Amada Y. Feliz

No sabía que título ponerle a esta parte de mi vida, intentaré contar mi experiencia lo más precisa que pueda hacerlo.

Cuando llegas a cierta edad, no una en particular, no una cronológica, sino una edad en que has vivido situaciones en que se te pone a prueba de muchas maneras. Los estudios, los trabajos, las relaciones, la maternidad (sola en mi caso). Cuando en muchas de estas relaciones te va bien, sobre todo en los estudios o en los trabajos¸ te motiva a seguir y esmerarte en crecer. Cuando te va mal, te desmotivas, pero aun así seguís y seguís. Porque hay una voz en tu interior que te empuja, que te lo dice y te grita: “Vos podes, vos sos capaz, vos sos mejor que esto, vos sos fuerte”. Esa es al menos mi voz interior, la que hace años no me deja caer y me levanta cada mañana.

Con la maternidad me pasó algo muy loco: Desde que era adolescente tuve en claro lo que quería.

-¿Qué querés ser cuando seas grande I? Sin dudarlo decía-¡Yo quiero ser mamá!

Se reían y me decían, que no se referían a eso.

-¿Maestra, doctora, abogada? ¿Qué te gustaría ser?

-Entendí la pregunta, yo quiero ser mamá. No me importa si casada, soltera, si tengo que adoptar o si puedo llevarlos en mi panza. Yo voy a ser mamá.

Siguieron riéndose de mí.

O grite muy fuerte, o se lo pedí con mucha fe a Dios, porque me dio dos hermosos niños. 15 años el varón y 2 años la nena. De padres distintos, ambos padres ausentes, que no opaco para nada lo que significó para mí ser mamá. Solo tuve que empeñarme un poco más en conseguir el sustento para ellos.

 

Cuando cursaba el sexto mes del segundo embarazo inspeccionaba mis pechos para saber si estaban listos para amamantar, detecte un algo en mi mama izquierda. Un algo al que creía que era por haber estado tanto tiempo sin amamantar.

En la consulta con mi obstetra le conté mi inquietud y solicitó una ecografía mamaria. El resultado fue que “la dureza” en el pecho tenia márgenes definidos, movilidad, no se veía sospechosa pero, sin embargo, la íbamos a tener vigilada, concluyo mi doctor.

Mi hija nació un 29 de septiembre, por cesárea y en la misma cirugía me ligaron las trompas. Siendo soltera fue una buenísima decisión, y sin saberlo, unos meses más adelante sería una excelente decisión.

La mejor leche, la de mayor cantidad y mejor calidad era la de la mama izquierda. El lado preferido de mi hija era ese. Si la ponía del lado derecho, era obligada, tomaba poco, la pasaba a la izquierda y ahí se quedaba. Ese pecho estaba más grande, mas estimulado.

Feliz porque pasaban los meses y seguía teniendo buena leche, olvidé y no olvidé la dureza en mi pecho, casi no la sentía, eso me daba tranquilidad, aunque estaba consciente de que ahí estaba.

Seguían pasando los meses y seguía amamantando a mi bebé, que se ponía cada vez más hermosa. Que cuando llegaba de trabajar, largaba la mamadera y se prendía a su “titita”.

Mis pechos empezaron a hacerse más pequeños, a tomar su escaso tamaño.

Sacaba malas conclusiones, deducciones que los que no queremos saber por miedo a la verdad hacemos muy seguido. Como por ejemplo: creía que el adenoma (de todas las opiniones que escuché de mi gente era el nombre que más me gustaba y que más inocente me parecía) estaba igual, no había crecido, lo que pasaba era que al no tener leche ya y el pecho se había achicado se sentía y se veía más grande. Pero no estaba grande. Eso era lo que yo quería creer.

Buscaba diagnósticos en Google para convencerme de que yo tenía razón, que lo que tenía en el pecho era un fibroadenoma.

