El cáncer lo tuvo cerca de la muerte pero su fortaleza le permitió curarse y convertirse en un destacado abogado.
A José Ledesma le diagnosticaron Linfoma de Hodgkin, le hicieron quimioterapia pero volvió a recaer. Sin embargo, lo tomó como una oportunidad de volver a conectarse con la vida. “Llegué a pesar 58 KG, era un esqueleto vivo. Se me volvió a caer el pelo, las pestañas y las cejas. Dejé de fumar, de tomar alcohol, de trasnochar. Tomé conciencia. Por primera vez en 20 años se me pasó por la mente la aterradora y factible idea de la muerte”, confiesa.
A José Ledesma los primeros síntomas le aparecieron en diciembre del 2004 cuando tenía apenas 17 años. Tenía una inflamación en el cuello (que al cabo de pocos días se le fue) cansancio y dolores en la espalda que al principio fueron tenues y luego resultaron “terriblemente insoportables”.
El diagnóstico inicial fue “dorsalgia” para lo que le indicaron sesiones de kinesioterapia y ejercicios en gimnasio. “Pasaron varios meses en los cuales el dolor de espalda iba en aumento, tenía que tomar diariamente diclofenac para poder calmarlo hasta que en agosto de 2005 me surgió una inflamación en el pecho del tamaño de una mandarina. Fue entonces cuando decidí ver a otro médico, quien me envió a hacer una tomografía y ahí surgieron, por primera vez, los signos del cáncer: múltiples adenomegalias en el cuello, mediastino y abdomen, a ambos lados del diafragma. Me extrajeron del cuello un racimo de ellas y las enviaron a analizar. El resultado de la biopsia despejó toda duda: tenía Linfoma de Hodgkin estadio III-A avanzado”, recuerda, José, a la distancia.
La etapa de la “negación”
Inmediatamente, en octubre de 2005, comenzó con quimioterapia cada 21 días, con un total de 16 sesiones durante casi un año. En esa primera etapa, que José la denomina de “negación” porque realmente no sabía lo que pasaba por su propia mente, adelgazó muchos kilos y, además, se le comenzó a caer el pelo, las pestañas y las cejas.
José había finalizado la secundaria en 2004 y en el 2005 la prioridad era su tratamiento. “La verdad es que no sabía a ciencia cierta qué quería hacer de mi vida a nivel profesional. Cuando le planteé a mi oncóloga la posibilidad de iniciar la carrera de Abogacía en 2006, me dijo que no era aconsejable, que primero debía terminar el tratamiento y recién después pensar en esas cosas. Como no podía ser de otra manera, desobedecí la prescripción médica y me inscribí. El día que comencé el curso de ingreso me tocaba una quimio. Le pedí a la enfermera que apurase el goteo para que me pasara en tres horas lo que normalmente llevaba cinco ya que tenía mi primera clase a las 11:00 y no me la quería perder. Llegué a la facultad pálido y descompuesto con los síntomas y malestares propios de la sesión. Ese verano también me enfermé de varicela debiendo guardar cama dos semanas. A pesar de ello, aprobé los exámenes del cursillo nivelador con 8.86 de promedio e ingresé a la universidad por la puerta grande. Me dieron para cursar tres materias (un verdadero privilegio en esa época) y rendí libre otras”, cuenta.
Paralelamente, el tratamiento llegó a su fin en agosto de 2006 y la tomografía arrojó que la enfermedad estaba en remisión completa. “Me alegré por no tener que hacerme más quimios, pero la verdad es que no hubo un antes y un después de ello porque yo había hecho mi vida normal durante todo el tratamiento, salvo el día de la quimio y los dos o tres posteriores. Seguí fumando, bebiendo, trasnochando con mis amigos. La única diferencia era que ahora le había agregado la facultad”.
“Sentía que me estaba yendo”
Todo parecía que regresaba a la normalidad en la vida de José. Le volvió a crecer el pelo, tanto que llegó a tocarle los hombros. Ya tenía 20 años y comenzó el segundo año de la facultad. Todo venía bien hasta que en abril una tomografía de control arrojó resultados adversos: la enfermedad estaba en recidiva y esta vez con mayor fuerza: tenía múltiples adenomegalias en el mediastino e incluso algunas llegaban a los cinco centímetros de diámetro.
En ese momento su oncóloga decidió que debía someterse a una segunda línea de quimioterapia con esquema DHAP (altas dosis). “Llegué a pesar 58 KG (30 menos que en la actualidad), era un esqueleto vivo. Se me volvió a caer el pelo, las pestañas y las cejas. Cada sesión de quimio era devastadora y me debilitaba más y más. Dejé de fumar, de tomar alcohol, de trasnochar. Tomé conciencia. Por primera vez en 20 años se me pasó por la mente la aterradora y factible idea de la muerte. Es que estuvo muy cerca y aunque nadie me lo decía, yo lo presentía. Me costaba mucho ser fuerte, me costaba mucho no llorar. Trataba de evitar hacerlo delante de mis seres queridos. Una noche de agosto no pude aguantar más y me puse a llorar desconsoladamente. Sentía que me estaba yendo. Mi madrina, de visita en casa, me llevó al comedor, sacó un rosario que había traído de la Virgen del Cerro de Salta, me lo regaló y me propuso rezarlo juntos. El alivio que sentí fue muy grande”.
