Estrella Fugaz
¿De dónde habremos sacado que la vida empieza el día en que nacemos, la fecha que figura en el documento de identidad o partida de nacimiento?
Yo creo que no es así, tengo una “teoría” al respecto. Pero para llegar a esa idea tuve que pasar, por ensayo y error por otras ideas previamente.
Al principio (muy lejos en el tiempo) creía que sí, que el día del cumpleaños era el recuerdo del inicio de la vida. Me gustaba festejar el cumpleaños, recibir regalos, jugar con niños de mi edad. Después, en una época pensé que era desde el momento de la gestación (por lo del pecado mortal del aborto y todo eso). En otro momento de la vida, vaya a saber por qué, pensé que la vida empezaba con la culminación de los estudios, que era la etapa de liberación de compromisos otorgados por la familia y la sociedad. La mayoría de edad, fue otra gran falacia, ser mayor, significaba mucho antes de serlo, pero al final, no había un cambio notorio en el día a día. Por el contrario, nuevas expectativas aparecían cubriendo las anteriores.
Los tiempos que transcurrían y los errores con respecto a vivir se sucedían como capas de cebolla; surgían una tras otra y no había nada excepcional.
¿Qué es vivir entonces?
Vivir, esa palabra tan breve, tan simple, natural. Vivir, solo un verbo que no representa una acción en particular. Si digo comer, significa la acción de llevar comida a la boca e iniciar el proceso digestivo. Si digo correr, significa movimiento y muchos cambios de lugar del cuerpo, y así, cada verbo tiene algo que lo representa, que lo simboliza. Cuando se lo nombra, la persona que escucha sabe perfectamente lo que se dice.
Vivir, en cambio, podría decirse que no requiere nada, solo se vive, el cuerpo se desarrolla a lo largo del tiempo. Sin embargo, “vivir” ¿qué entiende cada persona por vivir?
Juan vive en Australia, Ramona vive del recuerdo del pasado, Aurelia vive para trabajar, Susana vive encerrada, etc. etc.
¿Qué significa vivir?
En algún momento de mi vida, pensaba que cumplir con los cánones pre establecidos era vivir bien: estudiar, recibirme, trabajar, tener una familia, ser buena madre, y una lista que sigue….
Y así fue mi vida, la vida pre establecida, la que se consideraba correcta. En algún momento habré pensado que era opaca, rutinaria. En otros momentos, los logros personales, familiares y profesionales fueron tan especiales e importantes que me parecía una vida brillante.
Hoy, parada en una de las tantas líneas del tiempo que aparecieron en mi camino, miro hacia atrás y hacia adelante. Hacia todos los puntos cardinales. Siento emociones encontradas. Tengo ganas de recuperar mi diario personal que llevó hace decenas de años, una de las tantas inundaciones que nos azotó cruelmente. Escribía cada fecha con el sucedido del día, lo bueno y lo malo. Habré empezado a escribirlo a los 11 o 12 años. ¡Cuántos recuerdos! Infancia solitaria, hija única de madre soltera. No percibía muy bien la realidad, o me resistía a aceptarla. Humilde casita pequeña de dos piezas. En dos oportunidades tormentas se llevaron el techo, una vez fue el techo de paja, en otra oportunidad el techo de chapas de cartón. Tengo imágenes imborrables, mi madre tratando de salvar las pocas cosas que el agua destruía y arrastraba. Yo bajo un roperito de ladrillos. Hoy sonrío al recordar tanto dolor. Era tan chica. Esa parte de mi vida no la escribí en el diario, porque no sabía todavía que algún día lo haría.
Admirable mujer, no se dejaba vencer y volvía a empezar. Mi madre. Imparable.
