Norma Caraballo
El dolor es inevitable; el amor imprescindible…Lo leí en alguna parte, no recuerdo dónde, pero se quedó en mi mente días antes al 20 de abril de 2011 y a partir de esa fecha, va conmigo como prendedor en el alma.
Tengo caminada una vida con muchos trucos de magia que inventé porque casi siempre intenté deslumbrar a los míos, a mis amistades, a amores, a los conocidos, a los desconocidos también, con el afán que al verme supieran que tenía sorpresas dentro de la galera y que a su vez les arrancaría sonrisas y risas y las mías jugarían a la par con las de ellos. Esa mi manía de querer ser recordada alegremente. En realidad, creo que la mayoría tenemos ese designio, si no que nos los cuenten las fotos de nuestros álbumes, aunque debo reconocer que si les enseñara los míos verían cuerpos sin cabezas, pues mi mamá no tenía buena puntería para enfocar con su máquina de sacar fotos, puesto que cuando llegaban reveladas nos partíamos de risa al mirarlas, así que el truco estaba de igual modo presente.
Cuando era pequeña, sacaba de mi galera a la Mujer Maravilla y mi soga de saltar tenía el poder del lazo de ella para atrapar a mi hermano, cinco años menor que yo pero el más grande de los bandidos al que me enfrentaba, y mi hermana mayor mirándonos de lejos, siempre lejos la flaca. En fiestas familiares salía a dar mi show como la gran Rafaela Carrá, me calzaba una peluca de mi mamá y en el revoleo de mi cabeza en el instante del explota que expló de la canción, se volaba y al unísono llegaban las carcajadas y yo feliz por ello.
Cada vez fui haciendo menos trucos, ya que mi camino artístico se iba achicando y yo creciendo, comenzando a sentir el movimiento inquieto de mi galera avisándome que sí, que ya había menos tiempo para hacer reír porque el público fue tomando caminos más serios, yo no sería la excepción y ella tenía razón, la vida real demanda demasiado.
A mis casi quince años de edad, sin darme cuenta, mi corazón se abrazó al de un lindo joven de dieciocho años en las clases particulares de inglés cuando se cambiaba de lugar para sentarse al lado mío porque decía que le gustaba mi perfume.
¡Ay!, pero qué lindo fue sentir nuestros labios húmedos y tibios durante el primer beso. Qué no daría por volver a aquel rincón del salón de fiestas. Cómo podía saber yo que todo cuanto sentía era amor…amor y calor de las hormonas adolescentes. Era el 8 de octubre de 1983. Realmente inolvidable. Lástima que luego de tres años, elegimos volvernos olvidables porque así es el amor, pero el título ese de que, la primera novia nunca se olvida, me lo gané, y ya nadie me lo quitará. Él no me olvidó…como yo tampoco el reproche constante de mi mamá diciéndome: otro como ése chico no vas a encontrar.
Pero —dicho con efecto eco— logré conquistar otros corazones con mi sonrisa y mis trucos, aunque uno de ellos falló, justamente aquel que debió explicarme mi mamá y que con el tiempo pude saber que no lo hizo porque a ella mi abuela tampoco se lo había enseñado. La mejor magia se gestaba dentro de mí por primera vez y salió al universo tan hermosa que nació al día siguiente del comienzo de la primavera…Ser mamá. Dar vida, cuidarla y cuidarme y todos los trucos de magia, todos para ella y verla reír desde siempre, desde ese instante que le veía en toda su amplitud solo sus encías, con ese sonido tan especial que hace la saliva cuando se junta en la boquita de los bebés. Ésa era la señal con la que yo sentía que ella estaba siendo feliz. Exactamente igual sucedió seis años después, con la llegada de mi segunda y última hija. Pequeñita, tan pequeñita ella, dulce, tan dulce, comible…sí, ese privilegio de besuquear a mis hijas y ese olorcito bebitas, que nunca olvidaré.
A las dos mis pechos les obsequiaron el mejor alimento, leche a borbotones por dos años a cada una, con ese contacto piel a piel, mirada a mirada, que con tan solo recordarlo la inmensidad de esta emoción me hace volver sentirlas acá, pegaditas a mí.
Pasaron años y años y cada uno de ellos fueron completados con aprendizajes, errores, charlas, silencios, respeto, límites, reproches, disculpas, amor, mucha cantidad amor, porque lo anterior también tenía amor.
