Margui
Hace 3 años tuve cáncer. Soy médica clínica, y yo misma encontré mi nódulo sospechoso y pedí mi senografía.
Luego de elegir mi ginecólogo-oncólogo, realicé los estudios con celeridad.
El día que retiré el resultado de mi biopsia regresé caminando a casa.
Con el papel del veredicto en mi mano sólo atiné a sentarme en un escalón. Respiré profundamente y lo abrí.
No podría contar la cantidad de veces que he leído ese diagnóstico para otros.
Siempre creí-hasta ese día- que era empática con mis pacientes, que lograba ponerme bajo su piel y manifestaba mi apoyo humano además del compromiso profesional.
Ahora sentí la verdad bajo mi propia piel. Era más lacerante de la que había imaginado.
Leer tu diagnóstico te deja sin aliento, sin palabras, sin nada. Es como caer al vacío.
De pronto todas las nimiedades que ocupan tu día dejan de tener sentido.
Discusiones, postergaciones, culpas, miedos…todo se vuelve ridículo.
En un segundo tu vida se da vueltas de cabeza.
En mi mente surgió una frase que me había impactado en mi adolescencia: “¿…y si toda mi vida ha sido lo que no debía ser?”(La muerte de Iván Illich, Cap. II, León Tolstoi).
Luego de varios minutos allí sentada, largos como un siglo, adonde sentí que todo, absolutamente todo se desmoronaba, miré de nuevo ese papel-que ya era viejo, tenía un siglo- y sentí que estaba perdiendo mi tiempo.
Si tenía mis días contados ¿Qué estaba haciendo allí, desperdiciando minutos valiosos, compadeciéndome de mí misma?
Fue allí que me juré que, a partir de ese instante, haría TODO, pero TODO lo que me hiciera bien y que abandonaría TODO-pero TODO- lo que pudiera generarme daño.
El concepto de TODO para mí comprende que somos mucho más que un cuerpo.
No somos solamente un tejido glandular con células neoplásicas.
Somos seres completos, poderosos, espirituales, emocionales, físicos, mentales, sociales.
Todos los aspectos pueden ayudarnos a sanar…y también a enfermar.
A partir de ese día mi vida cambió para siempre.
Si, es verdad, primero decidió el cáncer.
Pero luego decidí yo.
Empoderarse de uno mismo, tomar la vida que hoy tenemos y hacer con ella lo mejor, es algo que todos podemos hacer.
No importa la situación clínica, hoy tenemos vida, y por ello estamos en igualdad de condiciones que cualquier otra persona.
Si otro puede, yo también.
En los siguientes 3 años hice más por mi vida que en los restantes 49.
Viví en Buenos Aires 2 días por semana, realizando 3 posgrados en paralelo.
Me especialicé en nutrición, que era lo que siempre había querido hacer.
Aprendí a manejar y tomé el volante de mi vida.
Hice amigos y comencé a disfrutar de mi propio tiempo, ése al que me negaba acceder porque “una madre de hijos pequeños se debe a sus hijos”.
Comprendí que era esencial trabajar sobre mí. Ocuparme de mí. Desenmarañar mi vida a mi ritmo, ya sin presiones sobre lo que se supone que tendría que hacer.
La culpa que arrastramos las madres es muy profunda y está arraigada en nuestra cultura.
Me realicé una fuerte pregunta: y si estuviera muerta? Dónde estaría el tiempo madre-hijo allí?
Como aún me sentía “mala persona” por “abandonarlos”, comencé a usar conmigo y con los demás una frase lapidaria: ”más vale madre mala viva que muy buena y muerta”.
Me busqué una psicóloga maravillosa. Biodecodifiqué, hice constelaciones familiares y neuroacupuntura.
Retomé el deporte como un hábito de vida.
Me hice vegetariana y casi vegana.
Fui a mi banco- con el que estaba endeudadísima- a pedir más crédito, sabiendo que ya no me correspondía.
Como el empleado no podía dármelo, me preguntó para qué realmente lo necesitaba.”Quiero ir al Mundial de Rusia con mi hijo” respondí. Me miró fijamente y creo que tuvo que contenerse para no decirme que me fuera.
“Bueno, veré qué puedo hacer, te llamo” contestó luego de unos minutos de silencio.
No le expliqué que soy sobreviviente oncológica.
Ni que desde los 7 años, ya van 3 mundiales que le prometo a mi hijo llevarlo y no lo he hecho.
No le conté que ya nunca más podré posponer nada, que me es absolutamente imposible.
Llamó y viajamos a Rusia. En mi vida pasada jamás me hubiera atrevido a ir al banco, ni siquiera a endeudarme.
Pero en esta vida ya no tengo nada por perder, así que, por qué no?
Después de todo este proceso de retirarme para mí misma, me reencontré de nuevo con mi vida, pero desde otro lugar.
Entablé otra relación con mis hijos, con mi trabajo, con mi vocación, y con mi propio cuerpo.
Una relación más respetuosa, respetándome a mí primero, mis tiempos, mi centro.
Dejé de entregar mi vida a los otros desde el sacrificio y pasé a compartir momentos y espacios de calidad, con el corazón.
En este momento estoy iniciando y continuando muchos caminos.
Estoy llena de objetivos que me llenan, objetivos brillantes, que me emocionan y me movilizan.
Cada día nuevo por vivir es una aventura, con pasos y hechos concretos que disfruto.
“El cáncer nos marca de por vida” reza el lema del día mundial del sobreviviente oncológico.
Gran verdad. Yo ya nunca volví a ser la misma.
Para mí la vida es sólo hoy, todo hoy.
Quiero estudiar? Estudio hoy. Quiero jugar con mis hijos? Es ahora. Necesito dormir? Lo siento, pero lo demás tendrá que esperar.
Un día sin disfrute me resulta inconcebible.
Un día sin pasión es algo que ya no volveré a hacer.
El presente es un regalo.
Le agradezco a mi enfermedad que me lo haya enseñado tan claramente.
Nuestros días están contados. Como los de todos. Nosotros somos los afortunados que lo pudimos entender en carne propia, y así no volver a desperdiciarlos.
Si este texto es de utilidad, me alegro con el alma.
Si eres sobreviviente oncológico, mira: ¡estás vivo!
¡Ríe, disfruta, ama, sueña!
Lo mejor no está por venir.
Lo mejor es el ahora.