y todos los días.
Hay un solo tipo que se le planta y por lo que dicen, el Chino lo respeta, más bien le tiene pánico. Jamás le pidió el culo. Si lo hace es capaz de matarlo a sangre fría. Ese es Carlos o señor “C”, el más temido.
Parte 2: Carlos
A Carlos me lo presentó el Chino, en el subsuelo de la institución. Como todo subsuelo es sórdido, gris y las salas y pasillos angostos, iluminados por tubos de neón. Los muros se bañan de luz blanca como de pizzería barata, tan gélida que convierte todo en una escena horrible.
El Chino planeo liberarse de Carlos, llegó a tenerle mucho miedo y para sacárselo de encima necesitaba de mí. Sabía que soy tranquilo y que era capaz de mantenerlo distraído, en otra… Al tipo se le sale la cadena y mata. Con el Chino hice un pacto: me propuso no joderme más con el culo y me dejaba ir Carlos, nos íbamos, a donde quisiéramos. Acepté y nos fuimos…
Parte 3: La fuga
El Chino me dijo: “te dejo con él”. Solo atiné a preguntarle: Chino, como hago?… y con voz socarrona largó la ironía: “estás en las manos de dios…”
Ahí nos quedamos mudos, Carlos y yo. Creo que advirtió mi cara de terror, la desesperación que me generaba. Quizá disfruto de miedo. Disimulé, tragué saliva y lo seguí.
Caminamos por el pasillo central, angosto, impregnado a olor a pis, como toda institución. Evitamos los elevadores porque seguro íbamos a encontrar conocidos. Yo sudaba cebolla, me daba asco mi propio olor y también sentía el hedor de Carlos, pero el de él era un olor prolijo, sin manchas ni gratitudes. Era “su” olor, no el de cualquiera. Después de zigzaguear corredores interminables, subimos las escaleras, pasamos frente a la guardia y haciéndose los boludos, unos empleados nos miraron y saludaron como visitas. Por un instante imagine, “el Chino arregló todo”. Ni el cambio de luz de ultratumba al de “afuera”, a pleno sol, me tranquilizó un poco. Ya en la puerta principal caminamos hasta la calle con cierto aire de normalidad y empezó un periplo interminable. Caminamos por horas, sin rumbo. Él, parecía ido, en otro lado, yo, en cambio, seguía turbado, desesperado. Después de horas por fin paramos y tomamos una cerveza ordinaria en barrio cualquiera. Todo sucedía en silencio, es que no había de qué hablar, no sabía nada de él sino los por los cuentos y los mitos conocidos y por lo que dijo del puto Chino!
Parte 4
Por horas deambulamos mudos- De tanto andar ya no sentía los pies, los tenía dormidos. Las manos, cerradas, sudaban, sentía hormigueos. Recién en la plaza principal, sentados en un banco típico, balbuceé algunas palabras al aire, no podía dirigirme a él: “de que van a vivir ellos si me voy? Aun sin pedírselo, Carlos ensayó:” no te preocupes, es posible que vuelvas antes de lo que te imaginas”. Carlos tenía una voz metálica, parecía tener respuestas automáticas, programadas, bien aprendidas. Sus diálogos parecían protocolos, siempre contestaba cosas parecidas. Nunca se jugaba, no decía nada que pueda poner algo de sí en riesgo, mucho menos jaquear su autoridad.
Volví sobre mis incógnitas y dije: “¿pero… no voy a saber manejar esto, como se hace?”
“Vos seguime”, dijo Carlos en un tono policial.
Parte 5
Caminamos hasta casi hacerse de noche, siempre a la par, mudos. Cada tanto largaba una frase de las preparadas: “…ya vas a ver que es fácil…lo vas a aprender a manejar” o si me veía desolado: “no seas cagón, aguanta”. La frase que más me asustó fue cuando una vez me dijo:” o me seguís o te mato…”
Trataba de no pensar y solo asegurarme que mis modos fuesen amigables, no quería enfurecer al monstruo. Sabía por referencias que era implacable, frío, sigiloso y a veces era capaz de asesinar sin piedad. Siempre supe que no iba a ser su cómplice, solo tenía que dejarlo actuar y aguantarlo, hacer buena cara, demostrarle que podía mantenerme tranquilo. No quería terminar siendo una víctima más de su horrible prontuario.
Parte 6
Exhaustos y ya entrada la madrugada y sin tiempo para pensar, sentía que todo se había suspendido. Paremos, le imploré ya casi al límite de huir…
Sólo su voz y mirada severa me obligaron a seguir. Yo sabía que tenía que obedecer hasta el límite y cumplir con cada uno de sus deseos y caprichos. Carlos no perdonaba agachadas, las consideraba traiciones. Tal fue la furia que le produjo apenas una queja de dolor que tuve, que, sin mediar palabra, me acuchilló sin piedad. Quedé tirado sobre la cama, sangrando lento, casi agonizando, como adormecido, anestesiado, veía lunares amarillos, caras raras, un delirio… En la oscuridad de la pieza inmunda que compartíamos, lloré escondido, no quería que vea mis debilidades. Por meses sentí el dolor profundo de la cuchillada. Para él era apenas un correctivo, un trámite del cual sabía, me iba a sobreponer. Y así lo hice. Pasaron días, meses y años y ya van diez a la par. Carlos sigue trabajando, siempre por encargo…y le va re bien. Tiene clientes a “rolete” …
Parte 7
El pacto con el Chino no terminó en la salida, continuó a costa de no volver y menos para entregarle el culo. A Carlos siempre lo vi cumplir un ritual horrible. Mataba por encargo, pero le metía pasión, le gustaba. Es que no tenía piedad.
