Zapatito

Andaría por los 60? Póngale. Sí. Porque a esa edad todos hablamos de lo mismo.

Es como que venís caminando y de pronto esas ganas de mear incontenibles, que se hicieron presente sin anunciarse, como visita inesperada de la que te vas  acostumbrando y entras a maldecir la yerba que compró tu mujer… o será la gaseosa. Capaz que sea el vermut. Sí, también puede ser.

Bueno lo cierto es que ya tu itinerario suele limitarse y dirigirse hacia donde hay baños públicos. La estación de ómnibus… y, sí. Pará de contar porque no hay muchos más. Y de a poco te cuesta expulsar ese chorro que antes salía como  un torrente caudaloso, como un tsunami, y sentías un alivio casi tan bueno como eyacular. Bueno, al menos esa era mi sensación. Ahí es donde empezás a añorar la época que jugaba con el chorro haciendo globitos en el inodoro, o perseguía a la mosca apoyada en el borde, o dibujabas tus iniciales en el aire. Pero claro, todo eso se va yendo, como la juventud.

Y para colmo viste que en los bares tenés el famoso cartelito “BAÑOS EXCLUSIVO PARA CLIENTES”. Yo no sé si  es tema de psicólogo, pero lo leo y me dan ganas. Por tanto entro con la vejiga al borde de estallar. El baño, dónde está el baño? pregunto con mis ojos casi fuera de las órbitas. Obvio que debo pedir un café, por compromiso, nada más. Lo bebo casi de parado. Con propina son cincuenta pesos y salgo triunfante, tranquilo. Al menos eso creo.

Craso error.

Ocurre que en la otra cuadra también hay un bar con el mismo maldito cartel. Quiere usted creer que me dan ganas otra vez? No sé de donde saco tanto orín. Parezco a mi perro Tizón, que árbol que ve, árbol donde levanta la patita.

Al final del día me di cuenta de que tomé al menos doce cafés o cortados con un presupuesto diario de promedio seiscientos pesos. Imposible de sostener.

Alguien me  sugirió que usara pañales. No. De ninguna manera. No por ahora. Y de pronto surgió una idea. Ahí tenía la solución, frente a mis ojos. Los baños de los sanatorios. Esa es la clave. Son limpios, prolijos. En mi caso entro apurado, a la recepción, al borde de las lágrimas, con rostro de gran preocupación. Desesperado, recurro a mis recursos de actor frustrado  y pregunto a la rubia:

_Ya ingresó Brian Pinchuletti?

La rubia ve mi cara de desesperación, busca infructuosamente en la computadora, en tanto pregunto:

_ ¿Dónde están los sanitarios?

Hago mis necesidades. Vuelvo, la rubia me dice que no registra ingreso. _ _ ¿Pero cómo puede ser?

Salgo compungido. Ahorre cincuenta pesos.

Ahora bien. Comienzan las confesiones entre los muchachos de 50 para arriba.

_ ¿Qué, a vos te pasa lo mismo? Y te estás tratando? Contá.

Todos sabemos que alguna vez tenemos que pasar por el duro trance del tacto rectal. Todos lo hemos esquivado hasta un punto que es ineludible. Pero claro, uno no se entrega mansamente. No. Y el análisis de la sangre para medir… Nunca me acuerdo qué mide “el antiguo prostático” o algo así. El verdulero de la esquina me dijo que es la “próstata” que se va agrandando, y que tuviera ojo porque algunas son tan grandes como una boina vasca y te aprieta todo. Por eso tenés ganas de orinar siempre. Tampoco yo le voy a dar bola a todo lo que te dicen. Solamente noto que ahora cuando orino tiro dos chorros a la vez. Y entonces apunto bien al inodoro y, oh! sorpresa. Hay un chorro que va a parar fuera, al piso. Será posible? Y a veces me meo los zapatos y este  chorro que antes era normal pasa a ser un miserable riacho de montaña.