Mis ojos eran especiales, veían lo que querían ver. Y pude hacerlo durante bastante tiempo. Pero llegó la adolescencia y la escuela secundaria era diferente. No se podía ocultar la realidad, tuve que reconocer. Trataba de esconder de todas las formas posibles el alcoholismo de mi madre. Cuidarla, protegerla, evitar que mis compañeros de escuela fueran a mi casa y lo descubrieran. Ilusa, crédula, tonta, o como más pueda llamarme. No se tapa el sol con las manos. Ahí si mi diario fue el amigo inseparable a quien contarle cada detalle de mi poca sociabilidad, de mi tristeza, de mi vergüenza, de la imposibilidad de hacer algo por ella. Éramos solas las dos en el mundo, para el mundo y contra el mundo.
Cuántas veces quise escapar, en sentido figurado, “vivir” en una burbuja. Qué injusto me parece ahora esa infancia solitaria, la pérdida de mi abuela a los 7 años y de mi único tío a los 9 años. Aunque no vivían en el mismo pueblo, nos veíamos con frecuencia. La partida de ellos significó la soledad y angustia total. Cómo ayudar a mi madre, si no podía hablar con nadie del tema. Qué bien me hubiera hecho una mano amiga para sacar a mi madre de ese pozo y producir un cambio de vida de las dos.
Mientras sigo parada en esta línea de tiempo, mirando hacia atrás, recuerdo la llegada casual a mi vida de quien sería el hombre compañero de mi vida, a los 18 años tuve a mi primer hijo, seguía estudiando y un año después me recibí de maestra. Los altibajos de mi madre nos llevaban y traían a internaciones frecuentes. Años difíciles en todos los sentidos. Cuando por fin pude tener un cargo de maestra titular, tenía dos niños, de cuatro y dos años, mi madre más de una vez estaba perdida en el túnel del tiempo, su mente ya no le permitía reconocer el momento real. Finalmente, dos años después falleció. Tan joven, y su partida fue insoportable para mí. Hace treinta y dos años no está y muchas veces me encuentro esperándola. Absurdo, ya sé, inexplicable también. Como si nunca hubiéramos podido desprendernos de esos años de habitar solo las dos el mundo y sus problemas, de buscar estrellas perdidas que caían en el fondo de mi casa, en medio del monte.
Camino lentamente hacia otra línea de tiempo. Pasaron años, mi carrera docente ha sido exitosa, llegar a la cúspide del escalafón docente, por mérito propio, estudiando mucho, aprobando numerosos exámenes, trabajando en ámbitos tan variados. Nunca dejé de escribir, siguió siendo la liberación de lo que no podía decir de otra manera. Tuve que pasar la barrera de los 50 años, que nadie en mi familia atravesó, para animarme a compartir los escritos, “vivir” entonces ya era diferente, tuve coraje para contar sobre mi infancia y adolescencia, para animarme a buscar ayuda a través de la literatura. Pero solo a través de la literatura. Ahora sé que faltaba más para la verdadera liberación.
Afortunadamente los cuatro hijos mayores pudieron crear sus familias, y la menor continuar estudiando y todo parecía estar encaminado, con hermosas nietas que iluminaban otra etapa de mi vida. Ya pude publicar algunos libros, participar en eventos interesantes mientras seguía disfrutando de la carrera docente.
Pero llegó el año 2017, con inesperados problemas de salud, muchos problemas. Empecé con una caída importante que lesionó mi pie de manera increíble, sin arreglo hasta el momento. Con problemas de articulación témporo maxilar, algo de cuya existencia desconocía, con meses de tratamiento y altísimo costo. Tuvo que intervenir un neurólogo también. El agravamiento de la diabetes que ya estaba llegando a casi 8 años de convivir conmigo, y que se decidió este 2017 a molestar como nunca, llegando a dos tipos de insulinas que aún continúan y a veces siguen siendo insuficiente. Y otros tantos que engrosan la larga lista de problemas. Fue un año para olvidar. Solo quería que se fuera pronto.
Pero su partida no significaría que se llevaría ese cáncer de colon que me trajo. Innumerables estudios, interconsultas por todos los problemas de salud que tenía, tener que establecer un orden de prioridad de cirugías, la vista y la presión que empezaron también a llamar la atención. Un primer especialista con un tratamiento muy particular y que por diversos motivos dejé para buscar otro profesional.
