En la oscuridad también hay un punto de partida, podemos fecundarnos desde adentro y ver la luz.
Llegué al consultorio muy asustada, ya sabía que la cosa no venía bien. Como cada año me había hecho los controles ginecológicos, y está vez el resultado de la ecografía era muy sospechoso, mi doctora me derivó. Había tenido la mala idea de hacer una interconsulta porque el médico que había elegido no me vería sino hasta después de una semana. Recuerdo esa tarde como una de las más feas experiencias. La doctora antes de mirar mis estudios me hizo una serie de cuarenta preguntas, claramente no era lo importante, igual contesté como una señorita inglesa, después revisó los estudios y en un segundo me miró y dijo…Esto es cáncer, ayyyy!!! ….así me lo decís!! Si sufriría del corazón me muero de un infarto acá mismo, dije. Me quedé sin aire, estaba con una amiga, menos mal que había insistido para que la doctora la dejara entrar, porque no quería, que espere afuera dijo…no entendí mucho la razón, pero la consulta era mía e iba a entrar con un elefante blanco si era necesario. Entiendo que te pongas así, te controlas siempre y claro, sorprende que de golpe tengas un birads 5, ¿un qué??? Es cáncer, volvió a decir. ¿Estás segura? 99,9? Si, bueno, tengo el uno por ciento a mí favor, no vayas esperando eso dijo, la punción arrojará qué tipo de cáncer es y qué grado de agresividad tiene. Ahhh…! En cinco minutos nefastos me estaba enterando no solo que tenía cáncer de mama, sino que hay diferentes tipos y que algunos son más agresivos que otros, ah…y qué tener algún tipo de esperanza no tenía sentido. Igual de esto no te vas a morir, ah, que tierna, pensé, menos mal que se acordó de aclararme. ¿Era necesaria tanta información?
Salimos y le pregunté a mi amiga si había escuchado bien, ¿dijo cáncer? Sí, dijo cáncer. Caminar empieza a ser algo diferente, porque tus pies están apoyados en el suelo como siempre, pero la sensación es que te caes, o de que estás dentro de un frasco completamente aturdida, nada es lo que era. La palabra cáncer tiene una connotación muy fuerte, mi universo había cambiado de golpe, parecía que el pronóstico era bueno, los controles habían tenido sentido, sin embargo esos datos no alcanzaban, qué angustia tan honda, ¿era cierto? ¿Me estaba pasando a mí?
Hacía algunos años que vivía una intensa fe, mi espiritualidad estaba sostenida y eso necesitaba en ese momento, poder parar los pensamientos, entregarme al Misterio, a la vida en toda su dimensión. ¿Buscaba un milagro? Eso tienta, que todo desaparezca, que no sea cierto, quiero seguir con mi vida como estaba.
Los días siguientes no fueron fáciles. Paralizada y temblando a la vez con esto nuevo que me tocaba vivir, poco podía escuchar con los oídos lo que me decían, solo oía los latidos de mi corazón asustado. Imposible era encontrar en el un lugar de paz. ¿Cómo iba a ser posible eso? Venía caminando los días con apuro, tratando de llegar a cubrir todas mis obligaciones. La paradoja de que en un instante es como si el alma estuviera en un pozo frío y con ruidos muy fuertes. Solo las almas más sensibles al dolor humano pueden entrar ahí y acompañar reconfortando al que sufre desde donde está. ¿Dónde estaba yo? En el lugar del miedo, de la angustia y del no querer, sobre todo ese lugar, no querer pasar por eso. Quédate tranquila me decían, ¿Cómo se hace? si me buscás en el lugar de la tranquilidad no estoy, si querés ayudarme buscame en la angustia, sosteneme ahí, solo escuchame, abrazame, nada más. Los abrazos calman y dan calor, van directo al corazón y consuelan más que tantas palabras, es desde el alma que logramos comunicarnos con mayor sintonía.
Si los días no eran fáciles, las noches eran peores, eran oscuras, despertarse casi a cada instante, tratar de volver a dormir y no poder. Refugiarme en la fe de saber que hay un amor más grande que sostiene y en el dolor se deja ver y contemplar, es de corazón a corazón, es dejarse amar mientras sucede la noche, mientras el silencio deja oír los ruidos más tenebrosos y llenar de calma el espíritu para entrar en el sueño un rato más.
