Tuvo cáncer desde muy chica, se recuperó y cumplió el sueño de ser mamá.
A los 6 años a Cecilia le diagnosticaron un tumor cerebral y volvió a reincidir a los 11. Sin embargo, nunca bajó los brazos, salió adelante y hoy disfruta del amor de su esposo y de su hijo.
Cuando tenía dos años Cecilia Privitera empezó a tener convulsiones y sentía que la única manera de tranquilizarse era tomando agua. Como continuó con los síntomas, su mamá la llevó a un médico que le mandó a realizarse unos estudios que no arrojaron nada extraño.
“A mi mamá le decían que me llevara a la psicóloga e insistían en que como era la menor de cinco hermanos quería llamar la atención. Hasta que a los seis años un pediatra que conocía mi tía nos recomendó que me realizaran una tomografía computada”, recuerda Cecilia, a la distancia.
No bien el neurólogo observó el estudio le dijo a su mamá que buscara una neurocirujana porque Cecilia tenía un tumor cerebral en el parietal derecho. El 10 de diciembre de 1986 la operaron en el Hospital Italiano. Le extrajeron un 70% del tumor y el 30% restante se lo quemaron con radiocirugía.
Reincidencia
Luego de la operación Cecilia retornó al colegio y comenzó a hacer una vida normal acompañada por el amor de sus padres y de sus hermanos.
Sin embargo, a los 11 años fue a controlarse con su neurocirujana y una resonancia magnética arrojó que el tumor seguía en el mismo lugar y, además, había crecido. Cuando a sus padres les dijeron que tenían que volver a operarla se les vino “el mundo abajo” y probaron tratamientos alternativos para evitar que su hija tuviera que pasar nuevamente por el quirófano. Pero ninguno de esos intentos prosperó.
“Cuando fueron a ver a la especialista les dijo que no tenían que haber esperado tanto tiempo, que había que operar ya. A mí me daba miedo volver a pasar por lo mismo que la primera vez”, rememora Cecilia, que por aquel momento estaba cursando Séptimo Grado.
El 10 de agosto del 92 la volvieron a operar para quitarle el tumor y, por prevención, le realizaron durante casi un año sesiones de quimioterapia y de rayos que le terminaron de afectar la hipófisis, una glándula endócrina que produce distintas hormonas, entre ellas la del crecimiento.
En el 93 empezó Primer Año pero tuvo que abandonar porque la quimio la había debilitado y debió estar internada en el Hospital Garrahan porque padecía anemia. “Haber tenido que dejar el secundario me dolió mucho, por suerte tenía el apoyo de toda mi familia y de mis amigos”.
Las fotos que le sacaba su hermana
Ese mismo año María Laura, una de sus hermanos, había realizado un curso de fotografía y se le ocurrió una idea muy original que terminó de unirlas para siempre. Le regaló una gorrita muy linda y simpática a Cecilia y le tomó varias fotos en el momento en que estaba perdiendo el pelo a raíz de la quimio. “Íbamos a una plaza, ella me sacaba las fotos y me levantaba el ánimo. Tengo fotos que ella reveló en blanco y negro antes de que se me cayera el pelo. Cuando me volvió a crecer, me tomó unas fotos publicitarias porque yo quería ser actriz y la idea era presentarlas en una agencia de publicidad. Además, ella me venía a ver al Garrahan y siempre me incentivaba y me levantaba el ánimo. Jugábamos a un juego de cartas de póker que ella misma me enseñó”, se emociona Cecilia.
Además, en el hospital de día en el Garrahan participaba activamente de un taller de manualidades donde le enseñaban a confeccionar tarjetas españolas. Sin dudas, que todo eso la ayudó y la fortaleció en un momento en que se encontraba transitando la adolescencia en medio de la enfermedad que la golpeaba por segunda vez.
La vuelta al colegio
Haber empezado Primer Año con 14 al principio, cuenta, le hacía sentir un poco triste. Sim embargo, al poco tiempo empezó a hacerse de nuevos amigos, alguno de los cuales los mantiene hasta el día de hoy.
“Tuve una linda adolescencia, salía a bailar con mis amigas, iba a jugar al bowling y al pool, pero terminé el secundario a los 20 porque en Segundo Año me había llevado muchas materias y repetí a causa de la gran cantidad de exámenes que tuve que hacerme por la enfermedad”.
