Esperanza

Dedico estas líneas a todos esos valientes que pelean por vivir,
a los que pelearon y ganaron la batalla,
y a aquellos que no tuvieron la misma suerte.
A mi familia, donde encontré la capacidad de superarme en este difícil camino,
ayudándome a construir y mejorar la persona que ahora soy,
y a cada una de las personas que con su cariño incondicional
nunca me dejaron sola.
Gracias a todos los que han transitado esta lucha conmigo,
me han enseñado a ser más humana.

Jamás podría olvidar aquel 7 de Septiembre de 2016, cuando después de ser intervenida quirúrgicamente de un “supuesto Schwannoma”, y de una larga espera de resultados de la biopsia, recibo, vía mail, el informe patológico, lo inesperado se hacia realidad… Un maldito cáncer tocaba mi puerta, fue la peor noticia de toda mi vida. Recuerdo haber impreso el resultado de mis estudios y con el papel en mi mano, apoyada sobre la mesada de mi cocina, rompí en llanto. ¿Qué poco ético y humano el proceder de algunos profesionales?. Enviar tan terrible diagnóstico por mail… ¿Y la contención?. ¿Y la dignidad y el respeto hacia el paciente… hacia la persona?. Fue como un baldazo de agua helada, me levanté, junté mis pedazos y tuve que empezar.

Toda esta pesadilla comenzó en unas vacaciones de Julio de 2015, cuando descansaba junto a mi familia en mi ciudad natal, Río Cuarto, provincia de Córdoba. Un dolor extraño en mi pierna me puso en alerta, me internaron con antibióticos, ya que pensaron que podría ser una infección pero a los pocos días estaba ingresando a quirófano. Podía visualizarse por medio de imágenes, una sólida masa de importante tamaño creciendo dentro de mi pierna, comprimiendo músculos, venas y arterias. En pocos días recibía mi biopsia, un tumor benigno de las vainas nerviosas llamado Schwannoma.

Durante casi un año mi vida transcurrió de manera muy normal y tranquila, con controles habituales propios de una cirugía, sin si quiera imaginar lo que el destino me estaba preparando. En menos de un año, el mismo dolor volvía a invadir mi pierna. Como estos tumores son poco frecuentes y pueden volver a recidivar, imaginé que sería lo mismo… otra vez cirugía y ser paciente con los resultados.

Lamentablemente caí en manos de médicos comerciantes, de una reconocida y prestigiosa clínica de Ramos Mejía, provincia de Buenos Aires, ciudad donde vivo con mi marido y mis pequeños hijos hace doce años. Postergaban mi cirugía con excusas poco convincentes, jugaban con mis tiempos y mi salud, manipulándome psicológicamente. Los honorarios que les ofrecía mi excelente obra social, no satisfacía todas sus necesidades profesionales. Después de muchas idas y vueltas, finalmente me intervienen y luego de dos largos meses recibo la tan esperada biopsia… ya no era un tumor benigno, sino un Sarcoma Sinovial de partes blandas de alto grado, ese fue el principio de esta terrible pesadilla.

Fueron muchas emociones encontradas al recibir semejante diagnóstico, no entendés demasiado, entrás en shock, en pánico y ni tu cuerpo ni tu mente son capaces de digerir estas situaciones. No entendía porque mi cuerpo había llegado a tanto y muchas veces sentí culpa de haberlo descuidado.

Confieso que no ha sido nada fácil, he requerido de mucho esfuerzo, momentos de dolor, llanto, paciencia; he requerido de palabras de aliento, de amor, de miradas esperanzadoras, de mucha ayuda y contención. Sobre todas las cosas y como punto de partida, tuve que aceptar mi enfermedad y cooperar con lo inevitable.

Tenía muchos motivos para sacar mi armamento como buen soldado y darle batalla a todo lo que se iba a venir. Principalmente pensé en mí, estaba en la plenitud de mi vida, en aquel momento tenía 37 años, toda mi hermosa vida por delante, que sentí desvanecer en tan sólo un instante. Mis pequeños hijos, mi marido, mis padres, mi hermano; del cual aprendí demasiado el significado de la palabra fortaleza, mis amigos y toda la familia fueron motivos de mi larga y pesada lucha.