Llegué por fin al turno con “mi médico”, ahora es “mi médico”, en ese momento era “el médico”. Así se siente al transitar por una enfermedad, el médico para a ser de uno….parte de la vida misma que ahora cobra un sentido nuevo: diagnósticos, punción, cirugía, y los médicos son quienes nos contienen. Fue claro y esperanzador, primero la punción, eso confirma con certeza qué es, hay que esperar, no nos adelantemos, pero ya me dijeron, igual esperemos. Si hubiera tenido ese tiempo de espera con menos contundencia que la doctora de aquel día, me hubiera ayudado a hacerme a la idea de a poco, el cuerpo mismo tiene que adaptarse a esa conmoción, bueno, las cosas habían sido así. Me fui con la orden, paradójicamente se llaman “órdenes”, nunca lo había pensado así, era una orden que tenía que cumplir, hacer una biopsia, aunque no quisiera. Tocaba ahora lidiar con la burocracia, los días que se toman las obras sociales para autorizar prácticas tan necesarias fue otro tema, un camino paralelo que a veces suma calma y otras una enorme angustia ante tanta espera. Durante esos largos veinticinco días después de la punción, pasé por diferentes estados, algunas desesperadas horas pensaba ¿por qué tarda tanto? Otras trataba de valorar cada instante con una mirada distinta. Son días raros, estas esperando algo y a la vez no querés que llegue, pero mejor que sí, la incertidumbre es más difícil que cualquier verdad.
Decidí darme algunos momentos de alegría y placer, como aceptar una invitación para ir a la playa, descansar un poco más y dejar de hacerme cargo de tantas responsabilidades. La naturaleza es una gran sanadora, tomé conciencia de que la belleza que nos rodea en los espacios naturales está dispuesta para eso, la creación es bella porque la necesitamos para contemplarla y en esa contemplación sentir que somos parte y al ser parte sanamos en sus procesos de renacer constantemente, como las olas del mar, los amaneceres o las flores que crecen en ciclos perfectos.
Llegó el día, taquicardia en la sala de espera, rezaba un rato y otro leía, y otro esperaba, no se nota de afuera, es adentro, como decía mi abuela “la procesión va por dentro”, mi mano agarrada fuerte de la de mi marido, tener manos de dónde agarrarse es fundamental. Me llama, tiemblo un poco, pero disimulo, solo un poco disimulo, para no salir corriendo como cuando iba al jardín de infantes. No había abierto el sobre, primera vez en la vida que no lo hago, necesitaba que lo hiciera el médico y me explicara todo. Bueno, no se tomó mucho tiempo para leer, confirmado, era un carcinoma ductal infiltrante, ah!!! Ahora con nombre era otra cosa, tenía una identidad y eso era bueno, porque una identidad deja afuera a muchas otras, se acababan las fantasías y ya sabíamos por dónde ir. “Mi médico”, me dijo, -“Yo te curo, vos te sanas para que esto no vuelva y ahora solo te dedicas a eso”. Nunca imaginé el impacto de esas palabras, ¿qué implicaba sanar? Me “recetó” un libro, a mi juego me llamaron pensé, El laboratorio del alma, con ese título era aún más interesante el juego.
Muchos me decían que tenía que ser fuerte, era algo que creía que no me iba a salir, sin embargo lo intenté por varios días, hasta que tomé una decisión, no iba a ser fuerte. Fuerte había sido siempre, y acá estaba, con un papel que decía que mi cuerpo había sido capaz de aflojar. Para mí la sanación era justamente dejar de ser fuerte, para otras personas serán otras cuestiones. Además de ser una decisión inteligente, era la única que podía tomar, no me sentía para nada fuerte, lo que más me llenaba de posibilidades y esperanza era sentirme dócil y dejarme cuidar. Ante cada situación, docilidad, dejarme habitar por lo que sucede, docilidad, abrir el corazón, docilidad, y sobre todo disponer el cuerpo a cada momento de intensidad y también de inmensidad, la inmensidad de lo nuevo y desconocido.
Después la operación, anestesia, camilla, habitación, quirófano, contextos conocidos pero no tanto, estar en manos de otros, ¿quiénes son? ¿Cómo se llaman? Ahí en la mesa de operaciones, esperando ver la cara conocida de mi doc. ¿Cómo un rostro que no había sido importante nunca en tu vida, de repente es lo único que deseas ver allí? Por fin un sueño profundo. Bueno, es más que un sueño, pero no ampliemos, no vale la pena, gracias a la ciencia todo pasa sin que te enteres. Salió todo bien, que contentos todos, salió todo bien, duele, pero salió todo bien, y era un paso más, salió todo bien, dentro de lo esperado y un paso más, ya me estaba curando, ¿y sanando?
