Talita Cumi
“No te rindas, por favor no cedas,
Aunque el frío queme,
Aunque el miedo muerda,
Aunque el sol se ponga,
Y se calle el viento,
Aún hay fuego en tu alma, aún hay vida en tus sueños”
No te Rindas
Mario Benedetti (extracto)
En la etapa más dura de esta enfermedad que describiré a continuación, una amiga me regaló la poesía que acabo de citar.
Lo que les voy a relatar seguidamente son los diferentes momentos que atravesé, desde que descubren los tumores hasta hoy…
En el mes de Septiembre del año 2007, en la ducha, examinando mis mamas – de manera no muy minuciosa – detecté algo que no me pareció normal en mi cuerpo: era un pequeño bulto debajo de la mama izquierda que al palparlo, me dolía, al mismo tiempo que me causaba cierto picazón.
Ya casi culminando el año y con muchos compromisos por realizar, opté por no decir nada al respecto, es decir, no quise comunicar a nadie de mi familia sobre lo que, sin dudas, me estaba asustando.
Pasó el tiempo, en el mes de Enero mientras estabamos disfrutando de nuestras vacaciones, luego de tomar un baño y disponerme a descansar, sentí una puntada en la mama juntamente con una neuralgia en toda ella. Ese episodio me llevó a no dilatar más el asunto y decidí hablar con mi esposo y contarle lo que me estaba pasando.
Unos días después, concurrí a la consulta con una patóloga mamaria. La doctora examina mis mamas y solicita la realización de una mamografía. A las semanas siguientes, regresé con los resultados de dicho estudio y en la misma consulta procede a hacerme una punción. Treinta días más tarde, estaría el resultado de lo que había extraído de mi mama afectada.
Regresé a la tercera consulta. Me embargaban sentimientos de duda, temor y tranquilidad, al mismo tiempo… entramos al consultorio con mi hija mayor (M.E.), nos sentamos…y literalmente las palabras de la doctora fueron: “Bueno…es lo que yo imaginaba…es cáncer de mama”
Quedamos perplejas. Escuchamos lo que jamás hubiéramos querido. Incertidumbre, fue la sensación. Me parecía como que no era yo la que estaba allí y que “eso” no me estaba sucediendo.
En ese momento, M.E. sufre una baja de presión, debido a la noticia. Yo quedé sin saber qué hacer. Lo que salió de mis adentros fue un suspiro muy profundo, uno que nunca antes había experimentado. Intenté tranquilizar a mi hija con palabras, palabras que ni yo me creía.
Así comenzó el periplo: Solicitud urgente de otra mamografía por parte de la mastóloga, fue lo que siguió y una posterior consulta para que finalmente me diagnosticara: la mama izquierda correspondía a la categoría 5 del BI RADS. La doctora me explicó que, además, el ganglio centinela también estaba afectado, por lo cual, la operación debía ser de carácter urgente. Su consejo fue sacar toda la mama.
En Abril de 2008 me realizaron la mastectomía, al mismo tiempo que quitaron los 17 ganglios linfáticos de mi axila.
Comienza allí, otra etapa de mi enfermedad, en la que – podría decirse – había atravesado una operación fuerte, pero una operación al fin.
El post operatorio, fue en general muy bueno. Cuatro días internada. Mi parte superior fajada con grandes apósitos. Al obtener el alta, asistía a las curaciones cada 2 días, durante tres semanas. Fueron días difíciles. Aún no estaba preparada para mirar la cicatriz, así que, cuando me quitaban la faja para curarme la herida, yo cerraba mis ojos, con mi cabeza erguida hacia el frente, mientras recitaba, para mis adentros, el Salmo 23.
Seis sesiones de quimioterapia le siguieron a este periodo: una cada 21 días. Estas me descomponían mucho. En la primera sesión, me inyectaron una medicación para evitar los vómitos, pero esta afectó en gran manera mi sistema nervioso. Estaba acelerada, descontrolada, “fuera de mí”… Me tuvieron que llevar a la guardia de oncología donde me administraron una medicación que me tranquilizó.