Cecilia continuó por un tiempo con controles oncológicos y también con el neurólogo (tiene una cicatriz interna a raíz de la cirugía que ocasiona que por momentos le agarren ausencias y toma medicación para la epilepsia) y el endocrinólogo (a raíz de la hipófisis toma corticoides y levotiroxina).
“En su momento no era consciente de la gravedad de mi enfermedad, pero cuando empecé a trabajar en el sector de discapacidad de una obra social me empecé a dar cuenta de lo que me podría haber pasado y gracias a Dios no me sucedió”.
El deseo de ser madre
En el Hospital Garrahan se atendió hasta los 18 años y en un momento tuvo una charla con su endrocrinóloga.
– Doctora: ¿cuándo yo tenga ganas, voy a poder tener hijos? –le preguntó.
– Vos vas a poder tener los hijos que quieras, solo hay que estimular el ovario –le contestó.
Cecilia se quedó con esas palabras. A medida que fueron pasando los años siguió incrementándose sus deseos de ser mamá, especialmente desde que se puso de novia con Adrián. A los 28 años volvió a hacerle la misma pregunta a su neurólogo, pero el especialista le aconsejó que esperara hasta los 30 para realizar un tratamiento como le habían planteado en el Garrahan.
“Cuando llegó el momento me cambió la medicación para no perjudicar al bebé al momento de quedar embarazada y me recomendó que fuera a un instituto de fertilidad para hacer el tratamiento. Se probó con una estimulación ovárica que no dio resultado y me ofrecían hacer una donación ovárica con muy pocas chances de quedar embarazada. Entonces, lo charlamos con Adrián y decidimos ir por el lado de la adopción”, cuenta Cecilia. “Es la mejor decisión que podían haber tomado”, les dijo el neurólogo cuando le comentaron la idea.
“Hola mamá, hola papá”
Cecilia y Adrián ya vivían juntos desde hacía cinco años y en 2013 se pusieron en campaña para iniciar los trámites de adopción. Reunieron toda la documentación, pero les informaron que si no estaban casados solamente le darían la patria de potestad a uno de ellos. Entonces, decidieron dar el sí formalmente. Presentaron nuevamente los papeles y en 2014 aprobaron su legajo. Justo antes de cumplirse los dos años de espera, Cecilia recibió, sorpresivamente, el llamado de un juzgado por un nene que había entrado en estado de adoptabilidad que tenía 1 año y 10 meses. “Fuimos a la reunión, nos entrevistó la asistente social, el mismo día hablamos con la jueza, nos hizo esperar unos minutos y cuando salió la asistente nos dijo que éramos los elegidos”.
– ¿Lo quieren conocer? –les pregunto.
– Por supuesto. ¿Puede ser mañana? –contestaron Cecilia y Adrián.
– No, hoy mismo.
Ese mismo día fueron a conocer a Fabián a un hogar. “Cuando lo vi por primera vez fue algo hermoso, sentí una conexión espontánea, rápida. El mismo día empezamos con la vinculación, al segundo día nos decía: ´hola mamá, hola papá´ y a la semana se vino a vivir con nosotros. Al día de hoy viene y de la nada me dice: ´mamá te amo´. Él sabe cómo es la historia porque nosotros se la contamos y él repite: ´papi y mami me fueron a conocer y yo los elegí como mamá y papá´”, dice Cecilia, secándose las lágrima de emoción. “Me siento infinitamente feliz, el amor que nos da es inmenso, es muy cariñoso, no me alcanzan las palabras, nos cambió la vida por completo”.
¿Qué nos deja la historia de Cecilia?
En primer lugar la valentía suya y de su familia para darle pelea dos veces al cáncer siendo tan pequeña. El vínculo que tuvo con María Laura y los momentos que ambas compartieron resultaron sumamente importantes y funcionaron como enviones anímicos para afrontar los momentos más adversos de su vida. Sus ganas inquebrantables por ser mamá pudieron más que cualquier impedimento o complicación que surgieron en el camino. Y, sin dudas, Fabián es el regalo más hermoso que la vida le supo dar.
Alejandro Gorenstein