Siempre pegado a su lado, todos estos años aprendí cómo se hace y casi inconmovible nunca alcancé a dimensionar su crueldad. Solo el pacto con el Chino me hacía seguir junto a él.
¡Chino hijo de puta! pensaba. Lo odié por años…, no podía olvidar aquel: “estás en las manos de dios”. hijo de mil putas!!!
Carlos no me necesitaba, era un capricho tenerme a su lado. Un ladero, un asistente que solo caminaba a su lado y lo acompañaba en sus andanzas, a esta altura me sentía parte de su mundo, ni siquiera me impresionaban sus crueldades. Era solo un testigo mudo de sus actos horribles.
El monstruo podía trabajar solo, no le hacía falta de un tipo común como yo. El Chino se debe estar cagando de risa, pensaba, sabía que yo también le tenía miedo. Es que cada tanto Carlos se metía conmigo, me maltrataba a pesar de mi buen humor y lealtad permanente, me decía cosas horribles: “te voy a matar” …”no jodas que estas cerca…”
Parte 8
Todo se volvió rutina, ya no me sorprendía ni impresionan sus maldades.
Empecé a tenerle cierta simpatía, al final de cuentas terminé por entenderlo y casi disfrutaba las cosas que me obligaba a hacer…Con el tiempo lo nuevo se volvió normal, como un trabajo más y en cierta forma empecé a ver una de salida. Sentía que podía irme
Estar “preso” es agobiante. Todos los días lo mismo, similares comidas, la ropa uniformada, los horarios parecidos, las órdenes iguales, todo se vuelve gris. Los castigos, las torturas, los sufrimientos forman parte del sistema y están avaladas por las instituciones, todos lo saben.
Con Carlos empecé a ver diferente. Lo horrible podía volverse bello, el dolor o el sufrimiento se transformaban en placer. Claro, las drogas fueron una compañía inseparable y me “ayudaron” tanto como el whisky…
Carlos no tomaba, no fumaba ni se drogaba, pero me dejaba. A veces me pedía que lo hiciera. Quería ver que me pasaba y era inevitable, yo aceptaba su pedido y lo hacía como un premio. ¡Cómo disfruté la falopa!!! Jamás lo hubiera podido hacerlo solo.
Parte 9
Con Carlos nos hicimos casi amigos, compañeros de ruta, llevamos años juntos. Él hacía lo suyo y yo nunca le dije nada y eso le gustaba. El solo quería que yo viera su trabajo. Gozaba teniendo un espectador permanente, un testigo de sus crueldades, un ladero que nada le decía. En mi lugar de “gamba” me limité a seguirlo, a acompañarlo en silencio. Llegamos a viajar juntos, tenía clientes por todos lados. Conocimos lugares impensados, disfrutamos comidas, y me emborrache mil veces. Siempre teniéndolo a mi lado, mirándome, controlándolo todo.
Parte 10
A esta altura, al Chino, ya lo olvidé, casi que le agradezco haberme puesto al lado de Carlos. ¡Hijo de puta! Qué bueno resultó todo. Carlos mata por encargo y yo soy solo su ladero…ni cómplice ni alcahuete, solo ladero. En cierto modo Carlos ha sido generoso y de él “viví”, hasta ahora y ya van diez años. ¡De a ratos me hizo feliz, me sentí libre e hice “lo que qui-se!”. De a ratos pienso que ya fue, que debo irme, aunque un abandono lo puede molestar y mucho. Si me voy solo, Carlos puede volver con cualquier excusa y matarme. Por eso no lo hago enojar, disimulo mis juegos de riesgo, no sabe de mis escapadas. No quiero que los tome como una provocación o desafío, mucho menos que lo estoy traicionando…Carlos es terrible.
Final
Hoy lo vi a Carlos de lejos… caminaba mudo, con la cabeza gacha, duro, perfectamente inmundo, solo como siempre. No me animé a acercarme. Pensé que podía molestarse. Se todo y nada sobre él y quizá por eso sea prudente mantenerme alejado, cuidarme un poco e ir alargando las distancias.
El día que decidí irme, Carlos estaba muy enroscado con un tema jodido. Tenía que matar a un pibe… un pibito, siempre por encargo. Su “profesionalidad” no le permitió ver qué pasaba alrededor, que me estaba yendo, que me iba. Quizá ya no le hacía falta y él me largaba- Los laderos acompañan y miran, pero a esa altura mi mirada era compasiva, ya no me impresionaba nada y él lo sabía. Era evidente que prefería seguir sin mí, quizá ya quería estar solo, como dice el tango: “solo…como un cero…solo”.