Una noche, de esas en que me trasladaban las pantuflas porque el cansancio estaba pesado, entré a la habitación de mis hijas, las miré emocionada y en silencio les dije: chicas, qué buen equipo hacemos juntas. Al retirarme del cuarto, moqueando, me envolvió mi hombre-abrazo y me convidó a ir a la cama con caricias en mis espaldas que son mis sedantes favoritos.
Despertarme feliz como cada día, un buen baño con agua ardiendo como me gusta, cantando quién sabe qué y una interrupción súbita pues mi mano derecha se inquietó al sentir una dureza en el lateral de mi pecho izquierdo y pensé: ¡Ay!, Diamela, mi perra hermosa, con tus patonas qué golpe me diste. Y como no hay nada que me gusten menos que las dudas, me realicé un autoexamen de mis senos con absoluta tranquilidad
ya que mi control anual de prevención contra el cáncer de mama estaba óptimo según el doctor hacía tan solo quince días atrás. Mi galera me codeó y prácticamente me obligó a una consulta con mi ginecóloga. Así lo hice, me realizó la revisión y me derivó a la mastóloga, quien para mi alivio atendía ese mismo día por la tarde. Recuerdo que hasta que llegara la hora del turno, me la pasé con los ojos cerrados y apretados, frunciendo el entrecejo con un vacío absoluto en mi mente o quizás mis pensamientos pasaban tan vertiginosamente que ni siquiera podía verlos. Llegó la hora, la mastóloga, revisión, ecografía mamaria y esa conversación entre ella y el ecografista hablando en ese idioma para pareciera que comprendes pero que en realidad no sabes nada. Ya terminamos me dijo, mientras se viste la espero en el consultorio continuo. Fui, sólo que al entrar noto el rostro de mi marido con la cabeza gacha, la tez pálida. Me senté junto a él y la doctora fue directa y precisa: Sra., la ecografía me termina de confirmar que usted tiene un tumor con un setenta por ciento de probabilidad que es maligno. Aquí tiene la orden para que le realicen la biopsia y vuelva cuando le entreguen el resultado de la misma. Mis ojos no podían agrandarse más…se me borró el rostro de la doctora, como si fuera una foto tomada por mi mamá, sólo que esta vez sintiendo temor; todo ahí dentro se tornó incandescente y a su vez todo giraba a mi alrededor a gran velocidad y mi mirada detenida en los ojos repletos de lágrimas de mi hombre-abrazo, mi compañero soñado, mi marido como a él le gustaba que lo llamase pero a mí no. Con voz que apenas le salía me dijo: vamos gordita a casa y antes que yo diera el primer paso, me estrujó entre sus brazos. Caminamos tomados de las manos como siempre y un silencio que aturdía. Antes de tocar el picaporte, abrieron la puerta mis hijas y me preguntaron: ¿y mami? ¿Qué te dijo la doctora? Apenas las miré y mientras me dirigía hacia mi cuarto les respondí: debo hacerme un estudio más, nada importante chicas y cuando las escuché decirme: ¡Qué bien mami! No pude contener el llanto del que ellas nunca supieron. De cada lágrima, caía la incomprensión de no entender qué sucedió si hacía solo quince días atrás todos los estudios dieron normales. Faltaba la biopsia, quizá la mastóloga se equivocó, pensé.
Llegó el día de realizármela y mientras me tomaban las muestras, la esperanza del error continuaba latente. Antes de abandonar el lugar, la señorita que me entregó la orden para retirar el resultado me dijo: fíjese que estará listo en veinte días hábiles, no corridos, sino hábiles. Una vez afuera le dije a mi hombre-abrazo: ¿vos escuchaste? veinte días hábiles, ¡veinte! Tomándome del rostro, él me respondió: tranquila amor, va a pasar rápido. No pasó rápido, pero pasó, 20 de abril de 2011, llovía torrencialmente, con la misma potencia que mis ojos al leer el resultado de la biopsia…de la puta biopsia…los veinte días hábiles de tortuosa espera y el maldito cáncer…Mi marido me abrazó tan fuerte como el dolor que sentíamos y nos desahogamos llorando juntos, en tanto el cielo parecía acompañarnos de igual modo.
Sólo quedaba escuchar a la mastóloga confirmarme, sí señora, usted tiene cáncer. Lamento dar estos tipos de diagnósticos pero por otro lado también puedo decirle que los tratamientos contra el cáncer de mama dan muy buenos resultados y es elevado el porcentaje de mujeres que se curan. Aquí tiene la derivación para oncología. Ánimo que todo irá bien.