Y así… con mi pequeña artillería llegué al Hospital A. R. un 16 de Septiembre, donde los ángeles no vuelan ni tienen alas, sino que caminan con impecables y almidonadas batas blancas y te abrazan no sólo con sus brazos sino con el alma y el corazón. Te contienen, te escuchan, te miran a los ojos y te calman. Te dan esa palabra de aliento, que sólo ellos te pueden dar, o mejor dicho… esa palabra de aliento que sólo de ellos necesitás escuchar.

Conocí personas maravillosas en este Hospital que fueron apareciendo en mi vida como por arte de magia, que aplacaron mis miedos, dudas e incertidumbres, movilizándose todos, para mi futura sanación.

Desde un principio sentí que iba a curarme, que el camino que debía recorrer no iba a ser para nada fácil, pero me considero una mujer muy valiente, un gran valor que recibí de mi familia, y a pesar de tener mi corazón destrozado, mi alma herida, cargué las penas en mi espalda y con la cara bien alta, empecé mi tratamiento de quimioterapia neoadyuvante, antes de la cirugía, para reducir el tumor, ya que comprometía una vena muy importante de mi pierna, posteriormente continuaría con quimioterapia adyuvante y por último, radioterapia.

Necesitaba descargar mi dolor y mi tristeza fuera del ámbito familiar, sentía que nos estábamos enfermando todos, por lo que apenas recibí mi diagnóstico médico, busqué ayuda psicológica. Creo que este tipo de enfermedades, enferma a toda la familia, pero cuando se sana… sanan todos juntos, en la unión, el aprendizaje y en la valoración de las cosas realmente importantes, dejando huellas, que sólo nosotros sabremos lo que significaron… una gran enseñanza de vida que no se aprende ni con los años ni te lo otorga la mejor universidad, sólo al que le toca vivirlo.

Conocí un ser muy especial, mi psico-oncóloga Marta C. quien ayudó a canalizar mis temores y hacer más llevadera semejante mochila, a la cual estoy sumamente agradecida.

Explicarles a mis hijos que “mamá tenía cáncer” no fue tarea fácil. Siempre fui partidaria de no mentirles con mi diagnóstico, así que modulamos la verdad a su nivel, para que ellos pudieran comprenderlo… y hoy es un tema que podemos hablarlo abiertamente. Unimos todas nuestras fuerzas para sostener esta lucha.

Tuve que aprender a aceptar la pérdida de algunas personas que pensaba que estarían conmigo en todo momento, pero fueron desapareciendo; y otros con los que no contaba, se fueron acercando. Recibir su apoyo incansable, fue muy enriquecedor. Entendí que el mundo seguía girando y cada uno seguía con su vida.

Y llegó el día de la tan temida quimioterapia. Mi tratamiento consistía en tres ciclos de tres días cada uno, debía quedarme internada para recibir mi medicación. Todavía me duele aquel 15 de Enero cuando comencé mi tratamiento. Fue caótico, desesperante ver como mi cuerpo perdía fuerzas, sumergida en un cansancio extremo que, prácticamente, no permitía moverme de la cama. Las náuseas y los vómitos se convirtieron en mis peores enemigos, aunque tuve que acostumbrarme a ellos gran parte de mi tratamiento. Así transcurrieron los tres días de internación y regresé a casa.

Pronto sucedía, para mí, algo tan triste como la enfermedad misma. Podía ver mi largo y hermoso pelo despedirse rápidamente de mi cabeza, teniendo que tomar la decisión de raparme, mirarme al espejo y desconocerme. Y aunque todos me decían, -”No importa… el pelo crece”, sólo yo sabía el dolor y la angustia que esto me generaba, no entendía porque esto me sucedía a mí, porque semejante tortura, porque Dios me había elegido para cargar con semejante cruz. Con el tiempo, ayuda y madurez pude darle respuesta a todas estas preguntas.

Aprendí a aceptarme sin mi pelo, usando coloridos pañuelos, acomodándolos de una y otra forma. Nunca quise hacerme una peluca, debería haber sido una buena elección, pero la descarté.