Finalmente, otra oncóloga que me llevó por otro camino y que aún estoy transitando. Cuando terminó en 2017, mi ansiedad se aquietó, inconscientemente creía que el cambio de año cambiaría mi situación. Fue tan duro el 2017.
En ningún momento le oculté a mi familia la situación, la reacción en cada uno fue diferente. Algunos trataron de mantener las cosas como si nada pasara, otros se preocupaban demasiado, otros extremaban cuidados y atenciones.
Otra cosa llamativa fue la forma en que me miraban algunos vecinos, y conocidos o compañeros de trabajo. Pocos se animaban a hablar del tema. Pero no era necesario, yo percibía todo y no me gustaba, sentía que tenían pena por mí. Trataba de mantener en secreto al principio, pero después ya fue imposible. Les llamaba la atención principalmente que adelgacé demasiado.
Con el 2018 y gracias a la oncóloga nueva, y otras dos doctoras que debieron hacerme una revisión médica para la licencia en mi trabajo, llegué al tratamiento psicológico y psiquiátrico.
A los 57 años de edad, con mucho llanto, me explayé y desahogué sobre toda mi vida. Las psiquiatras han escuchado y comprendido. Valoraron mi fortaleza de años y entendieron que el cáncer fue el momento culminante, lo que ya no podía sobrellevar sola. Dijeron que estaba al borde de un colapso, que la crisis emocional era muy evidente.
Leía mucho sobre el cáncer en general y sobre el de colon en particular. En mi pueblo no era común, al menos yo desconocía, sí había casos de cáncer de mamas.
Mi abuelo había fallecido a los 40 años de cáncer de estómago, me contaba mi madre cuando yo era chica, ya que no lo conocí, murió cuando ella estudiaba en la secundaria.
Mi madre, con cirrosis, falleció a los 49 años. Nunca pregunté si esa cirrosis puede ser considerada también cáncer de hígado. Tal vez en algún momento le consulte a la oncóloga. Me gustaría saber. Siempre insisto que mis hijos se cuiden y controlen su salud.
Desde mi diagnóstico y tratamiento evalúo constantemente mi actuación, los cuidados que realizo, y sobre todo los problemas de memoria, para no olvidar los medicamentos. Son demasiadas pastillas por día, para diabetes eran algunas, para colesterol otras, para hipotiroidismo otras, para la falta de vitamina D, para esto y para lo otro. Las hernias de columna repercuten mucho en el caminar, estar parada, y los nervios de espera en los consultorios. Lamentablemente los turnos de atención varían mucho en la realidad con respecto al horario que nos anotan como turno. Horas de espera al principio me alteraban mucho, después llevaba mi cuaderno y me ponía a escribir poesías y cuentos, pero igualmente es una parte negativa para cualquier tratamiento porque hay personas que se angustian mucho, y a veces yo también, porque debo viajar desde la capital donde están los médicos hasta mi pueblo y el transporte público es limitado.
Una vez, el primer oncólogo me dio turno para las 16 hs, y eran las 20 hs y todavía no me atendía. Tuve que llamar por teléfono a mi hijo que me fuera a buscar a la ciudad porque el último colectivo salía a las 21 y no alcanzaría a llegar a la terminal.
Estos problemas de horarios me parecían inhumanos, irrespetuosos, sumados a la enfermedad, creo que deterioran emocionalmente a la persona.
Las migrañas que también me acompañaban desde hacía muchos años se volvieron más frecuentes. El malestar que me producen es indescriptible.
Frecuentemente (hasta hoy) tengo momentos de llanto intenso, me siento débil anímicamente. Me encierro a llorar en el baño o el dormitorio sin que me vean. Me invade la tristeza. Miro los avisos fúnebres del diario y busco las edades de los difuntos, la mayoría tiene más años que yo y eso me tranquiliza, pero cuando veo a personas más jóvenes en los avisos no puedo contener el llanto, siento culpa, por qué tienen que morir si son jóvenes, hasta siento vergüenza de tener más edad y estar viva y rezar cada día para vivir más tiempo. Supongo que esto es raro.
