Poyi
Fue en Mayo, pronto serán 15 años, me estaba bañando y sin buscarlo ¡Allí estaba! un “bulto” en mi mama izquierda… Pasaba mi mano enjabonada una y otra vez y luego comparaba con la derecha, no había dudas estaba allí…
Ese baño se convirtió en una ducha de miedo, recuerdos, incertidumbre, ansiedad. Viernes o sábado, no recuerdo exactamente pero sí que no podía correr a mi queridísima doctora, tendría que esperar hasta el día martes (día que R. atendía).
Se hizo muy largo el fin de semana. De esta mama me habían extirpado un nódulo benigno a los 19 años, eso me aliviaba; pero también vino el recuerdo de la muerte de mi abuela Raquel, a quien no alcancé a conocer, murió joven de cáncer de mama cuando yo tenía 1 año, el 16 de mayo de 1960.
Fue por eso que mis pensamientos iban de tumor a nódulo y de nódulo a tumor…Esos eran los términos y posibilidades que yo conocía ¿Habría otros?
Día Martes, urgente ¡A consultar a R.! Me revisó y con la tranquilidad que la caracteriza dijo:
_Esto es para ayer. Te doy pedidos de mamografía, ecografía y solicito que te entreguen los resultados en el momento. Vas a tu casa, pedís los turnos y también con un cirujano que vos consideres, en la ciudad de Cba. Así ya vas a la consulta con todos los resultados en mano.
(Cabe aclarar que para todo debía viajar. En Santa Rosa, mi ciudad, no había ni hay especialistas o aparatología adecuada).
Llamé a una clínica que prestaba servicios a mi mutual y sin referencias, casi al azar, elegí un médico ginecólogo cirujano el Dr. LN de LR. Un ser maravilloso a quién el destino ponía en mi camino y continuaría por siempre…
Y partimos con Miguel, mi esposo, para el diagnóstico por imágenes a Río Tercero. Hasta el momento nadie sabía lo que estaba sucediendo… No quería alarmar…
En Río Tercero, no voy a entrar en detalles, pero no fue fácil convencer al profesional para que me entregara el informe, ya que en un primer momento, nada indicaba que fuese necesaria tanta urgencia; cosa que en pocos minutos pudo comprobar y cumplió con el pedido de mi Dra.
Con esos resultados, algo comencé a decirle a mis hijos, como para que la palabra CÁNCER no los sorprendieran. En ese entonces Tomás tenía 20 años, Ignacio 17 y Elena 16… No quería que se asustaran y trataba de hablar con toda naturalidad, no me resultó difícil nombrarlo al “infame”, creo que lo acepté bastante pronto…
Con los estudios e informes en mano, partimos con Miguel a la Ciudad de Córdoba. El Dr. LN me revisó, observó y leyó estudios.
Diagnóstico: “Cáncer. Hay que operar.”
Me explicó que sería una extirpación parcial y que la cadena ganglionar se vería durante la cirugía. Eso era nuevo para mí ¿ganglios afectados? ¿Por qué? ¿Cómo? No tenía internet para “informarme anticipadamente o desinformarme”. Cosa que aprendí con el tiempo. En estos casos mejor no buscar datos anticipadamente, un término mal empleado o no interpretado puede arruinarte el día y más…
Estaba muy ansiosa por la cirugía, pero todo fue muy rápido y como dije antes, ya había aceptado al infame y uno de mis pensamientos que me apuntalaron fue: ¿Por qué no podría yo tener cáncer?… siempre me había molestado ese famoso cuestionamiento de ¿Por qué a mí…por qué yo?
Entonces tomé esa actitud y me dije a mi misma, aquella que fue mi frase de lucha:
“Este cáncer no me lleva, no se la voy a hacer fácil.”
Y de esa forma y con esa actitud se lo dije a mis hijos, también a mis familiares y amigos.
Sin embargo me sentía “sola rodeada de gente”… en la soledad de mis días/noches cuando estaba frente a frente con mis pensamientos y la imaginación volaba, pensaba en la posibilidad de morir y entonces repensé y recorrí mi vida ¿Quedaba algo pendiente? NO ¿Algo para hacer? NO ¿Algún sitio para conocer? VARIOS, pero el viajar no era significativo en ese momento. Por tanto mi vida había sido buena y estaba satisfecha con ella. Me dolía no ver el futuro de mis hijos, pero ya eran grandes y sus vidas continuarían sin mí, entonces les escribí una carta para el futuro. También pensé en mi marido viudo y fui muy realista, encontraría alguien con quien vivir y seguramente sería más feliz (Ya había tenido una primera experiencia ¿no?), eso también dolía…
En aquella carta le hablaba a cada uno imaginándolos con sus fortalezas y debilidades que yo ya conocía, con la plena seguridad que cada uno tenía armas suficientes para poder ser feliz. Entonces estaba tranquila por si acaso no lo vería… Pero quería verlos…
Y no podía, no debía darme por vencida…
Llegó el día de la cirugía y me había comprado pijama de raso y también bata, disfrutaba darme esos gustos. Con mi hermana Liliana nos divertíamos haciendo referencia a esa ropa. La noche en la clínica por tanta tontera que se nos ocurría la risa era inevitable y para no molestar a la compañera de cuarto nos la pasamos en el pasillo.
