Bendito diagnóstico que como balde de agua fría nos despierta de la idiotez de creernos eternos.
Bendita cada vez que entré a quirófano, aun cuando no sabía si iba a sobrevivir, porque en cada vez tuve que tirarme de espaldas a la fe y confiar mi vida a Dios.
Bendito dolor postcirugía porque de él aprendí que las suturas y heridas también son emocionales y reprimirlas o postergarlas fueron la puerta a mi enfermedad.
Benditas quimios que luchaban contra las células equivocadas y deformadas como mi mirada hasta ese momento, porque hoy valoro más mi vida.
Bendito pecho perdido en esta batalla, mi pecho preferido, del que tuve que dejar ir para entender que ser mujer es mucho más que dos pechos.
Bendito primer mechón de pelo que se me caía, porque en esa terrible angustia de aferrarme a lo superfluo puede acercarme más a lo profundo de mí misma.
Benditos rayos en 3D, que me enseñaron que estar semidesnuda y en una máquina de ruidos raros porque me llevó a conocer a esos profesionales que contaban chistes y me hacían sentir tan querida en momentos tan tristes.
Bendita la soledad, la oscuridad y el miedo, porque me llevó a rezar por mi y por aquellos oncológicos que están por el mundo.
Benditos aquellos compañeros que partieron antes, enseñándome el camino.
Bendita mi hija que cual faro me ilumina el camino y me dio fuerzas para seguir.
Bendita mi madre que me acompaña en cada paso, con quien lloramos juntas, reímos juntas porque a través del cáncer, la pude mirar con otros ojos.
Bendito mi Dios que me permitió pasar por este desierto sin soltarme la mano y abrazándome con su amor y sus ángeles.
Bendito cáncer ductal invasor que cambió mi vida para siempre y donde hubo desierto, miedo y oscuridad hoy hay un hermoso día de sol y la arena es un bello campo florido dispuesto a compartir su fruto.