Yo pensaba en el futuro para ver a mis hijas triunfar en sus carreras, ser madres si quisieran y disfrutar de mis nietos, realizar muchos viajes pero nunca en tener que enfrentarme al cáncer… ¡nunca!
El dolor es inevitable y debía dar el primer paso: hablar junto a mi esposo con mis hijas. Sentados los cuatro en el desayunador y mis palabras fueron directas a sus corazones, dejándoles bien en claro que haría todo lo que los médicos me indicasen, que les estaba hablando de una enfermedad y no de muerte. Se me acercaron, me abrazaron muy, muy fuerte, me dieron muchos besos y me dijeron: te amamos mami, estamos con vos y va a estar todo bien porque eres fuerte.
No hay dudas: El amor es imprescindible.
Más tarde, desde un estante de mi placar se cayó mi linda galera, la levanté y se balanceó, esto significaba que debía tomar lo que estaba dentro de ella. Había un papel que decía: ya no eres más la Mujer Maravilla, a partir de este instante serás una “Gladiadora” y tu soga es ahora este Lazo Rosa con el que deberás enfrentar tu lucha. Tomé mi lazo y mi desafío inmediato fue mirar de frente al miedo y pedirle que se corriera de mi camino porque mi fin era avanzar. A partir de ese instante, se quedó al costado y atrás, bien atrás.
En mi primera consulta oncológica se presenta ante mí, una mujer con cabello largo con rubios reflejos, una sonrisa brillante y mirada segura: Hola, un gusto. Aquí estamos. Yo soy la doctora con la que afrontarás esta batalla. Solo te pido que no te guardes ninguna duda y me preguntes; este camino será duro pero solo la confianza en vos misma lo hará más liviano y con muy buenos resultados. ¿Estamos de acuerdo? Claro que sí doctora, le respondí, así me gusta, afirmó.
Leyó el resultado de la biopsia y mientras la transcribía en mi historia clínica, yo no podía dejar de pensar: qué buena energía tiene mi oncóloga. Sentí que recobraba mi eje.
El viernes 20 de mayo de 2011, a las 11: 30 horas me llevaban hacia el quirófano y le pedí al camillero que se detuviera un momento, necesitaba un beso más de mi compañero soñado y él me besó como nunca antes, con el máximo amor que un hombre pueda sentir, dejándome en claro que hay una coronación más importante que la de ser la primera novia y es la de ser su mujer para siempre.
Tres horas después, estaba en sala de recuperación luciendo un exclusivo strapless de vendajes; no había ningún festejo, sí un paso más que importante, una bocanada de oxígeno, todo salió como debía y ya enviamos la materia extraída a patología y a partir de los resultados que arroje, la oncóloga determinará el tratamiento que se deberá realizar, me dijo mi bonachón cirujano.
Mi hombre-abrazo, al ladito mío, cuidándome, mimándome, ayudándome a vaciar el drenaje ya que me generaba mala impresión, pero como debía llevarlo por varios días, decidí amigarme con él, entonces lo llamé “porta cd”. Nos reímos mucho por ello.
Al día siguiente de la operación vinieron a verme mis amadas hijas, mis sueños tangibles. Me hicieron un millón de preguntas que tuvieron un millón de respuestas, me dieron besitos en las manos, en la frente y como saben que soy muy coqueta, me hicieron un maquillaje suave. A las dos horas les dije que ya era hora que fueran a casa y que en un par de días nos veríamos allí. Antes de irse dejaron sus recomendaciones: mami aliméntate, si te duele algo llama pronto al médico, dormí temprano, no te muevas mucho… ¡Cómo no amarlas como las amo!
Llegó el día martes y me dieron el alta médico para ir casita y sé que durante una internación no se logran buenos progresos sin el profesionalismo de los médicos, enfermeros y la dedicación con una sonrisa siempre, de las mucamas y el personal de maestranza. Qué bendición más grande.
El regreso al hogar fue como que algo o mucho cambió, no podría explicarlo, había un aroma especial que relajaba y dejaba la casa perfumada de equilibrio, hasta Felipe y Diamela, mis perros adorados, se acercaron a mí despacito, cuidándome. Ya no había ni el ínfimo polvillo de la pared de miedos que sentía mi familia y en el aire estaba escrito que me debían de proteger, lo leí…sí, lo leí claramente y me generó un suspiro aliviador.