Pronto se cumplirán dos años de mi diagnóstico, sigo con controles frecuentes, en septiembre me encontraron dos nuevos pólipos, me afectó mucho, esperaba con ansiedad los resultados de la biopsia. Cómo demoran los resultados. Ya sé que es el tiempo normal, pero supongo que solos los que padecemos esta situación podemos sentir tanta angustia y miedo en la espera.
Afortunadamente en octubre y noviembre todo dio bien, análisis, biopsia, ecografía, mamografía y tomografías.
También otros estudios complementarios están dentro de lo esperable, como dice la oncóloga. Una persona muy amable que me recibe siempre con una sonrisa y un beso, muestra interés, pregunta todo y anota todo. Me explica con claridad cada cosa y responde mis dudas.
He pasado por numerosos médicos en mi vida y algunos apenas saludan, preguntan qué nos pasa y empiezan a escribir una receta, nos da y espera que nos vayamos y llama al siguiente.
A mí me gustaría decirles a los médicos lo importante que es para el paciente su actitud, los gestos, las palabras que utilizan, nos gusta que valoren nuestra vida, que sepan que si estamos frente a ellos es porque queremos estar mejor de salud. A veces pienso que tienen muchos problemas, que deben atender a mucha gente y los entiendo, pero eligieron esa profesión, decidieron interesarse por la salud del prójimo, y el prójimo soy yo, y todos sus pacientes.
Hoy, empezando un nuevo año, tengo planes, para con mi familia, para con mis libros, con la cultura de mi pueblo, y estoy en trámite de jubilación.
Sé que el cáncer está ahí, y yo quiero estar un paso adelante, no quiero facilitarle el camino. Hago lo imposible por triunfar yo. Soy consciente que depende de muchos factores.
He visto morir a enfermos de cáncer, los he visto sufrir de dolor, he hablado con muchos en los consultorios médicos, y con sus familiares.
La gente muere por el cáncer, como mueren en accidentes de tránsito o por otras enfermedades, a veces inesperadamente, otras veces después de un largo proceso. A mí también me pasará, pero mientras tanto cumplo las indicaciones de los profesionales médicos, miro la naturaleza y disfruto, gozo de la maravillosa obra del hombre, comparto mi tiempo y tengo fe.
Entonces volviendo a qué es vivir, redefiniría diciendo (simbólicamente) que es levantarse de un gran golpe, de un choque fuerte contra una pared o muro, de una caída inesperada, que es algo muy difícil de hacer. Vivir no empieza el día del nacimiento, empieza cada día, cada vez que vemos el amanecer, cada vez que nos acostamos a dormir, solo empieza, no tiene final.
En 2017, con mi diagnóstico de cáncer y el cambio que representó en mi vida, cambió mi visión del mundo, siento que mi presencia en él es importante, que puedo ser útil, servir, dejar huellas.
El cáncer me hizo más valiente, aunque más llorona o sensible también, pero tengo más ganas de seguir respirando, hablando, riendo, escribiendo. Estoy preparada para desafiar cada día con entusiasmo, para vivir experiencias nuevas con mi familia, ver crecer mis nietos (que ahora ya son tres y en unos meses serán cuatro).
Tengo esperanzas, y como todo ser humano también tengo miedos, pero de eso se trata vivir, de “sentir” y “creer” de caminar distintas líneas del tiempo, esperando que siempre hayan más, y que, al detenernos en cada línea de esos horizontes posibles, podamos sentir energía positiva, descargándola para los que vienen detrás.
Luchar contra el cáncer es luchar por la vida, y cuanto más a tiempo lo hacemos mejor será el resultado. La mente y el corazón de la mano junto a nuestros seres queridos, para no dejarnos vencer.