En la etapa de quimioterapia, experimenté la caída del cabello y tuve de obsequio infinidad de pañuelos que mitigaban la ausencia de mi cabellera, queriendo que la variedad de colores cubriera lo gris de la situación atravesada. Por otra parte, cualquier olor a comida hacía que me descompusiera, por esta razón, ocuparme de cocinar en casa era imposible. En ese tiempo sólo tomaba té y permanecía acostada una semana luego de las aplicaciones de la droga. Paso seguido, era reponerme físicamente un poco para enfrentar la siguiente quimio. Terminado este tratamiento, comencé con un mes de radioterapia.
Tendría muchas más anécdotas para contarles, sentimientos, experiencias, información, personas que conocí en el transcurso de la enfermedad, sin embargo, quiero referirme a Dios. En todo momento sentí su ayuda, su mano sosteniéndome, dándome fortaleza, entereza y paz las que contrarrestaban el miedo que me envolvía.
Por otra parte, y con igual importancia, destaco a toda mi familia: mi esposo, mis hijos, mis hermanas/os, amigas. Ellos sufrían en silencio, pero se mostraban fuertes frente a mí. Me acompañaban y se apoyaban y consolaban mutuamente.
El Dios Supremo, permitió que por medio de los tratamientos, mi salud fuera restablecida completamente del cáncer. Era una etapa superada. Fue como ganarle a un gigante.
Continué asistiendo cada 6 meses a los controles. Siempre me encontraban bien. El cáncer se había detenido. Subí de peso, creció mi pelo y disfruté la llegada de mi quinto nieto que se agregaba a nuestra familia.
Habían pasado 8 años del primer diagnóstico, estábamos a mediados del año 2016. Consulté a mi médico porque sentía malestar en la zona abdominal derecha. Me indicó que deberían realizar una ecografía en el lugar en que sentía dolor. Concurrí para concretar dicho estudio. Ya en el consultorio, el profesional a cargo, me explica que las imágenes que observaba en mi cuerpo, revelaban la aparición de tumores en la zona del hígado. Posteriormente, me realizan una biopsia: un procedimiento muy doloroso, en una posición incómoda, del cual concluí desvanecida. El diagnóstico estaba confirmado. Nuevamente en mi vida aparecía el fantasma llamado “cáncer”.
Al asistir a la consulta con mi médico, el paso siguiente fue definir el tratamiento. Comencé nuevamente con quimioterapia, otra vez pasar por todo lo anterior. Pero esta vez sería por un tiempo mucho más largo. Debido a que los estudios periódicos indicaban que la medicación que entraba en mi cuerpo, no causaba el efecto esperado, hubo que cambiarla. Fueron dos años ininterrumpidos de quimioterapia. Cada consulta a la que asistía, estaba peor…el cáncer no se detenía.
Una de mis hijas, para ese momento, había realizado consultas al doctor que me atiende sin que yo lo supiera. El oncólogo le indicó que el panorama era complejo, solo había un 20% de posibilidad de mejoras en mi salud.
Mis venas estaban extremadamente delicadas. Tomaba mucho líquido, me ejercitaba presionando con mi mano una pelotita para que pudieran colocar la vía sin hacerme doler…pero no alcanzaba. Aún, con todo el amor y dedicación con que las chicas de oncología ponían al pincharlas, la mejor opción fue colocarme un catéter y suministrar directamente por allí, la medicación. Así mis venas descansaron.
