Marimar
“Esta vela está dedicada a alguien que muchas veces no la sabemos valorar, que cuando está no la podemos ver pero cuando se va nos damos cuenta de cuán importante es. Es alguien infalible en este mundo, alguien que siempre pasa desapercibida, cuando en realidad tenemos que disfrutarla y vivirla plenamente. Cuando la tenemos no la disfrutamos pero cuando se va nos arrepentimos y nos gustaría volver a vivirla, pero ya es tarde. Por eso, en este día tan especial como lo es ella, me gustaría que tomemos conciencia de lo importante y valiosa que es, de que sin ella no podríamos hacer las cosas que nos gustan y las que no nos gustan tampoco, no podríamos luchar por lo que queremos, no podríamos llorar porque nos va mal en la vida, no podríamos reír por nuestros triunfos, no podríamos ser felices ni tampoco infelices, no podríamos hacer tantas cosas… pero en el día de hoy en que todos la tenemos, tenemos que disfrutarla y valorarla porque si no lo hacemos ahora, mañana será tarde y nos vamos a arrepentir de haber existido. Porque es mejor encontrarle aunque sea un sentido a la vida y no pasar por ella desapercibido, y así nunca nos vamos a arrepentir de haber vivido y mucho menos de haberla vivido bien. Por todo esto voy a prender esta vela por ella, por la VIDA”.
Esta es la carta de la ceremonia de velas, número quince encendida en mi cumpleaños el 08 de noviembre de 1997, la más importante de todas, la que me impulsó a empezar a escribir. ¿Quién iba a pensar que después de tantos años iba a recobrar otro sentido para mi vida?. En realidad el sentido es el mismo de cuando la escribí en aquel entonces, sólo que ahora vuelve a mí para recordarme el valor de aquellas palabras de una niña de quince años, de su sentido para ver las cosas, de su amor y valor a la vida. Me pregunto si soy la misma, sí lo soy, seré más grande, con más defectos, con más cosas vividas, con más dolores pero también con más experiencias lindas vividas; pero soy la misma, la que nunca deja de soñar y trata de vivir cada minuto como si fuera el último, la que siempre encuentra algo positivo de cada cosa mala, y las cosas buenas aprende a disfrutarlas.
Yo soy de las que no se arrepiente de nada porque cada decisión tomada, ya sea correcta o equívoca, es la que nos hace quienes somos en el presente y nos enseña a no repetir errores. También pienso que todo pasa por algo, aunque en el momento no nos demos cuenta.
En mi cumpleaños de quince, mi primo Martín me dijo: -No sé bailar-. Y le respondí: -Y yo tampoco, pero bailo-. Creo que de eso se trata la vida, de seguir aunque no sepamos el por qué, de bailar igual. Tarde o temprano llega la respuesta. Lo importante es no rendirse nunca, VIVIR.
Hay veces en que uno piensa que nada peor puede pasar, en mi caso la muerte de mi papá. Pero eso no era todo, la vida me puso cosas buenas en mi camino y cuando creí que lo peor había pasado, siguieron pasando cosas, de las que siempre afronté o eso traté. Pasé desde la muerte de mi amigo Leo, la enfermedad de mi tía de la cual salió adelante, la enfermedad de mi mamá que fue más larga pero también salió adelante, hasta la partida de mi perrito de 18 años que era todo para mí, su partida me destrozó el corazón. Pasé muchas cosas duras pero la vida sigue, ¿no?. Hay una frase que dice: “lo que no mata, fortalece”. Y así debe ser, hay que aferrarse a las cosas buenas y a todos los seres que amamos para salir adelante. Y sobre todo nunca perder la fe.
