Luna

Cuando me diagnosticaron cáncer de mama sentí que mi mundo se derrumbaba, mis sueños, mis proyectos de vida, mi profesión, todo se desvanecía. Pensé en todos aquellos deseos que quedarían sin concretar, porque lo primero que me pregunté fue ¿Cuánto tiempo me queda de vida?. ¡Tan ignorante, Yo!, en ese momento, creía que la palabra cáncer era sinónimo de muerte. Estallé en llanto, la angustia se apoderó de mí con todas sus fuerzas, me sentí ¡tan vulnerable!, Yo, que siempre podía con todo. Uno cree que esto nunca le va a pasar, que les pasa a otros, pero la realidad nos dice otra cosa. Y así empecé a transitar este camino que al principio estuvo lleno de dolor, porque nunca voy a olvidar el rostro de preocupación de mi ginecólogo al ver mis estudios y el tiempo que se tomó para decirme lo que pasaba. Tampoco voy a olvidar sus palabras de aliento. Al principio mi camino estuvo lleno de miedo, de incertidumbre, de profundo dolor que se manifestaba en cada lágrima. Afortunadamente ese camino tuvo un giro de 180°, cuando la endocrinóloga me habló de la enfermedad, me explicó de qué se trataba y hasta me recomendó un libro para leer para que me informara un poco más. Ahí comprendí que me iba a morir, sí, porque soy un ser mortal, pero ¿morirme de cáncer? Eso no lo tenía asegurado. Y en lugar de resignarme y quedarme a esperar, decidí aceptar mi enfermedad y junto a ella dar los pasos necesarios para salir adelante haciendo mi tratamiento de radioterapia y hormonal después. Al final no fue tan invasivo y tuve una rápida recuperación. No tuve que hacer quimioterapia, eso me preocupaba un poco, pero estoy segura que si me hubiese tocado recibir ese tratamiento, lo hubiese recibido con amor. Empecé a leer distintos relatos en grupos de facebook, en libros, a observar y charlar con otros pacientes que estaban en mi situación. Empecé a mirar la enfermedad desde otra perspectiva, sin miedos y sin enojos, más bien, le di lugar al aprendizaje y al agradecimiento, comencé a cuestionarme ¿por qué el cáncer había llegado a mi vida?, ¿qué vino a enseñarme?, ¿estaba haciendo algo mal?, ¿qué cosas debía mejorar o cambiar?. Fueron mis musas inspiradoras para mi transformación y desarrollo personal, mi familia que nunca me soltó la mano y mis alumnos cada vez que me preguntaban en la calle ¿señora está bien?, ¿Cuándo vuelve? O cuando me escribían por whatsapp con un mensaje alentador “la extrañamos”, “sin usted, no es lo mismo”, o cuando se aparecían en mi casa a visitarme. Yo deseaba tanto volver…pero había que hacer los tratamientos necesarios para recobrar el bienestar. Comprendí que la salud es un todo, no es una parte, no es sólo el cuerpo físico, sino que también cuentan otras partes como las emociones, nuestra mente y espíritu, nuestro entorno, entre otros factores, la causa del cáncer no es porque falla un solo factor, sino uno o dos, o todos, porque todos ellos están interrelacionados entre sí y me acordé que didácticamente eso les enseñaba a mis alumnos mediante el uso de las muñecas rusas. Cuando algo no encaja, las cosas no funcionan bien, se produce un desequilibrio y en el caso de la salud te enfermás. Cuando comprendí esto, agradecí que el cáncer hubiera llegado a mi vida. Dejé de cuestionarme ¿por qué a mí?, para preguntarme ¿por qué a mí, no?. Y junto a otros empecé a dar pequeños pasos e incursionar en esas cosas que me negaba totalmente porque creía que no eran para mí, simplemente no creía en tal efecto. De la mano de mi hermana comencé a practicar yoga y meditación, algo que era impensable, y descubrí que mi cuerpo encontraba cierto bienestar, aprendí a agradecer por los momentos simples de la vida, pero tan confortables para el alma. Por recomendación de mi terapeuta, empecé a incursionar en Mindfulness, fue maravilloso, descubrí que en el grupo que me integraba cada persona tenía una historia personal tan dura o más que la mía. Me di cuenta que no sólo quien padece cáncer carga con una pesada mochila, también lo hace quien perdió a un ser querido, quién padece una enfermedad crónica diferente, quien sufre stress emocional, u otra cuestión. Mi alma se alivió. En este camino descubrí que mi vida funcionaba en piloto automático y que eso debía cambiar, mi vida era muy rutinaria, lleno de stress físico y emocional y me privaba de aquellas cosas que realmente me daban placer. Mi trabajo siempre estaba en primer lugar, y lo seguirá estando, pero con algunos permitidos. Incursioné en el mundo de la biodescodificación, tremenda experiencia, salieron a la luz angustias que consideraba superadas. Pero sólo lo hice una vez. No sé si fue suficiente, pero comprendí que aún había heridas por sanar. Mi rutinaria vida cambió, gracias al cáncer. Hoy tengo tiempo para meditar, para hacer actividad física, para alimentarme de manera más saludable y de cuidar mi templo. Disfruto cada momento del día, ya no me atormenta el pasado, ni tengo ansiedad por el futuro. Lo que tenga que pasar, pasará y será bienvenido. Ya no tengo miedo a lo que pase conmigo, no me importa si vivo mucho o poco, pero sí me importa que el tiempo que transite en este mundo sirva para dejar huella. No tengo miedo a los próximos controles, sin importar el resultado, agradezco la paz que tiene mi alma, tampoco importan las cicatrices y los tatuajes que quedaron plasmados en mi cuerpo, ellos simbolizan mi fortaleza y eso me hace feliz. Con el cáncer comenzó mi camino de sanación, junto al acompañamiento de todo mi equipo médico que me sostuvo y me ayudó a superarme día tras día. Agradezco eso también. Fueron tan sólo tres meses desde el diagnóstico hasta finalizar mi tratamiento, poco tiempo para ocuparse del cáncer, pero demasiado tiempo para adquirir nuevos aprendizajes, para ser resiliente y valorar la vida. El cáncer transformó mi existencia. Ahora soy feliz, porque así lo decido y porque en las cosas y los momentos simples está la felicidad, solo hay que estar atentos. Durante mi radioterapia me centré en disfrutar el momento, mediante reencuentros con amistades que hacía tiempo que no veía con quienes compartí mi historia y me sentí comprendida, acompañada y renovada. También fui a meditar con grupos de personas que ni conocía, hermosa experiencia, mi alma se colmó de paz y fortalezas. Puse toda mi atención en aquellas cosas que empezaba a descubrir y estuve tan atenta a eso, que me olvidé de mi enfermedad, pese a que todos los días me encontraba en el salón de espera de radio a personas que como yo buscaban restablecer su salud. Cada charla fue enriquecedora y motivadora, nunca hubo un comentario negativo, al contrario la esperanza y los sueños de la vida estaban siempre presente. Sin dudas, de ellos también aprendí. Hoy tengo nuevos proyectos, nuevos sueños y muchas ganas de vivir. Agradezco cada día a la vida por transitar este camino de desarrollo y crecimiento personal.