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Tenia 28 años, el corazón en la manga y a mi parecer, la vida resuelta. Comerme el mundo no era precisamente lo que hacía, sino más bien comerme los problemas, no de mi realidad actual, sino de mi pasado no resuelto trasladando el síntoma a mi cuerpo. Pero en ese momento no lo sabía, vivía en Europa, me creía imparable. Todo lo que siempre quise lo logré, ¿qué podía frenarme ahora?
Sí, vine de una familia disfuncional como muchos, pero esta fortaleza tenia que servirme para algo, ¿no? Al menos esto creía hasta que la angustia tomó partida y empezó con sus advertencias iniciales; pérdida de peso, taquicardia, inestabilidad emocional, ataques de pánico y un pasaje de regreso a Argentina sin retorno.
Siento que les oculto algo muy importante si no les digo el enigma del rompe cabezas: mi madre. Una mujer que abusó fisicamente de mí desde los 3 años hasta los 8. Ahora, una cosa es que el tiempo haya pasado y uno de grande acepte que esta fue una circunstancia desafortunada, y otra muy distinta es creer que eso no haya dolido lo suficiente como para necesitar perdonarlo.
Negación, que le llaman los psicólogos. Aunque confieso que entenderlo tampoco me acercaba a la cura, en cambio, mi cuerpo tan sabio e independiente me hizo saber solito que necesitaba sanarse. Los síntomas me trajeron de vuelta, y sin saber con exactitud de donde provenía este desarreglo emocional, al hacerme los controles anuales algo no daba bien: mis resultados ginecológicos.
A pesar de que los paps daban mal, mi ginecóloga en aquel momento no profundizó el resultado y para cuando pasó un año me los entregó casi desmayada en el banco del sanatorio—ella por su mala praxis, yo por el diagnóstico.
Enseguida me dijo que había que hacer una conización, que es un procedimiento quirúrgico en donde se extrae una muestra de cuello uterino en forma de cono para evaluar los procesos patológicos del mismo.
En breves palabras, para saber si el cancer ha invadido el resto del órgano.
Ella—afortunadamente— no hacía cirugías, pero su ex-cuñado sí, ahí fue cuando me derivó a su consultorio, en donde por supuesto me opuse porque no quería tener ningún tipo de relación con esta mujer. Cuando salí del sanatorio convencida de que buscaría otro médico por mi cuenta, sentí una voz fuerte y clara diciéndome que yo sí o sí tenia que llamarlo a este hombre, que no importaba que esta ginecóloga me lo haya recomendado, pero que era importantísimo que yo continuara con lo que el universo tenia planeado.
Derechito me fui al teléfono fijo y lo llamé al ex-cuñado de mi ginecóloga solo para descubrir que cuando me dijo “hola” un escalofrío corrió por mi espina dorsal.
Su voz era tan familiar que juré conocerlo de algún lado, y por un motivo que hasta hoy desconozco, me sentí completamente enamorada de él.
— No, yo estoy loca, ¿o no? me decía por dentro como para tratar de convencerme de que necesitaba terapia urgente.
Me dio un turno dos días después de nuestra llamada y para cuando abrió la puerta de su consultorio y lo vi, lo supe, lo amaba porque lo conocía de otra vida. Porque mi mente no lo reconoció, pero mi alma sí. Su tono de voz, sus manos, su frialdad, sus gestos al mirarme, todo fue perdonado y aceptado y entendido porque esta persona y yo en algún plano de nuestra existencia hicimos un contrato de ayudarnos a sobrevivir este momento, mi enfermedad.
El tratamiento con él— junto a la primera operación—— duró un total de 30 días. 30 días en donde todos mis familiares, amigos y compañeros de la universidad sufrían por mí mientras que yo estaba en la cima: enamorada. Iba a su consultorio y me arreglaba para que él en algún momento se fijara en mí y lo pudiera seducir con alguna estupidez que me pusiera como si las cosas que verdaderamente importan se encontraran afuera de nosotros mismos.
Hasta le escribí una carta declarándole el poco amor que me quedaba después de haberme visto completamente desnuda en la camilla de la sala de cirugía. No pensaba dársela hasta que me diera los resultados de la conización, tenia todo planeado, se la entregaría a cambio de estar libre del karma del resultado de la operación que no me había dejado dormir por una semana.
Era la última paciente de la tarde, cuando se fueron todos se largó una lluvia torrencial y él abrió la puerta, sin saber que yo lo conocía tanto y que esa cara me era familiar, el dolor de una mala noticia que me cambiaría la vida para siempre.
— ¿Qué pasó doctor, malas noticias?
— Si gordita, lo siento, no pensé que tendrías una invasion tan grande siendo tan joven. Te tengo que derivar a un oncólogo.
Tenia cancer, y una carta en la mano que era lo más importante, mis sentimientos. ¿Sufriré de romanticismo crónico?
Cuando estiré el brazo para darle la carta—más decepcionada por no verlo más que por el resultado en sí— me miró con el amor más incondicional que solo el tiempo pudo haber acumulado y me dijo: ¿Te puedo invitar a cenar?
Siempre fui de vivir vertiginosamente, pero de la ultratumba al paraíso en tres minutos superó mis expectativas ampliamente. El hombre que amaba (por siglos y siglos) me estaba pidiendo una oportunidad de salir con él. El hombre que me arregló por fuera y me aceptó rota por dentro quería estar conmigo. Una persona que se arriesgaría a vivir esta tragedia conmigo sin conocerme en absoluto esperaba una respuesta.
Tragué saliva, me di una palmada de aliento en la espalda y le dije dale, cuando quieras.
— ¿Qué te parece mañana? Me dijo.
Por dentro pensé ahora y siempre si queres, pero por fuera me mantuve cordial y justa y le dije, genial.
Salimos a cenar y me besó esa misma noche diciéndome que me amaba, que no sabía ni como ni porque pasó esto pero que no podía frenarlo ni quería.
Paralelo a esta increíble historia de amor el oncólogo me dijo que el cancer había invadido todo mi útero y que tenia la opción de hacer radiación, pero que él no lo recomendaba. Confié en su buen juicio y el 1ero de Noviembre del 2006 tuve una histerectomía. Contenta de despertarme de la cirugía y verlo a mi doctor favorito tomándome de la mano diciéndome que todo había salido bien.
Mientras tanto, en el otro lado del mundo, mi hermana fue a un oráculo para preguntarle por mi salud…y él le dijo que yo tenia que cambiar de vida si no quería que esto me volviera a suceder. Me recomendó un camino espiritual y yo enseguida agarré viaje y comencé con Meditación Trascendental.
Hace 13 años que medito y hace 13 años de este episodio. Haber tenido cancer no solo me acercó más a mi espíritu, sino que me obligó a perdonar a mi madre por haberme causado tanto dolor acumulándolo en mi órgano reproductivo. Entendiendo que ella lo hizo inconscientemente, y que yo tuve la advertencia y la magnifica posibilidad a través de mi enfermedad y del médico del cual me enamoré de curarme.
Y se preguntaran si sigo con él, pero eso no importa, porque el verdadero camino del amor es uno solitario, y todas las personas que aparecen en el, es para ayudarnos a sanarnos y finalmente ser libres, aunque en el proceso las heridas que nos causen parezcan insuperables.