Mientras me recuperaba me trajeron el “recetado” libro, lo miraba y pensaba que tenía que leerlo, lo cual significaba hacer mucho más visible lo que me estaba pasando. Empecé de a poco, unas páginas y dejaba, después de varios días otras. Parece que esto de curar es más fácil que sanar, sin duda, darme cuenta que la enfermedad, como cada acontecimiento de la vida viene a hacernos dar cuenta de algo, darme cuenta del darme cuenta, más paradojas. Tenía dos opciones, o tomarlo como un hecho biológico sin nada más que pensar, o abrir los ojos, o mejor dicho el corazón, y así lo hice, lo abrí de par en par, era una nueva puerta, la revelación de que las emociones y los pensamientos y sobre todo el estrés inciden en las células de tu cuerpo era una información tan grande que era imposible hacerse la distraída y si “mi médico” me había recetado ese libro, tenía que por lo menos darle un poco de crédito a lo que decía la autora. Además siempre había tenido en cuenta que somos seres integrales, así de simple y compleja es nuestra unidad, mente, cuerpo, alma, espíritu. Era apenas el comienzo, solo cuatro meses desde el primer aviso, parecía que mucho había pasado y era cierto, pero había días en que todo volvía a empezar. Oscuridad, miedo, vértigo y volver a respirar en la Oración. Meditando sobre lo más humano de nosotros mismos. Lo más humano de mí y también de los otros, los que acompañan, la familia, los amigos. Hubo muchas almas sosteniendo y acunando mi vida herida y asustada. Abrazos en silencio, oraciones de madrugada, imágenes llegando a cualquier hora que me recordaban que aunque estaba sola en esta experiencia, podía sostenerme en otros, ángeles que cumplían la misión de solo amar. Pude ver que cuando alguien vive una situación difícil…la misericordia se derrama en todos los que acompañan…de los pequeños grandes gestos de amor de cada uno se teje la trama de la vida. La Oración inunda cada alma y la transforma, y solo por una persona que sufre hay cientos alrededor transformándose.
Ya me había dado cuenta de que cuando fui en busca de un milagro, era cierto, iba a suceder seguramente alguno, pero no iba a ser un milagro de disolución espontánea del tumor, el milagro iba a ser otro. Había que esperar. Seguir buscando respuestas, preguntarse y volver a preguntarse.
En el camino descubrí que para esta enfermedad se usa un léxico bélico, ¿por qué? Lucha, guerra, batalla, fuerza. Un día frente al espejo, miré esas heridas, ya estaban cicatrizando, y pensé, no son heridas de guerra, son heridas de paz. Tenía hecho un camino de autoconocimiento desde que nací creo, sin embargo esta experiencia me daba la oportunidad de profundizar aún más. Sí oportunidad, podía hablar de oportunidad y eso significa que ya había encontrado otra puerta para abrir. Si eran heridas de paz, tenía que hacer la paz conmigo misma. Una paz más sincera, más auténtica, una paz que implica a veces estar en turbulencias, desarmarse y volverse a armar, palpitar y volver a palpitar desde otros lugares.
Los días y las noches ya eran más calmos, el dolor del cuerpo ya había pasado bastante, “me estaba recuperando a mí misma”, recordaba aquel día en la calle cuando le pregunté a mi amiga si era cierto que la doctora había dicho que era cáncer y me di cuenta de que ya no era una pregunta, me había llevado tiempo dejar de asombrarme y ahora estaba siendo conciente que sí, que era una certeza, miraba cada tanto cómo había quedado mi cuerpo, y a veces el proceso del recuerdo me angustiaba. Sin embargo de a poco estaba adquiriendo recursos, iluminar la situación, dar sentido, que el dolor pudiera transformarse para otros, tener nuevos proyectos que vivificaran mi vida, nuevos horizontes y sentidos. Esto es bisagra, me había dicho mi médico. Sí, es bisagra, algo intenso pasa adentro, tocar fondo en la vulnerabilidad es un antes y un después. El deseo del comienzo de seguir con la vida como estaba, claramente ya no era cierto, después del susto de los primeros meses, me estaba dando cuenta de qué había una plenitud más profunda, a lo mejor ese iba a ser el milagro.
El “yo te curo, vos te sanas” pasó a ser el título de esta historia, del “curar” falta empezar con radioterapia y seguramente algunos pasos más, y del “sanar” encontrar otras puertas. La vida es un milagro a cada instante, el instante de la eternidad, el puro existir. Qué es sanar es un misterio, es un camino único que hay que ir transitando, animarse es el comienzo, el primer paso, lo único prohibido para mí fue y es, no vivirlo con intensidad y pedir ayuda, lo demás está todo aceptado, toda la gama de sentimientos y emociones que cada corazón es capaz de sentir.
El final es abierto, como la vida en toda su dimensión.
P.D.M