Sin embargo, tras una de las sesiones de quimio comenzó a tener fiebre y debieron internarlo. Mientras esperaba en silla de ruedas que le hicieran pasar a la sala de radiología, se desmayó estando sentado. Le reanimaron, estuvo un tiempo más despierto y volvió a perder el conocimiento. “El médico le había dicho a mi papá que, si lograba pasar esos días, iba a recuperarme. Le preguntó si yo era cristiano y le sugirió llamar a un sacerdote para que me diera la “Extrema Unción”. También viajó de urgencia mi hermana mayor que vivía en Córdoba porque le dijeron que podían ser mis últimos días. A pesar de que me inventaban excusas y no me decían la verdad, yo sabía lo que estaba pasando. La oncóloga suspendió el tratamiento hasta nuevo aviso, desde luego, no iba a soportar otra ronda de quimios. Me transfundieron ocho bolsitas de sangre. En la facultad pegaron carteles pidiendo donantes y en el barrio se organizaron cadenas de oración en mi nombre”, rememora.
Un paso más en su recuperación: trasplante de médula ósea
Pasaron los días y las semanas y José fue recuperando fuerzas hasta que finalmente le dieron el alta. Al poco tiempo los estudios indicaron que estaba en segunda remisión completa. Sin embargo, como tenía antecedentes de recidiva en muy poco tiempo para que la enfermedad no volviera se tenía que someter a un tratamiento de altas dosis de quimio con trasplante de médula ósea en Buenos Aires (con un 95% de probabilidades de cura definitiva).
“Pasé Navidad y Año Nuevo aislado con los malestares propios de las quimios, pero a pesar de lo negativo de la situación no me puedo quejar porque en Fundaleu me trataron como un rey. Tenía un equipo de profesionales a mi disposición en todo momento. El trasplante se realizó el 26 de diciembre. A partir de ahí, las células madre comenzaron a regenerarse de forma paulatina hasta que el 8 de enero, ya recuperado, me dieron el alta. Continué haciéndome unos estudios ambulatorios y a fines de ese mes regresé a casa”.
¡Felicidades doctor!
En 2008, ya trasplantado, José retomó los estudios con más fuerzas que nunca. “Cursé varias materias y rendí libres otras más para ponerme al día. No sólo lo conseguí, sino que en toda la carrera jamás reprobé materia alguna y, además, obtuve uno de los mejores promedios históricos de la universidad (en ese momento 9,06) lo que me permitió ser uno de los cuatro privilegiados estudiantes premiados en 2010 con una beca de estudios en México. Posteriormente, mi promedio me permitió volver a ganar un concurso para estudiar un semestre en Santiago de Chile”, se enorgullece.
José se recibió de abogado e ingresó al Poder Judicial por concurso en 2011, ocupando el primer lugar en el orden de mérito a nivel provincial, con un promedio de 94,15. Los años subsiguientes ingresó y egresó de otras carreras (escribanía, procuración, mediación, diplomatura en facilitadores judiciales y especialización en teoría y técnica del proceso judicial) y actualmente está cursando la Maestría en Magistratura y Función Judicial y escribiendo su tesis doctoral. Y desde 2015 se desempeña como Juez de Paz por concurso de la Primera Circunscripción Judicial de Corrientes con asiento en la Ciudad de Berón de Astrada, siendo en ese entonces, con tan sólo 28 años, el abogado más joven de la Provincia en asumir una magistratura.
El 26 de diciembre de 2018 se cumplieron 11 años del trasplante. En la actualidad tiene 32 y continúa en control clínico oncológico sin evidencia de enfermedad.
“Esta historia no estaría completa si no mencionase a una persona muy especial que fue decisiva en mi tratamiento y recuperación: Susana. Era mi mamá por elección. Ella me quería a mí igual que a uno de sus hijos y yo a ella igual que a una madre. Se ocupaba y preocupaba. Me llevó una temporada a vivir con ella porque su casa quedaba más cerca del hospital que la mía. Cuidaba que comiera sano, que hiciera reposo cuando era necesario, que no saliera a la calle desabrigado. Cuando no me sentía bien, me hacía tés y me conversaba al costado de la cama. Nos encantaba cocinar juntos. Nos reíamos mucho. Me dio todo el cariño de que era capaz y mucho más, me entregó incondicionalmente su corazón. Hoy hace casi dos años que partió al cielo. Solo puedo agradecer a Dios haberla puesto en mi camino y agradecerle todo lo que hizo por mí y por mi recuperación”.
¿Qué nos deja la historia de José?
Una de las cosas más importantes es que José logró aprender la lección de cómo encarar y tomar la enfermedad una vez que el cáncer volvió a decir presente en su vida. Pasó de esa etapa de “negación” a poder ocuparse responsablemente de tomar todos los recaudos y centrar su atención en el proceso de curación. Además, me parece imprescindible destacar la forma en la que se aferró a su carrera hasta poder recibirse y tener los logros, premios y éxitos que disfruta día a día en su amada profesión. Y aunque eligió colocar al final de la historia a Susana, como el mismo dice, fue un bastón importante en el que se apoyó en los peores momentos de su vida para poder mirar el futuro con un poco más de optimismo.
Alejandro Gorenstein