Al bañarme, al dormir, cuando simplemente apoyaba el brazo al lado del cuerpo, lo sentía. Estaba ahí. No me quejaba delante de nadie, porque no quería escuchar que me dijeran lo que yo ya sabía: anda al médico.

Aguantaba sola, mis pensamientos influían en mi humor, pero no trasladaba a los demás lo que sentía.

Hasta que un día, un alguien de 13 años en ese entonces, me lo dijo en tono de orden: “Anda al doctor mamá, eso no se ve bien”.

Pedí turno y fui. Me revisó, su cara me dijo mucho más que sus palabras.

-Flaca, no me gusta. Sea bueno, sea malo hay que sacarlo, ha crecido mucho.

Solicitó ecografía mamaria, mamografía, Core biopsia, análisis completos y electrocardiograma. Todo pre-quirúrgico. Los hice lo más rápido que pude y se los llevé. Por lógicas razones tuve que cortarle la teta a mi hermosa bebita.

Con la mamografía descubrieron micro calcificaciones heterogéneas en la mama derecha, por tal motivo, me hicieron punciones en ambas mamas.

Raro en mí, no lloré ni me puse loca, como es mi costumbre. Simplemente esperé resultados.

No recuerdo el día especifico, solo sé que fue en diciembre de 2017. Lo que sí recuerdo fue el diagnostico, que entendí a la perfección, no era muy difícil, más la llamada a mi amigo Pablo, médico clínico. Más amigo que médico. Todo decía lo mismo.

1-Carcinoma Ductal In Situ (mama derecha)

2-Carcinoma Ductal Invasor (mama izquierda)

La llamada a mi amigo la hice desde la escalera de mi obstetra, fui a verlo y se había tomado unos días.

-Amiga, busca urgente a tu doctor, no es bueno lo que dice ese papel.

Ni él ni yo nos atrevimos a decir “cáncer”, sabiéndolo, no lo dijimos.

Lloré cuando leí el diagnostico, lloré cuando vi que el cáncer era bilateral, ese fue el plus inesperado.

Muchas personas me llamaron para que les contara el resultado, pero no quise ni pude hablar, solo con mi hermano y mi cuñada. Llame a mi jefe para avisarle que llegaba tarde al trabajo porque recién me desocupaba de mis trámites.

Me pregunto cómo me había ido. Le conté, volví a llorar. Me mando a mi casa, no quiso que trabajara en esas condiciones.

Entre las personas que evadí ese día, una era mi mamá. ¿Cómo le decía a mi mamá que tenía cáncer?

Quería contarle cuando mi doctor hablara conmigo y me explicara bien para poder explicarle a ella.

Cuando volví a casa ni ella ni mis hijos estaban, fue mejor así, pude tranquilizarme para que no notaran mi tristeza.

Recién cuando pude ver a mi doctor tuve un panorama más claro. Lamentablemente tuve que decírselo a mi mamá de la manera más dura. Por teléfono. No me dijo nada, solo que me esperaba y ahí hablábamos.

Me recibió, me abrazó y no lloró. Yo tampoco. Voy a salir de esta vieja, todo va a estar bien.

Dos días después me hicieron las cirugías.

-Cuadrantectomía de mama derecha

-Cuadrantectomía de mama izquierda

-Disección axilar izquierda

Las cirugías fueron excelentes y el post operatorio no fue tan complicado, o al menos es lo que recuerdo. Solo el drenaje fue una pesadilla, más por el miedo a que se me desenganchara al dormir, o cuando me bañaba, que el dolor en sí.

Retirar el drenaje primero y los puntos después no fue tan duro como lo pensé, ya había tenido otras cirugías antes, cada una tuvo su complejidad, todas fueron diferentes.

Estas últimas me marcaron para siempre. Hay un antes y un después de.

A partir de ahí, es decir, a partir de conocer al doctor que me iba a operar, recomendado por mi obstetra, mi cabeza se tranquilizó. Comencé a encarar mi vida desde otro enfoque.

