Gracias
Para contar mi historia comienzo por contarles acerca de Melu.
Melu es mi sobrina, hija de mi hermano Diego. Falleció en un accidente mientras paseaba en bicicleta con su hermanita Lara de 5 años y sus padres, Jaqui y Diego. El 25 de diciembre del 2015 como tantos otros días, la familia salió de paseo en bicicleta y Melu fue investida por un auto.
La Sra. que tuvo la desgracia de conducir ese auto iba camino a rezar por su hija enferma de CÁNCER.
El dolor fue desgarrador, no hay palabras que puedan expresar la magnitud de la tragedia.
Yo, sin quererlo ni saberlo ocupé “instintivamente” el rol de ¨rescatista¨. Me mudé la 1er semana a la casa de mi hermano con mi hija menor que tenía 8 meses, quien supo acompañar al igual que mis otros 2 hijos a esa primita herida de corazón y alma.
Mi cuñada ha sido desde entonces, un ser iluminado y siendo un poco literal al sentido de la palabra, iluminada por Melu.
Su inteligencia emocional fue un curso de postgrado que ninguna universidad podría dictar.
Sigo al recordarlo impresionada por su lucidez y actitud. La sensación es que ella sabía el camino por dónde ir, hacia dónde y cómo transitarlo.
Diego y Jaqui han hecho muchas cosas en honor a Melu: donaron juegos para parques, Diego compuso canciones y editó un cd, llevaba payasos a fundaciones de atención a niños enfermos, se ha escrito un libro también honrando a Melu y seguramente otros pequeños y grandes gestos que se hicieron en silencio ayudando a otros. Pero hubo un hecho, una idea que surgió de Diego y que cobra sentido recién cuando yo enfermo. A Diego se le ocurrió contratar músicos para alegrar a los enfermos de cáncer en el HC en Montevideo. La idea era que mientras esperaban a ser atendidos o a recibir su tratamientos; se distrajeran con música alegre. Recuerdo haberle preguntado por qué se le ocurrió hacerlo ahí y por qué enfermos de cáncer, no era un centro de atención a niños. No lo sabía, simplemente surgió.
El 14 de junio de 2016, mi cumpleaños de 42; ese día era jornada de música para la unidad de oncología y fui junto a mis padres y mi hermano. Fue el cumpleaños más emotivo que he tenido. Pacientes bailando con los doctores. y enfermeras, cantaban canciones incluso al estilo radio musical, le pedían los temas que querían escuchar. Allí estaba como Director del dpto de ONCOLOGÍA quien sería luego mi oncólogo, el Dr. G. K.
Podría seguir escribiendo sobre Melu, sus grandes enseñanzas en tan poco tiempo de vida pero tengo presente la temática propuesta y hacia ella me dirijo.
El personaje de rescatista, como les mencione antes, tuvo vida hasta que caí. Caí en el dolor, la angustia, la tristeza infinita de tomar conciencia de lo que nos había pasado y la certeza en aquel momento de que nunca más seríamos aquella familia alegre. Recuerdo aquellas sesiones con mi querida psicóloga donde me ahogaba en el llanto, en la impotencia, en la rabia y ella que me acompañaba muchas veces en silencio y otras con señalamientos que hoy entiendo más que antes :” entiendo tu dolor Yael pero no fue tu hija, fue tu sobrina”. Mi identificación con Jaqui, con el dolor de esa mamá que no verá más a su hija fue aplastante. La culpa que sentía por festejar los cumpleaños de mis hijos y ¿Melu?¿ Cómo podía yo festejar cuando Diego y Jaqui no lo podían hacer? Ella ya no celebrará más cumpleaños. Estas ideas eran “cuchillazos” que me atravesaban.
Mi vida desde aquel 25 de diciembre sin duda cambió, siento que Melu vino con una misión de mucho amor y enseñanzas para todos quienes tuvimos la gran suerte de ser tocados por su presencia y hoy en día también tocados y afectados por su ausencia.