También hubo llanto. Fue impactante que el Dr. LN me dijera que habían extirpado 12 ganglios “comprometidos”. Era saber que “Don Cáncer” andaba por otros lados.
Vinieron los días en que debía dedicar tiempo para recuperar el movimiento del brazo. ¡Qué sensación tan rara! Me faltaba parte de mí y sentía “un libro debajo del brazo”, como si estuviera hinchado. ¡Qué dolor comenzar con los ejercicios! Caminar con los dedos por la pared era toda una hazaña.
Y de lleno volver al TaiChi y Chi Kung. Había conocido estas disciplinas en el 2001, me enamoré de ellas y comencé a incorporarlas a mi vida. Pero volver a la práctica fue un desafío. Primero con un solo brazo y de a poco el movimiento comenzó a fluir. Con el maestro Z (por televisión) todas las mañanas me uní a la práctica y con él completé la forma 24 ¡Qué felicidad! En esa época hubiera sido imposible aprenderla de otra forma. ¿Con quién? Sólo en las grandes ciudades se conocía este arte marcial. Pero en ese momento sin horarios ni trabajo (creo no haber mencionado que soy docente) tenía tiempo para la práctica y profundizar en el aprendizaje.
Entonces cada vez necesitaba más tiempo para mí y comencé a disfrutar de mis licencias. Sentía estar de vacaciones y el humor negro (que siempre me gustó) ocupó un lugar muy importante, incluso podría asegurar que fue parte de mi sanación.
Recuerdo que un día andábamos caminando con Elena y nos reíamos, no sé de qué, me tapé la boca y dije – ¡Uy! ¡Cierto que tengo cáncer! ¡No puedo reír! – Elena se enojó y dijo – ¡No es gracioso madre! – (mis hijos me dicen “madre” cuando quieren destacar mi relación) Más me divertía yo al generar esas situaciones.
Pasaron los días, primera visita al oncólogo y comenzó el peregrinar por el chequeo general. Reitero que vivo en el interior de la provincia y para todo hay que viajar a la ciudad (acá decimos – “Dios está en todos lados, pero atiende en Córdoba”).
Los resultados BIEN. El infame estaba cercado…
Era momento de comenzar con las quimios y en ese momento dudé, tuve miedo…mucho miedo a sufrir con el tratamiento y me resistía. Pensaba en los pinchazos (solo iba a disponer de un brazo), en las náuseas, vómitos, ya que esto es lo que uno escucha y ve en las películas. El paciente oncológico sufre con el tratamiento y yo tenía pocas ganas de pasar por todo eso hasta que, en una de mis visitas me asomé tímidamente a la sala donde estaban recibiendo quimioterapia los luchadores contra el cáncer. Para mi asombro vi que estaban muy cómodos, algunos charlando, otros con auriculares, escuchando música o radio.
Una enfermera me vio, me preguntó qué necesitaba (no era espacio al que se pudiera entrar así como yo lo había hecho). Le conté mis miedos y, como si fuera mi amiga de años, me explicó y prometió que me iba a cuidar, que me garantizaba pinchazos sin dolor, que usaría agujas chiquitas y de muy buena calidad, y que como era invierno me calentaría la mano, de ser necesario… Así conocí a N, ciertamente un ángel, un ser dulce cariñoso y comprensivo. Comenzamos una amistad desde la relación enfermera/paciente que perdura aún en el tiempo. Todavía seguimos en contacto y de vez en cuando nos escribimos. Siempre digo que por su entrega no dudé más y decidí comenzar las quimios.
En esta nueva etapa la relación familiar y nuestro humor fueron muy importantes.
Voy a contar algunas anécdotas:
Camino a Córdoba, a orillas de la ruta, hay un lugar que se tiñe de amarillo por los lirios silvestres y en el paisaje serrano son la combinación perfecta. Cada vez que pasábamos por allí se me antojaban esos lirios para mi jardín. Miguel nunca quiso parar…
Entonces, durante mi tratamiento “lo aproveché” y un día que volvíamos con Tomás les dije – Yo quiero lirios amarillos y como tengo cáncer ¡me tienen que consentir! –
Jaja… ¡El pedido resultó! Y volvimos con los lirios. Me divertía verlos arrancar los rizomas ¡No tenía para sacar foto… hubiera sido un recuerdo gracioso!
Olvidé contar que en esa época tenía el cabello largo (siempre he cambiado de cortes y diferentes largos, desde el rapado al largo a media espalda), por eso sin dudar a los pocos días de la primera quimio fui a raparme. El peluquero me aconsejaba que no lo hiciera -A lo mejor no se te cae… Pero yo lo prefería a ver que se fuera cayendo por mechones.
