El murguista elegante
Las fechas las recuerdos muy bien
Fue hace exactamente un año. Todo fue muy vertiginoso y casi no tenía tiempo ni posibilidad de pensar en lo que me estaba ocurriendo.
Si tengo que hacer un breve resumen para lograr una ubicación espacio-temporal diré que en 20 días tuve un diagnóstico preciso y una resolución quirúrgica que ahora puedo contar que fue exitosa.
Hacía 2 años había tenido una respuesta, que frente a algunos indicadores manifiestos, no fue adecuada porque todo se diluyó en una ecografía que no mostró algo significativo o preocupante, y la situación que ya se estaba gestando, quedó en un limbo durante 12 meses.
Pero hace un año, esos indicadores que no habían sido considerados significativos ni preocupantes, si pasaron a serlo y requerían una acción inmediata y urgente. En el interin, yo perdí la confianza en el tratamiento a seguir con el médico con el que me atendía hasta ese momento.
Fue así que busqué un nuevo camino más eficiente y expeditivo que consistía en concentrar todo el tratamiento en una sola institución donde tuviera un marco de contención total. Eso es lo que hice, respondiendo a sugerencias e indicaciones muy precisas de un médico familiar muy querido.
Desde ese momento entré en una vorágine que me resulta casi imposible hoy poder discriminar, diferenciar y racionalizar. Lo que tengo claro es que me entregué a una sucesión de mamografía, punción, laboratorio, riesgo quirúrgico, entrevista con cirujano que en el término de 15 días resolvió lo que debía hacerse.
Yo estaba anonadado y asombrado por lo que me estaba sucediendo. Porqué a mi ¿ Cómo era posible que a una persona como yo que no tenía grandes problemas de salud, que practicaba deportes y llevaba una vida sana lo tuvieran que operar de un cáncer, y encima de mama que es tan poco frecuente entre los hombres?
“Mónica, tengo un cáncer de minas” le dije a mi mujer y nos reíamos.
Todo fue muy rápido y expeditivo. El 2 de febrero de 2018 me operaron, era un viernes, y al día siguiente me llevaron a casa de alta. Tan alejado de la realidad estaba hasta ese momento, que pensaba que a la operación podía ir sólo, y eso es lo que estaba dispuesto a hacer: tomar el subte, llevando mi bolso con ropa interior y cepillo de dientes para llegar a las 7 de la mañana al lugar de internación. Me tuvieron que informar que a las operaciones es obligatorio ir acompañado por alguien que debe firmar papeles y responsabilidades. Mi red solidaria actuó y es así como llegué acompañado por un amigo y un familiar.
Tener un cáncer de mama es una enfermedad a la que nunca me hubiera imaginado que pudiera llegar. Cuál sería el futuro inmediato y a largo plazo? Este interrogante comenzó a estar presente cotidianamente en mis conversaciones. Para mi sorpresa, no podía dejar de contar lo que me estaba ocurriendo. Y qué pasaría con mis actividades cotidianas? El trabajo, el estudio, mi participación en una murga de estilo uruguayo, la natación, el tenis? En aquellos primeros momentos no encontraba una respuesta satisfactoria a estos interrogantes.
En aquel momento postoperatorio, mi vida casi se circunscribía a dos actividades: las curaciones en el consultorio del médico cirujano y el vaciar varias veces al día la bolsa de drenaje que me acompañaba a todas partes. El resto era casi irrelevante.
Vinculado con otras circunstancias dramáticas yo recordaba una frase que le solía repetir a mi mujer. : “estamos en el barro pero ya pronto llegaremos al asfalto”. Esto se lo decía mientras ella estaba internada en terapia intensiva durante el año 1978, a causa de un hemangioma hepático que había sido biopsiado por desconocimiento de lo que realmente era, y que no paraba de sangrar. La operaron tres veces hasta que ligaron la arteria hepática y se detuvo el sangrado.