Podría hablar del tipo de cáncer, de las medicaciones que necesite. Pero resumo diciendo que arranque más de dos meses después de las cirugías y que con la primera aplicación me quede pelada a los 15 días.

Nunca supe si me resfrié porque me dio frio, por el estrés que había acumulado en los días anteriores, o por negarme a ver mis largos rulos en la basura. Pero la segunda aplicación la hice resfriadísima.

Siempre sentí que la tristeza que me causaba el verme pelada era más como la visualización de la enfermedad, que lo que me afectaba en sí, como que caía en la cuenta de todo lo que estaba pasando adentro mío.

Me queda un trecho más. 33 sesiones de radioterapia y un año más de quimioterapia a modo preventivo.

Fue una enfermedad de la cual yo siempre sentí que era injusta, que se llevaba vidas a veces y que los que salían a veces de ella eran unos súper guerreros.

Me tocó a mí, me llegó y me enseñó. Aprendí a ser más fuerte de lo que creí que era. Pero aprendí mucho más.

Aprendí con lo que viví, no sé si aprendí mucho o poco, no sé si lo suficiente. Vi mucho sufrimiento, mucha humanidad en los lugares correctos, mucha fuerza, voluntad y empatía. Agradecida porque tengo unos doctores excelentes, en lo profesional y en lo humano. Contenida por ellos, por la gente que me atiende en la clínica.

Sé que todo esto puede ser una experiencia mala para muchos, no es agradable que te pinchen varias veces en un mes, dormir mientras dura la aplicación para que se pase más rápido, pero todo este grupo humano hizo que el trayecto sea más leve.

Aprendí a ser mamá de tiempo completo, cuando la cama me lo permite. También aprendí a ser hija.

Aprendí a reformular preguntas. No preguntaba ¿Por qué a mí?, sino ¿Por qué no a mí?

Que el cáncer le toca a cualquiera, pero no a cualquiera le enseña, que tampoco todos somos buenos alumnos.

Que amistad tenía un significado, y el que tiene ahora es mucho más poderoso.

Me costó no enojarme cuando me miraban en la calle cuando mi gorro de lana y mi barbijo los hacia apartarse de mi o sentarse en otro asiento del colectivo. Pero aprendí que no todos entendemos que por verme así debían saber qué me pasaba.

Aprendí a no tenerle miedo a la muerte, fue de forma natural, un día me di cuenta de que no tenía que resistirme. Nunca resignarme ni entregarme, pero no resistirme. De todas formas a todos nos va a llegar.

Aprendí a sonreír, era algo que nunca hacía, no era de esas personas que van sonriendo por la calle, ahora sí, me maravilla la vida misma, el sol, la lluvia, la belleza de mirar las estrellas acostada en el césped.

Sonrío cuando veo a una peladita de las que batallan con lo mismo que yo, no en signo de pena sino de “vos podes”.

Aprendí sobre todo a respetarme. Si tengo sueño duermo, si me duelen las piernas descanso.

Hace poco tomé como rutina caminar, me libera la mente y me hace repensar mis objetivos. Todo el mundo me decía que caminara, pero no estaba lista. Ahora sí.

No me enojo como solía hacerlo, aprendí que hace mal.

Perdono y pido perdón cuando lo siento así. Aprendí que me hago bien, y que hago bien.

Suena mal, tal vez soberbio, pero sé que voy a superar todo esto, yo sé que puedo.

Mis pronósticos son buenos, mi actitud es excelente. Mi oncólogo dice que tener una buena actitud es una parte muy importante en el tratamiento, yo soy de las que aprende, y que si mi actitud ayuda, lo mejor que puedo hacer por mí es que mi actitud sea lo más positiva posible.

Quiero vivir, porque se me otorgo esta vida para aprovecharla, y deseo hacerlo.

Quiero vivir porque amo a mi familia, porque quiero verlos cada día crecer al lado mío.

Quiero vivir…