En setiembre de 2017 mientras me bañaba, me palpé un bultito y sin urgencia ni demasiada importancia (siempre me han dicho que mis mamas son fibrosas), pedí hora con mi ginecóloga. El día de la consulta lo recuerdo muy bien ya que fue el comienzo de un recorrido no inédito en mi vida pero con características bien distintas a lo vivido.
Hago un paréntesis en el relato para contar que a mis 25 años fui diagnosticada, tratada y curada de un cáncer de tiroides un “tumor encapsulado”. Si bien recibí en aquel momento el diagnóstico con angustia y preocupación, no siento que haya sido un hito en mi vida. Es decir, no ha dejado huellas, ni me ha transformado en ningún sentido. Debo recordar tomar T4 todas las mañanas, apenas si figura como un antecedente en mi historia médica.
Vuelvo al día de la consulta. Ese mismo día me hicieron las imágenes ( radiografía, mamografía) punción y tuve consulta con el cirujano que luego me operó. Creo que ahondar en los detalles de ese día no es de interés para nadie pero lo que sí quiero transmitir es la actitud, mi actitud. Una vez más sin elegir cómo vivir este proceso y sin tener conciencia de lo que seguiría tuve una idea que se instaló en mi mente y me mantuvo firme como un soldado en guerra. “Yo de esto no me muero!!”
Mi deformación profesional (soy psicóloga) podría haber jugado en la interpretación de esta actitud como una defensa, estaba minimizando, negando…. Seguramente una parte de mí sí necesitaba negar. En cambio, si lo pero si lo ubico en mi historia, en la pérdida de Melu y todo aquello vivido; la sensación era de tener una gripe fuerte y poder pasar por lo que se. No podía ocurrir nada peor a lo que ya había vivido. La pérdida de Melu me había inmunizado por decirlo de alguna manera.
Desde el accidente de Melu, sentí que sólo con la palabra no avanzaría, comencé a buscar terapias y enfoques alternativos. Uno de ellos fue la bioneurodecodificación, la idea que subyace es que cada órgano del cuerpo está relacionado a una emoción. La teoría dice que la mayor parte de las enfermedades de los senos están dominadas por un sentimiento de preocupación general en relación a la maternidad. En mi caso enfermé en la identificación con la mamá que perdió a su hija.
Nací en una familia judía, con padres sobreprotectores que siempre estuvieron muy presentes en mi vida y la de mis hermanos. Este diagnóstico y las sucesivas etapas por las que pasé (operación, 8 sesiones de quimioterapia, 30 días de radioterapia y todo aquello asociado a pérdida de pelo, malestares, etc, etc.) habrían destruido emocionalmente a mis padres, él bastante más débil que ella.
El proceso de duelo vivido por Melu nos dió a cada uno de nosotros herramientas y recursos que no teníamos. Esto es una enfermedad y hay un tratamiento, para Melu no hubo posibilidad de hacer nada. Y con esa actitud y esa postura fue que pasé cada una de las sesiones de QT, agradecida por recibir aquello que me curaba, meditando y pensando en aquello que no debía vivir en mi cuerpo. No fue fácil, claro que no pero mi sobrinita me acompañaba, no tengo dudas que estuvo conmigo cada día dándome fuerzas y ayudándome a llegar a la siguiente sesión sin complicaciones. Cumplí con el protocolo establecido para mi diagnóstico con una puntualidad cuasi británica.
De todo lo vivido, la peor parte fue quedar pelada. Parecerá una frivolidad este comentario pero no lo es para quien vive el cáncer. Yo estaba haciendo un esfuerzo increíble por no darle a la enfermedad mi vida, por seguir con mi rutina, mi trabajo, etc, etc y la pelada era la imágen que me devolvía el espejo y la mirada de condolencia de los otros. Era como tener en la frente un cartelito que dijera “TENGO CÁNCER”.