Seis meses después de la partida de mi perrito mi vida daría otro giro inesperado. En el año 2018, con 35 años de edad, fui a hacerme los chequeos anuales ginecológicos y por los antecedentes de mi mamá y tía de cáncer de mama, mi ginecóloga decidió agregarme mi primera mamografía. A los días de realizarla, me llamaron de la obra social para que me haga una magnificación. Yo tengo un nódulo en la mama izquierda desde hace muchos años, el cual venía controlando cada seis meses, pero desde hacía un año había pasado a otro estadio y mi doctora decidió controlarlo con ecografía cada año. Entonces pensé que lo habrían visto y querían la magnificación para verlo mejor. Pero cuando concurrí, mientras esperaba, vi que en el papel que tenía que entregar decía “URGENTE” y para mi sorpresa “mama derecha”. Me preocupé un poco pero al otro día viajaba a General Belgrano, al cumple de mi ahijada Zoe, y estaba dispuesta a pasarla bien. No tenía más opción que esperar.
Cuando estuvo el resultado me quedé en la guardia ginecológica porque faltaban unos días para el turno con mi ginecóloga y algo me decía que no tenía que esperar. La doctora estaba un poco reticente a ver el resultado pero le expliqué que tengo antecedentes y le dije mi edad. Entonces los miró detenidamente. Tenía cara seria y levantó el teléfono para conseguirme un turno con una cirujana mamaria. A su criterio había que punzar. Y así fue.
Faltaban como diez días para que esté el resultado de la biopsia y tuve un sueño: me despertaba y estaba pelada, y pensaba que tenía que comprarme una gorra porque no tenía peluca. No sé si fue el miedo o algo en mi interior lo sabía, pero ese sueño hizo que llame antes para saber si ya estaba el resultado. Y sí estaba.
El 04 de Julio de 2018 mi mamá fue a retirar los resultados de la biopsia, ya que yo estaba en el trabajo. Me llamó apenas llegó a su casa y me leyó el resultado muy extenso, del cual me acuerdo las palabras claves: “carcinoma ductal in situ, alto grado N3”. Lo primero que le dije fue: -apa…- y pensé: tengo cáncer. Por todo lo vivido con mi mamá y tía, ya sabía que la palabra carcinoma significa cáncer. Cuando me enteré estaba sola en la cocina de mi trabajo y pensé: “ya está, lo voy a superar, YO GANO”. Volví a mi lugar de trabajo y le conté a mi compañera. Se emocionó, me abrazó y me dijo palabras de aliento. Ella no lo podía creer. Después vino otra compañera y me preguntó sobre el resultado. Le dije que no dieron bien, que tengo algo malo pero “no me importa, YO GANO”. –Claro que sí- me contestó y se fue. Creo que ella tampoco lo podía creer. ¿Y yo, lo podía creer, lo creo?. Aún no lo sé con certeza. Pasó todo muy rápido y por suerte fue así porque estaba a tiempo.
Al otro día fui con Sergio, mi pareja, a ver a mi ginecóloga y nos hizo pasar apenas llegó, sin turno ahí estaba, la primera en pasar. Le dijimos que ya lo habíamos leído y que sabíamos que era algo malo. Leyó los resultados, miró todos los estudios y dijo: -sí, es algo malo, pero está a tiempo-. No puedo explicar cómo nos contuvo ese ser humano que me salvó la vida. Sí, ser humano y médica, porque todos sabemos que hay médicos y médicos. Para mí es fundamental el trato humanístico de los médicos. Ella me salvó porque algunos no quieren hacer mamografías antes de los cuarenta años, pero ella lo consideró por mis antecedentes. Así que estaba a tiempo, y si no hubiera estado a tiempo siempre hay que pelear y no bajar los brazos, nunca hay que dejar de luchar. Dicen que detectarlo a tiempo salva vidas, para mí no es tan así. Para mí, DETECTARLO salva vidas. Por eso es importante hacerse siempre los controles, y si nunca los hubiera hecho, nunca es tarde para empezar.
