Maestra rural
El pulpo extendió sus tentáculos en mi mama izquierda y rompió mi carne. El extraño se adueñó de mis tejidos y destrozó mis células para siempre. Un invasor llegó a mi vida hace once años y la distorsionó. Un intruso cambió mi vida.
Era en primavera que se tornó otoño y Buenos Aires fue más gris que nunca. Gris de cinc, gris de cemento, donde garuaba afuera y adentro mío.
La noticia de que tenía cáncer me aturdió. Un sabor salobre, agrio me invadió. Decidí desenvainar mi espada de combate para mi lucha, para seguir adelante. Vibró mi clarín esperanzado y elevé mi canto a la vida. Engarcé mi amargura con esperanza.
Un ciclón de dolor en el alma me aturdió. Las cúpulas de la ciudad tomaron otra dimensión y los edificios antes indiferentes recibían otra mirada de mi parte, como el edificio de Obras Sanitarias, la torre de los ingleses, el palacio Barolo, el teatro Colón, el puente de la Mujer. Los observé como a través de un lente opaco.
Hace once años que mi cirugía y la biopsia introdujeron su terminología y los drenajes colgando pusieron la nota sanguinolenta.
La ciencia propuso quimioterapia y rayos que enfrentaron al invasor y había que seguir adelante previo recuento de plaquetas durante unos meses.
El cariño de mi esposo, hijos, hermanas y amigas me dio fuerza. La llegada de los nietos fue un bálsamo ante el dolor
Descansar en la playa, protegiéndome del sol era alternativa esperanzadora. Las olas rumorosas iban y venían en rítmico vaivén, las olas impetuosas, las olas nacaradas con espuma de encaje me trasmitían energía renovadora. La monocorde tonada del mar reptaba su agonía ondulante desde el inicio insondable de los tiempos y repercutían hondo en mi alma herida.
Los días transcurrían mirando como otra tarde se desvanecía y moría, percibiendo el solemne latido del silencio. Cada crepúsculo llegaba con aroma florales mientras pasaban muy blancas, espumosas las nubes, indicando otro día más.
Decidí buscar herramientas para aferrarme a la vida entre acrílicos, pinceles, contención familiar y me pareció entretenida la búsqueda de trabalenguas.
Había que cambiar la palabra tumor por humor
Los trabalenguas ofrecían su dificultad en simplicidades y complicaciones y eran otro desafío que fui incorporando desde “Erre con erre guitarra, erre con erre carril, ruedan y ruedan las ruedas del ferrocarril”. Fue el inicio de un entretenimiento: “Principio principiando principio quiero, por ver si principiando principiar puedo”
Menciono “Un trabalenguista muy trabalenguoso creó un trabalenguas muy trabalenguado que ni el mejor trabalenguista lo pudo destrabalenguar.”
Las temáticas eran diferentes en mi archivo como “Tres tristes trapecistas con tres trapos trozados hacen trampas truculentas porque suben al trapecio por trapos y no por cuerdas.”
El juego de las palabras amalgamó incógnitas con realidades, fundió lo real con lo irreal: “Si la bruja desbruja al brujo y el brujo a la bruja desbruja ni el brujo queda desbrujado ni el brujo desbruja a la bruja.”
Había que evadirse de la realidad: “la bruja piruja prepara un brebaje con cera de abejas, dos dientes de ajo, cuatro lentejas y pelos de pura oveja.”
A veces el ingenio se contemporizó con humor. Enfrentar al tiempo era la mejor estrategia, mientras la ciencia actuaba.
“El suelo está enladrillado, quien lo desenladrillará y el que lo desenladrille, buen desenladrillador será.”
También encauzaban el mundo onírico; “Había un dragón tragón y tragó carbón y quedó panzón, panzón quedó el dragón por tragón. ¡Qué dragón tan tragón!
El mundo animal tomó protagonismo en los trabalenguas: “La cabra está encabritada, quien la desencabritará. La desencabritadora que la desencabrite, buena desencabritadora será”.
Incorporé el que dice “La pajara caripocapota tiene muchos caripocapotitos. Yo quise agarrar un caripocapotito y me picó la pájara caripocapota.”
A ese grupo pertenece “Tengo una gallina patrinca, pitranca, pitiriblanca que tiene pollitos pitrincos, pitrancos, pitiriblancos. Si la gallina patrinca, potranca, pitiriblanca muriera, que harían los pollitos pitrincos, pitrancos, pitiriblancos.”