Dieciocho después me avisaron que ya estaba el informe anatomopatológico, el cual retiré al día siguiente y se lo llevé a la oncóloga, quien al leerlo resolvió que debía realizarme quimioterapia, radioterapia y luego un tratamiento hormonal por diez años.
Y así comencé la lucha fuerte, fuerte con mi lazo rosa, como una buena gladiadora.
El primer día de quimioterapia fui ansiosa y un poquito asustada. Me presentaron a la enfermera de oncología y lo primero que me dijo fue: hola linda, vas a tener que esperar un poquito aquí en la sala porque adentro tengo el boliche lleno. Mi hombre-abrazo y yo estallamos de risa y realmente me generó una muy buena energía, buena vibra.
Llegó mi turno de entrar al boliche, me senté en uno de esos megas sillones donde puedes tener los pies semis levantados; la enfermera me explicó que me pasaría la medicación por vía endovenosa y que tardaría alrededor de una hora en que finalice el suministro y que ante cualquier síntoma que advirtiera que se lo hiciera saber. Cuando comencé a sentir el líquido frío recorriendo mi vena, le hablé en silencio, sí, le hablé a la medicación y le dije: te recibo contenta, haz bien tu trabajo, por favor, y derrota cada célula maligna. No sé porqué, pero necesité hacerlo y esto se repitió cada 21 días durante un año. Cuando salí del boliche estaba mi compañero soñado esperándome, me tomé de su brazo porque a los pocos pasos comencé a caminar medio como un cangrejo, de costado y a sentir gusto a metálico aunque no más que eso, pero él me abrazó y me dijo: Te amo…eres muy valiente. Caminemos despacito que no hay apuro. Y yo me derretí.
Durante este trayecto del segundo ciclo de quimioterapia, comenzó la caída de mi cabello a mechones y ¡zas!, lloré lo suficiente para desahogarme, es que, a ver: soy mamá y cuando esto sucede, el sentido del miedo, el dolor es otro y yo no quería que sintieran nada de eso al verme calva. Y porque soy mujer, como si fuera poco una mujer súper coqueta; entonces cómo no llorar.
Decidí que mi hombre-abrazo rapara mi cabeza y no dudó en hacerlo…suavecito me pasaba su máquina de afeitar a cero, mientras que suavecito, también besaba mi cuello. Él y sus mimos hermosos.
Antes de nada conversé con mis hijas, les recordé que la alopecia es temporal, que terminado el tratamiento comenzaba la crecida del cabello, cejas, pestañas nuevamente y así lo entendieron, como también mi pedido de que me ayudasen a maquillarme todos los días ¿y saben? ellas cumplieron. Asistí a todos los ciclos de quimioterapia maquillada, porque toda mi vida fui así, entonces por qué debería cambiar en ese tiempo.
Esta vez ya no quería ser Rafaela Carrá y usar peluca, no, no, esta vez elegí boinas y pañuelos y debo reconocer que me encantó usarlos.
A esto se sumaron las 35 sesiones de radioterapia, una por día de lunes a viernes, sábados y domingos me daban tregua para reponerme de la fatiga que me generaba… ¡qué duro fue!
Así que debo decir que quimioterapia y radioterapia fueron para mí como dos amigas bravas, de ésas que las necesitas porque te ayudan pero que hacen todo ellas solitas y no te atrevas a contradecirlas. Unas amigas que no quiero volver a tratarlas más pero nunca las olvidaré.
Hoy en día estoy con el tratamiento hormonal y debo continuarlo hasta el próximo mundial de fútbol, así es, hasta el 2022.
Mi galera me obsequió paciencia a través de mi hombre-abrazo y la sabiduría de enseñarles a mis hijas que las situaciones difíciles se afrontan, inclusive con sus debilidades, con la fortaleza que está en cada una de ellas, movilizadas esencialmente por el amor ensimismas.
La vida, la verdadera galera, siempre encuentra la manera de centrarnos ante pruebas en diferente tiempo, con otras personas de sentimientos iguales y dispares a la vez, con las mismas pautas pero con decisiones diferentes, con una mirada más abierta, con calma y valentía, porque estamos vivos para transitarla, aún con dolores inesperados, aunque no imposibles de superarlos.
Soy una gladiadora que luchó contra el cáncer de mama y que lleva su lazo rosa como prendedor en mi alma.