Pero lo peor son la recriminaciones de mi mujer.

_Levantá la tabla, ¡eh! Mirá que la limpia el piso soy yo.

Y ahí comienzan otros tipos de cuidados. Hay ocasiones en que no llego y me mojo el pantalón. Cosa de Mandinga. De no creer.

Pero uno tiene recursos, ¿vio? Qué hago con ese chorro díscolo, desobediente, mal parido que hace lo que quiere. Y ahí sale el talento, la magia. Como un tiro libre de Messi. Lo comparto. Usted debe parase en posición de orinar pero ubicado entre el inodoro y el bidet. Concéntrese. Tranqui, ya viene el chorro, lento, pero avanzando y contraiga los músculos pelvianos y ahí… sale. Un chorro, el obediente entra en el inodoro, el otro, el loco, al bidet. No es genial? Tampoco es para hacer una selfie. ¡Bah! Qué se yo. Por ahí en una de esas uno se anima.

Ahora bien. Usted ya pasó por el urólogo que suavemente le informa,  luego de que el  dedo juguetón hurgara en mis zonas rectales:

_ Esto no me gusta nada. Próstata agrandada. Vamos a hacer estudio.

Bueno, no voy a explayarme en los estudios que la ciencia médica puso a disposición de nuestra salud con el diario del lunes, o sea, con los resultados en la mano.

Uno entrega su cuerpo para determinar si hay o no tumor. ¡Bingo! Lo hay. O sea, usted de la noche a la mañana pasa a ser paciente oncológico. Y allí comienza a desplegar toda la artillería espiritual que le transfieren la familia, los amigos. Porque usted eso quiere compartirlo con otros. No para que se apenen, sino para ver que nuevo tratamiento se esta experimentando por ahí. Y allí usted busca en internet. Y comienza a comer semillas de calabaza, polen, agua con limón, licuado de aloe con miel y coñac. Obviamente sin olvidar a los curas sanadores. Y de golpe y porrazo usted, que nunca pisó una iglesia, se convierte y pasa a ser devoto de cuanta estampita muestre un santo. Y toma la comunión previa confesión. Y usted se siente que no está solo. Que está Dios con su luz sanadora lo va a curar. Y hace cadena de oraciones.

Lógicamente no se queda con un solo criterio profesional y hace dos, tres, nueve interconsultas hasta que por fin decide iniciar el tratamiento con un Oncólogo. Que sólo van a ser rayos le informan.

_ ¡Bueh! ¡Puf! zafo de la operación. Dos o tres sesiones y ¡listo!

_ No mi amigo. Usted está equivocado. Son cuarenta sesiones todos los días, salvo sábado y domingo.

_ ¿Cuarenta dijo? ¿O cuatro?

_ Le repito Sr. Pinchuletti. Cuarenta. Pero para no tener dudas vamos a reforzar con hormonas femeninas.

Ahí es donde usted piensa, ¿estoy escuchando bien? ¿No será ginecólogo este médico y me equivoqué de consultorio?

_ Perdón Doc, ¿Femeninas dijo?

_ Claro amigo, haga de cuenta que le sirven como escudo para que no tenga metástasis.

Ahí usted siente un escalofrío. Metástasis.

_ Disculpe, ¿funciona esto? ¿Hasta cuándo?

_ Sí, es efectivo. O sea con esto y los rayos su tumor desaparece.

_ Y las hormonas Doc, ¿hasta cuándo se aplican?

_ Depende. Pero cuando tenga que usar corpiños ahí paramos con el tratamiento.

Quizás usted piense que esto es ficción, que hay exageraciones, que uno no tiene temores o que los tiene, pero… sabe qué? Su optimismo, su confianza en el profesional que elija, sus dudas aclaradas, su fe religiosa… Todo esto es el plus con que usted se va a enfrentar en esta batalla contra el cáncer.

Olvidaba decirle. Yo la gané.