Titina
Uno nunca se imagina que algo malo le va a pasar. Con 46 años, con un buen trabajo, una familia con hijos adolescentes, un compañero a quien amar, amigos con quienes compartir. La vida sonríe, somos inmortales y el mundo nos pertenece. En ese contexto aunque el cuerpo hable…uno no escucha.
El primer susurro fue allá por agosto, estando de vacaciones en Bariloche. Quise hacer una caminata por los senderos del Catedral. No entendí en ese momento porqué, pero no pude avanzar ni siquiera un kilómetro y parecía que el corazón se me salía de la boca. Me tuve que sentar, y abandonar el paseo. Supuse que estaba fuera de entrenamiento. Me quedé en la base, alguien se quedó conmigo y pasamos el día esperando que el grupo regrese. Nunca presté atención a este episodio, ni en ese momento, ni después. Volvimos a casa, seguí con mi vida normal. Me sentía un poco cansada, pero es que hacía tantas cosas…
El segundo episodio fue en Villa Gesell dos meses después. Había ido manejando el auto a un Encuentro Provincial. Como el Encuentro era en el mismo hotel que me hospedaba no tenía que moverme demasiado. Iba de un piso a otro en ascensor. El hotel estaba sobre la playa así que tenía el mar ahí, al alcance de la mano. El desayuno y la cena estaban incluidos en el paquete y al mediodía íbamos a un restaurant muy cerca del hotel. Pero un día decidí ir al centro, recorrer negocios para comprarle regalos a mis hijos y a Néstor, mi marido. Caminé cerca de 20 cuadras, compré cosas pesadas y, cuando decidí volver al hotel no me daban las fuerzas . Parecía que me había quedado sin pilas. Me senté en un banco y estuve allí un par de horas. “Qué me pasa?”, pensé. Sentía que el aire me aplastaba contra el banco. Y esperé. Cuando sentí que las fuerzas habían vuelto, comencé a caminar y despacito, despacito regresé al hotel. Llegué exhausta…pero llegué. Y me fui a dormir. Dormí sin interrupción hasta la mañana siguiente. El Encuentro continuaba hasta el sábado al mediodía. De hecho, a la noche era la gran cena…Una amiga, Patricia, quería volverse a Buenos Aires esa tarde y no sabía cómo. Así que decidí volverme yo también. Algo no andaba bien y no sabía de qué se trataba.
Mi regreso a casa terminó siendo una pesadilla. Manejé casi 4 horas. Salimos algo tarde así que se hizo de noche en el camino. Mi amiga no quería manejar. Me dijo que no veía bien de noche. Cuando faltaba más o menos 1 hora para llegar empecé a sentir que mi cuerpo no daba más. Debía hacer un esfuerzo sobrehumano para mantenerme alerta. Por suerte casi no había tránsito, entonces solo debía concentrarme en sostener el volante, acelerar y mantenerme en la ruta. No dije nada para no asustar a mi amiga. Pero creo que los últimos kilómetros los hice porque alguien desde algún lado me guio y sostuvo el auto derecho sobre la ruta, por mí. No sé cómo llegué a casa. Por suerte Patricia no se dio cuenta y como la pasaban a buscar por mi casa no me tuve que desviar.
Al día siguiente amanecí con algo de fiebre y muy pocas fuerzas. Supusimos que sería una virosis. Tomé medicación para bajar la fiebre y dormí todo el día. El domingo debíamos ir al bautismo del hijito de unos amigos. No podía faltar. Es así que me mediqué, me arreglé y…allá vamos!!!! No recuerdo demasiado de ese día. Me pasé la mayor parte del tiempo recostada en un banco viendo pasar gente, escuchando música desde lejos, cada tanto tomando algo y, cuando podía me sentaba un ratito y participaba de los chistes y conversaciones. Pero la mayor parte del tiempo creo que dormité…
Y llegó el lunes. Me levanté y , aunque me tocaba algunos ganglios inflamados en la garganta, tomé antibióticos y antipiréticos y qué hice????…ME FUI A TRABAJAR!!!! Y manejando. Debía viajar 20 minutos por autopista. Llegué y me puse a atender. Cuando debía hacer entrar a la tercera persona, no pude pararme para buscarla. Así que descansé y cuando me repuse un poco avisé que me iba, no di explicaciones a nadie. Tomé mis cosas y me fui. Subí al auto, lo puse en marcha y volví a casa. No tengo conciencia cómo llegué. Sólo recuerdo haberme acostado en mi cama y nada más. En algún momento de la tarde me desperté y como me sentía muy mal se me ocurrió colocarme el termómetro: tenía 41 grados de temperatura!!! Me dolía mucho la garganta y tenía muchísimos ganglios inflamados. Le dije a uno de mis hijos que lo llame al padre. Vino, me ayudó a vestirme, y por el tipo de síntomas, me llevó al consultorio de un Especialista en infecciones que me pidió una batería de estudios. Al día siguiente fuimos a un laboratorio muy conocido donde me sacaron las muestras de sangre necesarias para determinar qué germen me había habitado. Al mismo tiempo, un bioquímico amigo de Néstor me sacó otras muestras de sangre para analizar. Por la tarde Néstor con cara de preocupación me dijo que debíamos ir a la clínica. Terminé internada, transfundida, con mil estudios, reacciones transfusionales, caras de preocupación, malestares diversos. Tres días después vino la médica. Estábamos Néstor, la médica y yo. Se hizo un silencio. Vi caras de preocupación. Néstor parecía que había llorado. Escuché de repente la palabra Leucemia….Me quedé muda… sentí que empezaban a caer lágrimas de mis ojos y no podía reaccionar. Dentro mío resonaba la palabra Leucemia una y otra vez, y cada vez que la repetía en mi mente volvía a llorar. No sé cuánto tiempo me tomó aceptar la realidad, sé que lloré y lloré… Y de pronto pude escuchar: hablaban de derivarme a La Plata o a Capital. Que debía iniciar un tratamiento en forma inmediata, de que no debía perder tiempo…Y decidí ir a La Plata porque el acceso era más simple, entrar a Capital siempre era un inconveniente…