Con la intención de proteger a mis hijos de esa imagen de mamá enferma, me compré una peluca que iba pegada. Durante el 1er mes la tuve puesta y sufrí el calor que sumado al caluroso verano que estábamos viviendo era realmente insoportable. Mi amiga Ivonne quien fue una verdadera hermana durante todo este proceso me trató de convencer varias veces de sacarme la peluca. Yo me negaba, siempre pensando en los niños. Recuerdo cuando le dije a mi hijo Felipe que en ese momento tenía 15 años: “ me comentaron que la psicóloga del colegio también está pasando por lo mismo que yo, ¿tú sabías? Felipe rápidamente me dijo: “no mamá, lo de ella es grave, está pelada!”
Me costaba mucho verme y que me vieran pelada. Decidí empezar a usarla solamente frente a los nenes, me la sacaba para dormir y dormía en estado de alerta. Si alguno entraba, yo manoteaba la peluca y me la ponía lo mejor que podía.
Un día de aquellos en que el agotamiento era fulminante y dormir 15 hs al día no cambiaba el estado de debilidad sumado a una reacción cutánea -me brotó la piel y me rascaba desesperadamente- tener la peluca en aquellos días era una verdadera tortura. Recuerdo que vino a casa mi mamá y me dijo: “tus hijos van a poder aceptar el hecho que estés pelada, es momento de pensar en vos. No te sumes sufrimiento”. Fue irse mi mamá y tuve una conversación con mis hijos mayores. Obviamente les impactó pero fueron empáticos y contenedores para conmigo.
Una vez liberada de la peluca, la usaba cuando yo realmente quería. Tomé conciencia de mi estado de transformación, me empezó a gustar elegir el pañuelo que iba a usar , maquillarme, camuflar la ausencia de cejas y pestañas. Me dí cuenta que la peluca era un disfraz, no era yo y eso me hacía sentir mal, no era coherente con la actitud guerrera que había tomado desde el primer día.
Vuelvo ahora al día que tuve consulta con el cirujano y ya con el resultado de la anatomía patológica. Resultó que eran tres tumores y algunos gángleos tomados. Es allí cuando recibí la noticia del tratamiento y un pronóstico incierto. Yo lloraba y él me dijo: después de salir de ésto, le vas a agradecer al cáncer todo lo que te enseña y transforma. Yo le devolví una mirada incrédula y le dije: “hace poco más de 1 año murió mi sobrina con 8 años, creo que ya aprendí a golpes todo lo que tenía que aprender”.
Actualmente, he terminado mi tratamiento, estoy con controles cada 2 meses. Sé que existe la posibilidad de recaer y entiendo lo que me dijo aquel día el Dr.
Me cuesta decir que le agradezco al cáncer haber tocado mi vida para seguir creciendo y evolucionando pero sin duda lo vivido me tocó y transformó. Mi nueva versión es mucho más alegre, es consciente de la finitud, disfruta de cada momento como si no hubiese un después, se ríe más y si es a carcajadas mejor, no dejar pasar oportunidades por pensar en el futuro, es más arriesgada, es más agradecida y se preocupa cada vez menos de lo que piensan los otros para lograr con lo que tengo y lo que no tengo ser lo más feliz que puedo ser.
Así como la quimioterapia barrió con las células malignas de mi cuerpo, yo también hice limpieza. Me alejé de personas que no me sumaban, que no agregaban nada a mi vida y me aferré a corazón abierto a quienes amo de verdad porque ahora amar significa entregarme sin reparos.
Para finalizar quiero contarles los motivos por los cuales decidí participar de éste concurso. En primer lugar el hecho terapéutico de escribir. En segundo lugar lo siento como una nueva oportunidad de honrar a Melu, no digo recordar ya que la recuerdo y recordaré todos los días de mi vida.
Gracias a todos los que se han tomado el tiempo de leer mi historia y ojalá estas líneas ayuden a alguien.