Con el afán de seguir viviendo, incorporé a mi alimentación, dieta a base de frutas y verduras orgánicas y todo cuanto me decían que podía ayudarme, lo hacía. En muchas ocasiones, comía y tomaba cosas que no me gustaban….pero el deseo de seguir en carrera era más fuerte. Llegué a pesar, tan sólo, 42 kilos de los 60kilos que tenía al principio del tratamiento. Habían colocado por mis venas todas las opciones de quimioterapia. La última alternativa que quedaba por probar, era una medicación por boca. Así que para Octubre del 2017 comencé con eso.
En febrero del 2018, cumplía 60 años. Mi familia organizó para la ocasión una celebración hermosa, pensando tal vez sería el último cumpleaños que disfrutaríamos juntos. Claramente estaba consciente que ellos advertían lo mismo que yo: podían ser en un corto tiempo, la etapa final de mis días. Vinieron mis hermanos desde la provincia de Santa Fé y Mendoza. Me sorprendieron gratamente ese día. Estaba tan contenta, excepto que físicamente no estaba plena. La medicación me producía muchos vómitos; mis pies y manos se agrietaban. A estas alturas del proceso y por los dolores intensos sumado a las heridas en mis extremidades, ya me había dado por vencida. Solo una cosa pasaba por mi mente… descansar… aún cuando esto significara que el cáncer me llevara de este mundo.
Pese a todo pronóstico, afortunadamente, he superado ese proceso. El último estudio realizado – 20/12/2018, llamado P.E.T. concluye: “No se observan imágenes híper metabólicas patológicas”. Por mi parte solo pienso en que ha sido un milagro, de estar tan mal física y anímicamente, hoy puedo decir que estoy muy bien. Llevo una vida normal. Soy esposa, madre, abuela, disfrutando de esto cada día. Hago con placer las cosas que siempre me han gustado: agasajar a otros cocinando, tener conversaciones con la gente, tocar la guitarra, leer – la Biblia, mi libro de cabecera –
Este tiempo de mi vida, lo comparo con la rueda de una bicicleta, se preguntarán: ¿Por qué?
Una rueda tiene muchos rayos y sin ellos, no se puede andar. Cada rayo, son todas esas personas que con su ayuda, palabras, acompañamiento, hicieron y hacen que en mi lucha contra esta enfermedad no me haya sentido sola: Toda mi familia, siempre atentos a lo que necesito: todos ayudaron desde algún lugar: acompañándome a las consultas, estudios; cocinando saludable para mí; facilitándome trámites y recursos, como la cremas para aliviar las consecuencias de la quimio. Mimándome, siempre preocupados por mi bienestar. Entiendo que es vital para quienes atraviesan tamaña carga, la contención emocional de las personas que nos rodean. Otro sostén, fueron quienes, además, se aferraron a la oración, y pidieron por mi recuperación;
Un párrafo para quienes no puedo dejar de mencionar: a mi oncólogo H.A.V. y a todas las enfermeras de esta sección, personal de secretaría, el señor que traía mi almuerzo al mediodía en quimioterapia. Personas muy especiales, cariñosas. Cada vez que voy a un control los sentimientos se entremezclan: es temor – de que algo no esté bien en mi cuerpo- y alegría de ver a todo este plantel. Mi agradecimiento inmenso a cada uno de ellos.
Estos años han sido verdaderamente difíciles, pero buenos, a pesar de todo. Esta experiencia me ha servido para madurar en ciertas áreas de mi vida. He pulido mi carácter y cambiado la mirada hacia los demás. En todo esto, he aprendido, además, que lamentarnos de lo que nos toca y tomar una actitud de victimización, tampoco ayuda.
Concluyo diciendo que, valió la pena el camino recorrido: el premio que he recibido, son la experiencia de vida y las personas conocidas. Por último, haber puesto en palabras todo este transitar, mirando hacia atrás y repasando el camino, no solo ha sido sanador y valioso para mí, sino que pretendo dejar un mensaje esperanzador para quien leyendo mi experiencia se encuentre en una situación similar. “Muchas veces, los caminos más difíciles y sinuosos, nos llevan a los paisajes más extraordinarios”