Ese año Ignacio egresaba del secundario y no me agradaba pensar en las fotos estando pelada. No quería “palidecer” ese momento tan importante y emotivo para mi hijo.
Hete aquí que sólo perdí unos pocos pelos, tampoco perdí las mañas! Los practicantes de Chi Kung lo atribuyeron a los ejercicios, sumado a la buena y consciente respiración.
Las quimios no me molestaron, al día siguiente solía tener taquicardias y entonces me sentaba en la galería con mi reposera, me acompañaba mi gata que subida a mi falda ronroneaba tranquilamente y me transmitía serenidad.
Trataba de alimentarme lo más sano posible, tomar mucha agua y comer manzanas verdes.
Nunca sentí nauseas, hacía un buen desayuno antes, luego de la sesión el almuerzo; además varias veces (cuando me acompañaba Tomás) caminábamos desde la clínica a la terminal de ómnibus a más de 15 cuadras.
Yo seguía disfrutando mis días de licencia y ponía toda mi energía en hacer lo que me gustaba, práctica de tai chi, caminar, leer y alguna que otra artesanía. El libro que más recuerdo es Sincrodestino, eso también me ayudó. En realidad TODO me ayudaba, cuando alguien me saludaba con cariño, cuando me contaban que estaba en sus oraciones (aunque yo no soy practicante de ninguna religión), todo era bienvenido. Cada una de esas expresiones eran una dosis de vida, una inyección de energía. Considero que cada uno que estuvo conmigo: mi familia, amigos, vecinos, conocidos…Cada uno fue parte, cada uno sumó para SANAR.
Quiero contarles también, que en octubre entre quimio y quimio, el hijo de una compañera de trabajo me propuso que fuera la protagonista de un cortometraje que quería filmar para un concurso de cineastas y acepté encantada ¡Qué emoción! ¡Preparaba el atuendo con tantas ganas! ¡Me sentía plenamente feliz! No entendía el argumento pero no me interesaba mucho esa cuestión. Una tarde nos fuimos a “rodar” en lugares bellísimos de Calamuchita: los pinares en Yacanto y el río El Durazno… ¡Sí en el río! ¡En octubre! Aunque debo confesar que repetíamos ya que no lograba “hundirme con naturalidad”. ¿¡Qué puedo agregar!?… Nada… nada más. Solo fue una pena que nunca se compaginó el corto aunque quedó el recuerdo como un tesoro en mi memoria.
Cada día podía dedicar más tiempo a perfeccionar mi TaiChi, eso me llenaba y sigue formando parte de mi vida (cuando volví a trabajar, muy temprano ejercitaba).
En el verano de 2015 había que comenzar con la segunda parte del tratamiento “la radioterapia”. Tenía que decidir si viajar todos los días (poco más de 4 horas entre ida y vuelta) o quedarme en Córdoba en el departamento que alquilaba Tomás en sus tiempos de estudiante. Nos decidimos por la segunda opción y que me acompañarían una semana cada uno de mis hijos y mi hermana Liliana.
La primera semana con Elena, salimos de paseo al Zoo ¡Casi muero de calor y agotamiento! Otro día fuimos a Jesús María a visitar a mi prima María Laura, ella me hizo compañía muchas veces y la pasamos muy bien. Además, por esos tiempos, retomé y fortalecí vía mail la relación con su hermana Claudia, escribiéndonos a diario.
Pero esto no fue igual que la quimio. Todos los días, unos minutos y luego… extrañaba mi casa, mi cama, mis cosas, todo lo mío. Luego de estar un par de días con cada uno no pude resistir, me estaba afectando anímicamente y por recomendación del querido Dr A. comencé a viajar. Salía casi a las 10 hs. de la mañana y regresaba a la 15 hs. más o menos.
Fue muy duro y cansador, nunca entendí muy bien por qué me pesó tanto. ¿Porque era tratamiento diario? ¿Por los viajes? ¿Por la ansiedad de estar finalizando el tratamiento? Había diseñado un almanaque bastante grande que con mucho gusto iba tachando día a día. En ese momento creo que necesitaba apoyo psicológico (lo recibí terminado el tratamiento).
En fin, quiero contarles que tuve miedos y los superé. Me sentí cansada pero no me quedé en la cama. Mi familia me acompañó y no me sobreprotegió, no me tuvieron lástima, me dieron valor y fuerza. No minimizaron mi enfermedad pero tampoco la demonizaron. Por eso sentía que debía demostrar que el cáncer no me iba a matar.
Y acá estoy pero no soy la misma, soy otra persona, más fuerte. Soy más feliz disfrutando de las cosas más simples como:
-Compartir la mesa con mi familia porque pude faltar.
-Caminar por la orilla del río mirando el verde de los cerros porque pude no verlos más.
-Cuidar cada día de mi huerta porque puedo disfrutar el proceso maravilloso de la vida.
Y muchas simples cosas que sólo me hacen saber que ¡Estoy VIVA!