Mientras buscaba trabalenguas a mi lista, en mi almohada se fueron desgranando mis mechones, mis cabellos, mi femineidad. Los pétalos se esparcieron en la cama …La rosa dejó caer pétalos como lágrimas.
Sabía que eso iba a suceder pero la realidad fue un cimbronazo cruel a mi condición de mujer. Fui a elegir pelucas, ninguna me parecía adecuada y resignada compré la más parecida a mi personalidad. La adhería con una cinta engomada a la desnudez de mi cabeza. Entonces mi inseguridad tomó como propios los trabalenguas.
“Porque el que quiero que me quiera, no me quiere como quiero, ¿Cómo quieres que te quiera?
También me identifiqué con “Te quiero más que me quieres. Te quiero aunque no me quieres y mucho más todavía si quererme tú quisieras.”
Y otro trabalenguas acorde era “Si porque te quiero tanto, quieres que te quiera más. Te quiero más que me quieres. ¿Quieres que te quiera más?”
Como el que dice “El amor es una locura que ni el cura lo cura, que si el cura lo cura, es locura del cura.”
Y mi cabeza desnuda daba su grito diciendo “No me mires que miran que nos miramos y en tus ojos ven que nos amamos. No miremos y cuando no nos miren nos miraremos.”
Y otra peluca más audaz trajo asombro para poder decir “Si mi gusto gustara el gusto que gusta tu gusto, tu gusto gustaría el gusto que gusta mi gusto. Pero como mi gusto no gusta el gusto que gusta tu gusto, no gusta el gusto que gusta mi gusto.”
Y para siempre una espada me amenazaba, era el carcinoma infiltrante. Las horas y los días transcurrían diferentes “Son las cinco menos cinco, faltan cinco para las cinco. Cuántas veces dije cinco sin contar el último cinco”
El tiempo seguía su curso entre aplicaciones y angustias incontables “cuando cuentes cuentos cuenta cuantos cuentas, porque si no cuentas cuantos cuentos cuentas, nunca sabrás cuantos cuentos contaste.”
No sabía qué era un carcinoma “dicen que el dicho no está bien dicho, porque el bien dicho tú no lo has dicho.”
La ciencia dio su veredicto: carcinoma lobulillar infiltrante. De los dieciséis ganglios linfáticos aislados, ocho presentan metástasis por carcinoma.
Decidí no rendirme y pelear mi batalla con clarinadas de gloria,
La pintura fue motivación a mi vida. Pinceles, enduído, acrílico, trajeron nota de color a mi existencia. Los pinceles fueron los estiletes empapados de color magenta, añiles y ocres.
Logré perspectiva y volumen en fecundo colorido. Entre lo abstracto y lo figurativo traté de identificar mi estilo.
La paleta fue abanico de colores, prodigio y luz para cada obra. Fue cimiento audaz de la armonía en austera o explosiva policromía. Fue escenario del fulgor, vorágine sin fin para plasmar mis abstractos mientras el recuerdo del enemigo del carcinoma debía ser derrotado.
Había una biopsia amenazante de un grado histológico I de la clasificación de Elston y Ellis.
Transcurrieron diez años tomando Anastrazol y realizándome controles regulares.
Las clases de inglés lograron también que el tiempo y mis tiempos se deslizaran y como lírico caminante me dejé llevar en su compás.
Después de treinta y cuatro años de docencia, frente al austero pizarrón escrito con la barrita blanca de la tiza, volvía a las aulas para que me enseñen.
En la búsqueda del milagro plural de la enseñanza, ahí estaba yo para aprender otro idioma en cotidiana y renovada entrega.
En ese momento drástico de mi vida, recordé que fui un poco madre de niños de otras madres y que les enseñé a amar el libro y al paño bicolor de la bandera.
El programa Corel me abrió otro camino, el arte digital, fenómeno emergente dentro de la producción cultural contemporánea,
Con el programa Corel pude descubrir nuevas posibilidades para lograr efectos cromáticos, girar la imagen, clonarla, distorsionarla, dar brillo e intensidad a la obra. Después del lienzo, la computadora irrumpió en mi vida como vanguardia estética. Y reemplacé el pincel por el mousse con diversas posibilidades artísticas y logré premios en el exterior.
Con mi cuerpo dañado, en cada latido seguía acrisolando sueños, buscando armonía. Se me habían aislados dieciséis nódulos encapsulados, el mayor de dos centímetros de diámetro.