Cuando mi mamá, el 04 de Julio vino a traerme el resultado para que se lo lleve a la doctora al otro día, yo tenía miedo de enfrentarla después de semejante noticia. No quería desmoronarme y pensaba en ella. Ya le había tocado vivirlo pero… ¿que le pase a su hija?, que eso le pase a un hijo es inexplicable. Nadie lo podía creer. Cuando la vi a mi mamá en la puerta de mi trabajo tenía los ojos llorosos. Y era entendible, le estaba pasando a su hija, la nena que hace veinte años le escribió una carta a la vida. Era increíble.
Yo sentí que tenía que estar fuerte por mí y por los demás también. Le dije a mi mamá que voy a estar bien, que soy positiva y que no se preocupe, que ¡voy a estar bien!. Ese día llegué a casa y Sergio me contuvo un montón pero no lloré. Los primeros días fui muy fuerte y no paraba de decir “YO GANO”. Mi primo Sebastián me escribió porque se había enterado y moqueé un poco pero no lloré. También me llamó mi tía Susana y concluyó diciéndome: -la verdad me dejás tranquila porque te escucho re bien, sos muy positiva-. Y es verdad, siempre lo fui. Pero había algo en mí que pensaba que estaba así no sólo por ser positiva, sino también en parte porque no estaba cayendo. ¿Qué sería caer?, ¿aceptar que tengo cáncer?. Porque que esté a tiempo no deja de ser cáncer.
El día que me enteré que tenía cáncer de mama tenía pensado ir a comprar un regalo para la nena de una compañera de trabajo. Y parte de mi batalla que ya había empezado, era seguir con mi vida normalmente. No iba a dejar que esa mierda me cambiara el ánimo, mi rutina y vida normal. Así que después del trabajo fui a comprar el regalo.
Los primeros días desde que me enteré, empecé a contarlo. Llamé por teléfono a las personas que elegí para que sepan, y fueron bastantes. No tengo problema en decir lo que me pasa. Es más, para mí la palabra “cáncer” NO es sinónimo de muerte. Y decirlo para mí fue y es sanador, es parte de la aceptación y por ende parte del proceso que lleva a sanar. Igualmente los primeros días no lo hablaba tan claro como ahora y creo que era más por el cuidado a los demás. Decía cosas como “tengo algo malo pero está a tiempo”, como si cambiar la primer parte por la palabra “cáncer” protegiera a los demás de la “mala palabra”. Ahora lo digo más directamente y me hace bien. De hecho a veces hago chistes sobre mi situación, lo que llamamos humor negro. Algunos me retan pero a la vez se ríen. Pienso que no me tiene que asustar decir la palabra tal como es. La verdad ayuda a sanar, desde pensarlo hasta decirlo. No le tengo miedo a la palabra “cáncer”, la digo y así es como que la expulso de mi cuerpo, aunque sea de la boca. Hay que hablar para sanar.
Desde un principio me hablaron siempre de la posibilidad de hacer quimioterapia, radioterapia y terapia hormonal. Así que apenas me enteré de mi diagnóstico me fui a cortar el pelo para ir preparándome psicológicamente. Y ahí empezaba todo un proceso personal, tanto físico como psíquico. Siempre fui fanática del pelo largo y si bien no tengo buen pelo y no lo puedo tener del largo que quisiera, lo tuve siempre lo más largo que pude. Y pensar en la posibilidad de tener que estar pelada era fuerte. También de los posibles efectos de la quimioterapia, que conocía de cerca por mi mamá. Pero estaba dispuesta a enfrentar lo que sea para sanar.