Me subieron en camilla a una ambulancia y partimos hacia La Plata. Llegamos al hospital. Me estaba esperando un médico de pocas palabras, muy serio. Pero lo sentí absolutamente seguro cuando me dijo: “Yo puedo ayudarla. Si usted está dispuesta, empezamos.” Y vaya si empezaron!!!! Me ubicaron en una habitación aislada previo paso por quirófano para colocar una vía central. Aparecieron bolsas y más bolsas, guías, jeringas. Empezaron a ingresar a mi cuerpo antibióticos, antivirales, antihongos, antiparasitarios, transfusiones de plaquetas, de glóbulos rojos, distintos tipos y colores de quimioterápicos, inyecciones para estimular la formación de blancos. Y luego las reacciones. Me picaba todo el cuerpo. De repente parte de la piel, generalmente el cuello y la cara enrojecían brutalmente. Se me empezó a caer el cabello . Un día estaba relativamente bien y al otro parecía que me había pisado un tren.
Fueron 50 días intensos, donde no existía la palabra futuro. Era tratar de vivir segundo a segundo…minuto a minuto…día tras día…No estaba sola, y eso hizo la diferencia. Hubieron manos que sostuvieron, cada una con lo que pudo. Donando sangre, acompañando con visitas, con mensajes- recibí medallitas, rosarios, fotos, estampitas, frases, cartas, afiches-cadenas de oración, ofrecimientos de todo tipo. Mi madre apoyando a mis hijos. Mis hermanos viendo si eran compatibles ante un probable trasplante. Pero hubo dos personas que fueron mi máximo sostén: Eli y Néstor. Eli vino de Bariloche y se instaló acá. Néstor disminuyó su caudal de trabajo para estar. Siempre sonrientes, siempre positivos, siempre con una caricia a flor de piel, siempre presentes…
Una sola noche no estuvieron conmigo. Y esa noche tuve una vivencia extraña…difícil…aterradora… Me sentía muy mal. Quise hablar y no pude. Quise abrir los ojos y no pude. De a poco empecé a sentir como si me fuera aplastando contra el colchón. Como si mi cuerpo empezara a afinarse, a convertirse en un papel… como si estuviera desapareciendo. Y me encontré teniendo dos claras opciones. Una, respirar hondo, eliminar suavemente el aire y dejarme estar. Era como elegir terminar allí, lo que significaba no sufrir más, no pelear más, elegir tranquilidad, dejarme ir, no tener nada más, no esperar nada después. Era tentador… no sentir más. La otra significaba padecer, seguir dentro de la tormenta, de la incertidumbre, del dolor…Podía elegir: dejarme estar… o pelear. En ese momento pude ver las caritas de mis hijos, sonrientes, llenos de vida… Supe que no debía abandonarlos. Opté por seguir.
A partir de allí las cosas empezaron a mejorar. Terminé con la primer quimio. Hubo remisión completa. Las infecciones desaparecieron. Me sentí mejor y pude volver a casa para continuar el tratamiento en forma ambulatoria. Se acercaban las fiestas de fin de año, y pude pasar la Navidad en mi casa rodeada de mi familia. Con los cuidados pertinentes, me preparaba para la segunda sesión de quimioterapia, pero ya no dentro de una habitación de hospital. Sin embargo algo no anduvo bien y comencé con fiebre. Me volvieron a internar. Pasaría año nuevo en el hospital. De modo que volví a la habitación en la que había estado tantos días. No me sentía tan mal, pero debían controlarme y pasarme medicación endovenosa.
Se acercaba la última noche del año. Por la tarde habían venido unos amigos a saludarnos. Nos trajeron una botellita de Champagne para que brindemos. Néstor la tenía guardada para que nadie la viera. Cuando ya casi eran las doce, nos sentamos en dos sillas, de frente a la ventana con los pies apoyados en el borde de la misma. Uno al lado del otro. Desde adentro se empezaban a ver los fuegos artificiales. La puerta de la habitación estaba cerrada. La del baño también. Todo tranquilo. Estábamos solos. Néstor abrió la botellita, brindamos y tomamos un trago cada uno, y de repente… se abrió de par en par la ventana…permaneció un ratito abierta y se cerró… Con la misma fuerza con que se había abierto. Nos quedamos mudos, contemplando y preguntándonos qué había sucedido. Lo miré a Néstor, él me miró y me dijo: “Ahí entró tu curación”. Nunca supimos cómo y porqué se abrió la ventana. Nunca antes se había abierto. Y eso que estuvimos 50 días en la habitación .No hubo corriente de aire. Nadie abrió ninguna puerta como para que la haya… No encontramos explicación. Un milagro?…
Hoy, doce años después estoy sentada frente a la computadora recordando….