Había ocho ganglios con metástasis por carcinoma.
Tenía un enemigo dentro de mi cuerpo y como Don Quijote cabalgué con mi armadura y con mi espada para derribarlo y seguir adelante.
Los jazmines, fiel a propio código florecieron en cada noviembre con su aromático dulzor.
En cada primavera, más cerca del otoño miré cada pimpollo como un milagro más.
El otoño trajo las hojas marchitas deshojándose con su crujiente dolor, mientras trapecios ocres tapizaron los senderos.
Y cada año, tomé fuerzas ayudada en la astilla de mi carne, en el gajo de mis entrañas desgarradas y avasalladas.
Y siempre ante el enigma, forjando los ensueños, conquistando imposibles, mostré edema en mi brazo, proclamando el martirio.
Mi elocuente palabra testimonia mi lucha.
Mis versos, mis cuadros se multiplicaron con mi latido y con mi paso cansino, hilvanaba metáforas.
El arte me dio impulso para seguir adelante.
Y el broche de oro lo logré ayudando al prójimo. Fue una caricia para mi alma poder enviar alimentos y ropa a escuela de discapacitados de zona de frontera y a la escuela de ciegos.
Pude en alguna medida, sembrar la semilla del amor en el gozoso milagro de la entrega, en el destello lírico del canto de la solidaridad.
El pulpo agazapado irrumpió en mi cuerpo una primavera del año 2007. Me propuse derrotarlo con el arte y con la solidaridad.
El sol brilló en mi horizonte para iluminar mi camino, para poder seguir adelante.
Alcé mi bandera entre piedras y espinas, cabalgando con un hálito de dulces pensamientos.
Renací de mi camino tambaleante, bebiendo el dulce néctar de la vida.
Las hojas del calendario siguen renovadas en su proceso y con fuerza de torrente voy siguiendo mi ruta.
Con la frutal vivencia del ayer apunto mi ballesta al porvenir.
Me vestí la coraza, para afrontar la batalla campal que me enfrentaba y supe “escribir los versos más tristes una noche”.
Y enfrenté mi destino, desafiante. Y pude gritar audaz contra los vientos. Mi desvestida pena perdió su pudor en tristes lágrimas, para luchar, luchar ya sin descanso.
Mitigué el dolor y el sufrimiento con la noble esperanza renovada. Y una aureola de luz al fin del túnel titilando, siempre me esperaba.
Fue incierto el destino, navegando entre sueños, con un puerto lejano de faro intermitente, soportando borrascas, atrapada en mis versos.
Los viajes irrumpieron lejanas latitudes con mi pena a cuestas y mochila de esperanzas.
Lloré por mi carne mutilada, por mis células heridas, por mi cuerpo doliente y en jirones desgarrada.
Me nutrí de coraje, me parapeté desafiante, batiendo los tambores del futuro.
Entre el limite entre lo real y lo imposible, frente al horizonte deslucido, perfilé férreo mi sonoro eco.
Mis metáforas trasuntaron el dolor de la carne y fue eco mi canto y fue audaz mi desafío.
Quizás mi resiliencia fue bandera, ondeando frente a la adversidad para seguir proyectando el porvenir. Las circunstancias difíciles permitieron desarrollar recursos que se encontraban latentes.
Con mi espada imaginaria, en cada embate mostré decisión, desafiando al rival que se oponía avanzando sin tregua en mis propósitos, conjugando realismo e idealismo como el ingenioso Hidalgo de la Mancha.
Puse ímpetu y valor para tratar de derrotar al invasor.
Como indómita amazona, el coraje fue mi bandera, en esas lucha aguerrida buscando la luz de la victoria.
Busqué en cada noviembre el jacarandá y el blanco dulzor de los jazmines.
Avancé contra la tempestad, peleando por mi ideal.
Esperé cada aurora de tornasoles dorados.
Con pentagrama de notas variadas, evoco mi canción a la vida … a pesar de todo.
La vida me dio dos hijos y dos nietos, mi lirismo me otorgó dos libros.
Dios bendiga a los médicos y científicos que ponen sus desvelos en oncología, con fértiles conocimientos y renovados descubrimientos.
No sé si soy sobreviviente, sólo sé que traté de seguir adelante mancomunada con la ciencia.
Y desde el pie de los Andes, en mi valle azotado por vientos zondas ardientes seguiré adelante…¡hasta que Dios diga !