Faltaba poco para operarme y estaba en casa con Sergio organizando todo, cuando nos dimos cuenta que me pedían dadores de sangre. Él todavía no podía donar porque hacía poco lo había hecho para mi tío Coco que había sido operado. Y ahí fue donde empecé a caer en lo que me estaba pasando. Me di cuenta que yo ya no iba a poder donar más sangre y me quedé pensando. Le dije a Sergio: -Creo que tampoco voy a poder donar los órganos- No sé si será así pero eso se me cruzó por la cabeza en ese momento. Pareciera algo tonto pero lo sentí así. Desde que tengo uso de razón siempre quise donar los órganos y esperé a tener dieciocho años para registrarlo. Y ahora pensar en la posibilidad de no poder hacerlo cuando sea el momento, me angustió mucho y le dije a Sergio: -Tengo cáncer… ¿Por qué tengo cáncer?-. Y ahí sí lloré por primera vez.
El 24 de Julio me operaron y fue todo rápido y salió muy bien. Entré tranquila al quirófano y confiaba en el equipo médico y en Dios, de que eso era para mi bien, y estaba dispuesta a hacer lo que sea para curarme. Quedé un poco dolorida pero era normal. Tenía que esperar casi un mes para que esté la biopsia. En mi postoperatorio empecé a caer aún más y me pasaron muchas cosas por la cabeza. Quería ver películas tristes y me permitía llorar. Con el correr del tiempo me di cuenta que está bien sentirse mal, que hay que permitirlo, porque es parte del proceso para poder después salir adelante. Así que así lo hice. Tuve mis momentos de bajón, porque la espera de los resultados es muy inquietante, pero también estaba positiva y fuerte para afrontar lo que sea.
Luego de recuperarme un par de semanas, volví al trabajo. Un día me retiré antes para ir con mi mamá a buscar el resultado de la biopsia de la operación. Estaba bastante nerviosa no sólo por el resultado sino por lo que se venía. Pero pensé que ya había pasado algo muy importante y ahora quedaban los siguientes pasos a seguir. El cirujano estaba con un ayudante y cuando abrieron la biopsia los dos dijeron al unísono: – ah… ¡qué grande!-. Con mi mamá no entendíamos nada. Si bien yo tenía microcalcificaciones que eran microscópicas, la zona afectada era mucho más grande de lo que pensaban. Y como si todo lo que me había pasado fuera poco, tenían que volverme a operar para ampliar márgenes. Pensaba “otra vez pasar por esto…”. Pero dispuesta a hacer lo que tenga que hacer. Lo bueno fue que no había ganglios afectados y el cirujano dijo que para él no era necesario hacer quimioterapia, pero que eso lo iba a decidir el oncólogo. Yo estaba dispuesta a todo para que sea lo mejor para mí, lo que no quería era que se equivoquen, no quería de menos, quería que me hagan lo que tengan que hacer.
En la segunda operación la verdad no la pasé bien psicológicamente. Sentía que era algo de no acabar y tenía mucha ansiedad por no saber qué tratamiento iba a hacer. Y para mi sorpresa hubo gente que se alejó, quizá por no saber manejar la situación. Ahora lo veo así y ya no me afecta tanto, pero en su momento la pasé mal, estaba triste y a la vez enojada. Con el tiempo empecé a despegarme de esos sentimientos, y entender que si se alejaron por algo será que la vida los separó de mi camino. Y empecé a aferrarme y valorar más a los que sí están. Me metí en varios grupos de gente que atraviesa la enfermedad y esta vez, para mi sorpresa, se me acercó gente que ni conocía para acompañarme. ¡Qué loca que es la vida!, la gente que no pensás se aleja y la gente que ni te imaginás se te acerca. Y entró a mi vida un grupo con el que hablo a diario y me siento apoyada, acompañada. Si bien la mayoría no nos conocemos personalmente, y somos todas diferentes, hay algo que nos une y eso me ayuda mucho. También empecé a ir al psicooncólogo, cosa que quería desde hacía mucho y me costó conseguir hasta que me lo recomendaron de una Fundación a la cual a veces voy a las reuniones y también me hace bien compartir momentos con personas que viven o vivieron la enfermedad. Y así empecé a transitar este camino, dejando afuera las cosas malas y aferrándome a las cosas buenas; aceptando mis momentos de bajón y disfrutando de los buenos.