Terminé los dos ciclos restantes de mi tratamiento y el 6 de Abril ingresaba a quirófano nuevamente, confiando plenamente en mi equipo médico, rogándole a Dios mi completa sanación y a mi esfuerzo diario para que saliera con éxito de esta cirugía.

Tenía mucho miedo pero mis esperanzas eran mayores. En un principio podía perder mi pierna, pero había respondido favorablemente al tratamiento y según las imágenes, el tumor, prácticamente había desaparecido. El post-operatorio fue excelente y retomé mi cuarto ciclo de quimioterapia.

Mis glóbulos blancos, se vinieron en caída libre, dejando como resultado una fuerte neutropenia que me costó casi veinte días de internación, lejos de casa, de mis hijos, de mi vida a la cual extrañaba demasiado. Realmente estaba viviendo una pesadilla, ya no soportaba más tantos pinchazos, dolor y sufrimiento. Quise morirme y dejar de sufrir. Pero no podía bajar los brazos y darme por vencida, aún… había mucho por vivir.

Para algunos el cáncer es una sentencia de muerte, para mí, una sentencia de vida, que me obligó a encontrarme y ser la mejor versión de lo que puedo ser. Trabajé mucho para lograrlo. Me aferré tanto a Dios que nunca me soltó la mano, comprobando en carne propia que los milagros existen.

Como consecuencia de la neutropenia, mi equipo médico decidió suspender la última sesión de quimioterapia restante, anulando por completo la posterior radioterapia, la baja de glóbulos provocó una fuerte infección y a los pocos días podía observarse un linfedema en mi pierna, que actualmente es tratado con kinesiología. Molesto, doloroso y estéticamente desagradable, pero estaba viva, lo había logrado!!!.

Por un lado me sentía felíz de no volver a hacer más quimioterapia, fue demasiado traumático, dejando huellas en mi cuerpo y en mi corazón. Por otro lado sentía que mi tratamiento para mi completa sanación, quedaba inconcluso, sólo Dios sabría mi destino.

Mis controles fueron periódicos, cada tres meses. Pronto se cumplirán dos años de aquella cirugía que para mí y mis médicos, me convertía en una persona libre de enfermedad.

Lógicamente, hubiera preferido no haber tenido nunca cáncer, pero creo que hay cosas que están en tu camino y si algo he tenido claro desde el momento del diagnóstico es que esto forma parte de mi destino y en lugar de enojarme con Dios y con la vida misma (reconozco que costó muchísimo trabajo), pude aprender a decir… -Si esto es lo que me toca, estoy lista!!!. -¿Qué es lo que tengo que aprender?.

Y les aseguro que aprendí tanto de la vida, a abrazarme, a valorarme y sentirme orgullosa de lo que fuí y soy capaz de hacer. Hoy soy una persona más consciente de que en la vida hay que dejarse fluir y no pensar ni planificar demasiado las cosas. Que hay que ser felíz con lo mínimo porque lo grande lo llevamos adentro. Aprendí que no importan las apariencias, ni lo material… nada importa cuando sentís el soplido de la muerte en tu nuca, sólo necesitás encontrar esa fortaleza que sabía que estaba ahí escondida, pero jamás imaginé que fuera tan inmensa. Aprendí que llorar está bien y sirve para descargar enojos antes de lastimar a alguien, que se aprende más escuchando que hablando, y que la actitud con la que enfrentamos las situaciones de la vida… nos define.

Quisiera que mi relato sirviera para que nos demos cuenta de que los problemas de la vida, son tan grandes o tan pequeños como cada uno quiera verlos, que lo importante de la vida es haber reído, amado de verdad, haber compartido lo más valioso que tenemos, que es nuestro tiempo terrenal, con personas que nos hagan sentir vivos, especiales, que nos transmitan paz y nos inspiren todos los días a ser mejores.

Aprendí realmente que la fe mueve montañas y que los tiempos de Dios son perfectos y diferentes a los nuestros, pero jamás nos abandona y que los milagros son sólo la consecuencia de atrevernos a creer.

Lo importante es… bailar la vida y dejarse llevar.

Tan sólo necesitaba “Un soplo más de vida”… una nueva oportunidad”.