El drenaje y las curaciones terminaron y comenzaba una nueva etapa en ese largo camino que faltaba recorrer. Yo solo tenía información parcial en donde solo se consideraba el presente. El futuro se circunscribía a los próximos 30 días. Un nuevo calendario se me imponía: eran las sesiones de quimioterapia: “4 duras y 12 leves” se me informó que se aplicarían cada 14 días y no cada 21 porque mi estado físico así lo permitía. Durante ese tiempo coseché nuevas relaciones, no sólo entre los pacientes que nos veíamos en la sala de espera, sino también entre las enfermeras encargadas de la aplicación. Pronto tuve mis preferidas y aquellas a las que trataba de evitar. Nuevamente más recomendaciones me fueron suministradas: alimentos, descanso, vacunas y cuidados especiales. Durante estos largos meses (todo el invierno) casi no tuve malestares. Recuerdo que solo en dos oportunidades tuve que tomar una medicación por molestias estomacales, aunque me habían anticipado que eso podías ser mucho más frecuente.
Entonces yo era un superhombre? Mi omnipotencia habitual se hizo más intensa. Estoy contento que haya sido así.
Ante el primer signo de caída del pelo (esto ocurrió un día que salí de la pileta del club, y al peinarme me quedé con un mechón de pelo en el peine) me hice rapar. Pelado, con 10 kilos de peso de menos, creo que mi imagen era mucho más delicada de lo que yo sentía y trataba de sostener. En los medios de transporte me cedían el asiento (en especial las jóvenes) que yo aceptaba.
Lo que sentía era siempre mucho frío, por lo que comencé a usar gorros de lana que me acompañaban todo el día, no sólo en la calle sino también en casa, incluso para dormir.
Me llamaba la atención la pérdida de apetito. Las papilas gustativas no funcionaban, no le sentía gusto a las comidas, en especial a las saladas a las que yo siempre fue muy afecto.
Una vez terminada la quimioterapia, empecé con las sesiones de rayos. Fueron 25, que duraban 10 minutos cada una, pero todos los días. Al principio no sentía molestias, pero luego con la acumulación la piel del pecho y parte de la espalda se irritó mucho, me ardía y tuve que usar cremas hidratantes. Suspendí la natación a una o dos veces por semana porque el cloro de la pileta m hacía mal. Finalmente con la llegada de la primavera terminé con la sesión número 25.
Para ese entonces, ya veía que el camino recorrido ya era significativo. Había concluido con la etapa más dura del tratamiento. No había sido insoportable, y lo había superado bastante bien. Estaba entero, recuperando todas las actividades que nunca había abandonado totalmente.
Lo que me sorprendió muy gratamente fueron las muestras de solidaridad de mis amigos. Hasta ese momento yo no creía que era capaz de concitar tantas muestras de afecto, cariño y preocupación. Ese sentimiento de acompañamiento fue muy sanador.
Mi incorporé a un protocolo internacional que un laboratorio estaba experimentando con una nueva droga. Me anotaba en todo lo que la institución me ofrecía: estudios genéticos para determinar mutaciones genéticas que pudieran incidir en la aparición de la enfermedad: adelante,
Tratamiento psico oncológico: Adelante. En la actualidad sigo además de los controles de laboratorio quincenales, atención con los médicos oncólogos. Ya inicié el tratamiento de tipo hormonal, que para mi sorpresa me informaron que tienen una duración de 5 a 10 años.
Estoy decidido a que el cáncer no me derrotará. Soy paciente en tratamiento pero no más enfermo. Y ahora con esta propuesta de escribir mi experiencia con el cáncer que atravesé y que sigo haciéndolo. También esto de escribir me resulta enriquecedor. Si le sirve a otros, bienvenido.
Traté de volcar en estas líneas, que otros evaluarán, los sentimientos y emociones que me atravesaron durante este año que acabamos de dejar atrás.