Por fin la biopsia de la segunda operación dio bien y ahí empezó mi nuevo tramo en el centro oncológico, que ya conocía por haber acompañado en su momento a mi mamá. Creo que todo pasa por algo, quizá lo que le pasó a ella fue para prepararnos para este momento. Si bien se vive distinto atravesándolo uno mismo, ya tenía idea de algunas cosas por haberlas vivido bien de cerca. Elegí a la oncóloga que atendió a mi mamá y tenía dudas de la quimioterapia. Porque si bien no habían ganglios afectados, habían otros factores a tener en cuenta, como la edad y que también tenía dos focos de microinvasión.
Luego de debatirlo en una junta médica de oncología, decidieron no hacerme quimioterapia, pero sí radioterapia y una pastilla de cinco a diez años. Primero empecé la pastilla y me derivaron a hacer rayos. Tardó bastante por un tema de papeles, y me hicieron varias marcaciones. Después de la espera por fin empecé en diciembre de 2018. En total iba a tardar un poco más de un mes.
Algo que me pasó desde el diagnóstico fue que obviamente estaba diferente pero lo notaba en las fotos por ejemplo. Me miraba y no me reconocía, me veía distinta. Yo siempre fui de sonreír todo el tiempo y ahora me costaba mucho y mi mirada no era la misma. Eso empezó a entristecerme porque no era yo. Y pensaba que nunca más iba a ser la misma y a reír como antes. Lo fui pensando y obviamente que no voy a ser la misma, pero creo que después de la tormenta sale el sol, quizá estaba en la etapa de la tormenta. Pero la sonrisa me preocupaba, no era la misma, no era yo.
Tuve y tengo todavía muchos miedos, el más recurrente es que vuelva la enfermedad. Y ahí sí creo que tendría que hacer quimioterapia y hasta quizá pierda mi mama. Pero creo que los miedos siempre van a estar y está bueno aceptarlos, porque es normal y porque es lo que siento. Porque tengo miedo pero no me acobardo. Si vuelve, lo volveré a afrontar y volveré a salir adelante.
Siento que esa nena de quince años sigue en mí, esa que nunca pierde la fe y que celebra la vida escribiéndole una carta. Siento que esa vela encendida hace tantos años nunca se apagó y nunca lo hará. Esa soy yo. Y si me vuelve a pasar lo volveré a afrontar y trataré de no olvidar esas palabras que una vez escribí. Pase lo que pase creo que siempre hay que encontrar un sentido a las cosas, nunca perder la fe y las ganas de vivir y luchar. Todos los días hay algo de qué aferrarnos a la vida. Nunca hay que dejar de soñar y vivir.
Todo lo que me pasó fue una enseñanza de vida, porque soy otra, siempre valoré la vida pero ahora más, valoro y disfruto cada segundo de mi vida y cada momento.
Ir a rayos todos los días fue un poco agotador, pero conocí más gente, muy buena gente, y nos acompañamos en el proceso. Por fin llegó el día de terminar. Estaba bastante cansada pero hice el esfuerzo y me maquillé, quería verme mejor. Ese día habían otras personas que también terminaban y todos llevamos algo para comer e hicimos como un picnic. Y mis compañeros de tratamiento me dijeron: -estás distinta, tenés otro semblante- Me acompañó mi amiga Noelia y el lugar donde era de rutina, se convirtió en una fiesta. Parece raro pero así lo sentí. Nos sacamos fotos y luego me vi en ellas y descubrí que estaba empezando a dejarlo atrás, que sí se puede. Si bien el camino es largo, los miedos están y quizá sigan estando, tuve la sensación de que una parte muy importante había terminado. Me vi en las fotos y descubrí que mi sonrisa había vuelto, que no había desaparecido, sólo estaba dormida para reaparecer más fuerte y más brillante.